‘Alcarràs’ o la era de los actores ‘neocorrientes’
Las tramas realistas con gente de la calle haciendo de sí misma vienen con premio, como el reconocimiento al filme de Carla Simón protagonizado por agricultores en la Berlinale o a los fontaneros de ‘Seis días corrientes’ de Neus Ballús en Locarno y los Gaudí
A Jordi Pujol Docet le costó un mes soltar una lágrima frente a la cámara de la cineasta Carla Simón. No sería por intentos de la directora y su entrenadora de actores, Clara Manyós. ¿Y si recordaba un trauma emocional? Nada. ¿Aplicar Vicks VapoRub bajo los ojos y la nariz para activar el lagrimal? Ni una gota. ¿Encerrarlo en una habitación con música decadente para que se deprimiera? Se lo encontraron una hora después dormido a pierna suelta en el cuarto. “No recordaba llorar, igual lo hice de pequeño, pero para mí no era una cosa de hombres. Ahora sé que hasta puede ser liberador”, cuenta al otro lado del teléfono este pequeño agricultor en unas tierras heredadas de su familia en Soses (Lleida), que también trabaja como empleado de mantenimiento a tiempo parcial en el Ayuntamiento de su pueblo. Pujol interpreta a Quimet, el patriarca descolocado que desespera de amor a todos los que orbitan sobre él en Alcarràs, la película ganadora de la Berlinale, que llega este viernes a las salas de cine.
Como prácticamente todos sus compañeros de rodaje (con una excepción), el ilerdense no había actuado en su vida ni pretendía hacerlo. Ni siquiera se apuntó a los castings de la película, que vieron a más de 9.000 personas de la zona. A su hermano sí le hizo gracia presentarse, pero a él lo captaron prácticamente en contra de su voluntad. Lo hicieron dos de los ojeadores callejeros de Simón en una manifestación de agricultores a la que había ido a protestar, en una secuencia casi clavada a la que se puede ver en el filme. “Yo estaba muy reacio, no quería, pero al final me convencieron. Bueno, ellos y mi mujer, que me dijo que o hacía la película o dormía en el sofá”, cuenta entre risas. Si lo hizo, y si acabó llorando, fue porque en parte se sentía conectado con Quimet. Se identificaba de verdad con ese introvertido capataz del cultivo de melocotón, cuyo universo se desmorona porque el propietario de las tierras que trabajó su familia durante generaciones decide pasarse a un negocio más rentable y menos sufrido, como la instalación de placas solares. “Aquí todos hemos vivido algo parecido. Espero que la película también sirva para poner este debate sobre la mesa, los payeses nos sentimos olvidados y solos”, sentencia.
“Todos los actores de Alcarràs conocían a alguien a quien le habían dejado sin tierras”, apunta Mireia Juárez, directora de casting, poniendo énfasis en esas fronteras diluidas entre realidad y ficción, entre la vida de esos actores no profesionales, vecinos que sentían muy suya esa ficción de la película que tampoco lo era tanto. Juárez, que ya se encargó de seleccionar al elenco de Verano 1993 (2017) y ha trabajado para Icíar Bollaín en Maixabel (2021) o El olivo (2016), contó en Alcarràs con un equipo de ocho personas para rastrear la zona durante meses. Aunque Simón barajó inicialmente la posibilidad de que una familia real fuese la que asumiera el peso de la trama (“a Carla le obsesionan la credibilidad y la verdad”), al final desestimaron la idea.
Sabiendo que había que ir uno a uno, su equipo hizo llamamientos en las fiestas mayores de los pueblos del Segrià el verano previo a la pandemia, enviaron a parejas de rastreadores a buscar caras y hasta fletaron un autobús “como si fuese el de Lo que necesitas es amor” para entrevistar a locales in situ. “Si el grupo funciona es porque está muy probado. No estudiaron textos. Igual se leyeron el guion solo una vez. Los seleccionamos a base de entrevistas personales, de trabajarlos muchísimo, no es un proceso rígido”, recuerda esta profesional, parte responsable de que esa familia de agricultores alcanzase tal grado de autenticidad que hasta la prensa alemana (y la del festival de Málaga) se quedó en shock al comprender que no eran una familia de verdad en la vida real. “¡Nos lo preguntaron muchísimo! ‘¿Por qué en los créditos os apellidáis distinto siendo familia?”, cuenta la única actriz profesional del rodaje, Berta Pipó, hermana de Carla Simón en la vida real ―ya apareció en Verano 1993―, intérprete de teatro que en Alcarràs encarna a Glòria, la hermana de Quimet que vive en Barcelona.
