Hay que seguir hablando del aborto
Este no es un asunto reducido a Estados Unidos, y más teniendo en cuenta que ese país sirve de inspiración a cierta derecha europea
Ya lo sabemos. Revocar el derecho al aborto polariza a un país, casi más que cualquier otro asunto. Lo estamos viendo en Estados Unidos, espejo de cualquier reaccionarismo. Estamos en vísperas de que la interrupción voluntaria del embarazo sea ilegal y de que las mujeres de los Estados que prohíban su práctica tengan que viajar a Nueva York, por ejemplo, donde las activistas, apoyadas por el Ayuntamiento y otras instituciones, se han puesto en marcha para acoger a las mujeres que deseen poner fin a un embarazo. Esto no solo es un retroceso, sino el recordatorio de que los derechos no se ganan para siempre, no constituyen una ley natural, lo que hoy se tiene mañana se puede perder. Como consecuencia, podrán seguir abortando las mujeres que cuentan con el dinero para costearse viaje e intervención pero, como afirma Joshua Prager, autor del libro que da cuenta de la sentencia que hace 50 años garantizó el aborto, verán negados sus derechos aquellas ciudadanas pobres, en su mayoría negras, que ni tan siquiera podrán acudir a un centro de planificación familiar, ya se han encargado algunos Estados de esquilmar estos servicios que amparaban la salud de las mujeres.
Este no es un asunto reducido a un país, y más teniendo en cuenta que ese país sirve de inspiración a cierta derecha europea, entre la que se encuentra la nuestra. Ya quiso estrechar nuestra ley el Gobierno de Rajoy, pero por fortuna se dio de bruces con la oposición ciudadana. ¿Fue un correctivo para siempre? En absoluto, todo depende de cuánto el Partido Popular se deje contagiar por un aliado radical que le escora hacia el extremo para obtener su apoyo. Una de las trampas en las que solemos caer las mujeres es afrontar la defensa de este derecho como si se tratara de un problema moral, asumiendo así la manera en que la Iglesia lo aborda. De tal forma nos dejamos arrastrar por su retorcida defensa de la vida que somos capaces de definir al papa Francisco como progresista en lo social, olvidando que niega el derecho de tantas personas a decidir sobre cuestiones íntimas, algo que sobre todo afecta a las mujeres pobres de los países pobres. No, señores y señoras píos de la izquierda: no hay progresismo sin derecho al aborto. Negarlo es condenar a millones de mujeres a una vida precaria, a traer al mundo a seres no deseados y a poner en peligro la vida siendo intervenida en un lugar cochambroso. Pero también es un derecho para quien, aun contando con dinero para sostener un hijo, no considera esa una buena opción. Rogaría a los hombres de buena voluntad que quieren ser solidarios con nosotras que no sigan con ese discurso de que un aborto es el peor momento en la vida de una mujer. No tiene por qué. Y no es comparable con perder un hijo al que has amado viéndolo crecer. Que nadie disculpe un aborto en función del nivel de sufrimiento.
Es tan complicado explicar la angustia que puede sentir una mujer embarazada que quiere abortar en un país que lo prohíbe que creo que merece la pena ir al cine a ver El acontecimiento, de Audrey Diwan. Basado en el libro de Annie Ernaux, cuenta la travesía de horror en la que una universitaria de origen humilde se ve inmersa cuando trata de acabar con su embarazo. Hablamos de aquella Francia de los cincuenta en la que, siendo considerado el aborto un crimen, la mujer cumplía pena de cárcel. Lo extraordinario de la película es la decisión de la directora de no apelar a la elipsis sino muy al contrario, optar por mostrarlo todo por muy crudo que esto sea. Cuenta con la valentía de la jovencísima actriz Anamaria Vartolomei, cuyo cuerpo, siempre visto muy de cerca, parece exudar el olor de la angustia.
Vemos cómo se abre de piernas ante el ginecólogo, ante la abortera, cómo trata ella misma de acabar con aquello introduciéndose una aguja por la vagina, y también cómo en ese estado de terror en el que se encuentra echa un polvo con un compañero para desahogar la tensión, y porque siente deseo, es una mujer joven que necesita el sexo en un entorno que lo criminaliza. Parece que el cine francés sigue a la vanguardia de mostrar lo que otros esconden por pacatería. El acontecimiento es una extraordinaria defensa de la libertad sexual femenina, de la soberanía que sobre nuestro cuerpo merecemos. Es un manifiesto, aunque no lo pretenda. Y el cuerpo ha de mostrarse a la cámara, para saber de lo que estamos hablando.
Babelia
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