Para Pipó la experiencia de este largo ha sido única: “Como una burbuja dentro de mi carrera profesional”. La actriz recuerda que lloró de emoción mientras grababa cámara en mano la prueba de casting de Albert Bosch en la piscina de su pueblo, al tener la certeza de que había encontrado a su sobrino Roger en la película. También se sintió “aterrorizada” ante el proyecto que planteaba su hermana. “Era la única profesional, ¿y si lo hacía mal delante de todos?”, dice entre risas. Lo cierto es que desechó todas sus técnicas durante el rodaje. “Es que no me servía ser actriz, ensayamos tantísimo que al final éramos familia. Somos familia. Además, mi hermana, que me conoce muchísimo, me gritaba todo el rato: ‘¡No actúes, estás actuando, Berta!”, rememora. No deja de recomendar esta extrañeza, la de trabajar con un equipo al completo de no profesionales, a sus compañeros de oficio. “No lo serían antes de la película, pero todo el elenco de Alcarràs está formado por actores. Con Jordi [Quimet] tuve dos escenas que grabamos a solas. En una nos meamos de risa y en la otra nos estamos gritando. Y fue tan fácil. No dejo de decírselo: ‘¡Es que eres muy actor!”.
La realidad de la calle
El Oso de Oro en Berlín al elenco de intérpretes sacados de la calle que ha dirigido Carla Simón no es un fenómeno aislado. Como ya ocurrió en el pasado con el neorrealismo posterior a la Segunda Guerra Mundial, o en el alegato por la autenticidad de movimientos como la nouvelle vague o el Dogma 95, en los últimos años, las películas que borran las fronteras de la ficción con sus personajes acaparan galardones. Se podría afirmar que estamos ante una nueva generación de intérpretes, actores neocorrientes que arrasan en películas o series donde prácticamente se interpretan a sí mismos. Ahí está el Oscar a mejor película del Nomadland de Chloé Zhao en 2021, que mezcló a Frances McDormand con un buen puñado de nómadas reales de Estados Unidos. Rarezas particularísimas como el cine de Chema García Ibarra (Espíritu sagrado, que obtuvo un premio en los últimos Feroz y en los Berlanga) o la cosecha propia de la pareja de fontaneros y actores protagonistas de Seis días corrientes, formada por Valero Escolar (Valero) y Mohamed Mellali (Moha), interpretando precisamente a unos fontaneros, y que se hizo con el premio a la mejor interpretación en el festival de Locarno y con el Gaudí al mejor actor protagonista masculino y mejor actor secundario; además del de mejor película, edición y mejor dirección para Neus Ballús.
“En todos mis largos siempre hago casting de actores no profesionales”, cuenta Ballús, que agradece “los premios al riesgo de poner estas historias en la pantalla”. Iniciada profesionalmente en el documental aprendiendo de Joaquim Jordà en la Universitat Pompeu Fabra, Ballús llegó a ver a 1.000 fontaneros hasta que encontró a sus tres protagonistas. “La gente que me funciona nunca se presentaría a un casting”, aclara, defendiendo su atracción por este tipo de intérpretes. “Escribiendo los personajes, su ficción, hay algo de documental al incorporar a actores naturales, ellos traen esa realidad. Los actores han vivido vidas interesantes, pero no son un agricultor como el de Alcarràs o un fontanero como el de Seis días corrientes”, explica. A Valero Escolar lo encontró mientras hacía un curso de reparación de Calderas en el Gremio de Instaladores de Electricidad de Barcelona. El propio protagonista indica que no logró entender de qué iba el proyecto hasta pasado un tiempo. “Durante dos o tres meses, pensé que Neus hacía un reportaje de fontaneros. Fue entonces cuando me enteré de que había hecho La plaga —la película con la que estuvo nominada al Goya a la mejor dirección novel en 2014— y ya entendí todo mejor en el proceso de adaptación previo al rodaje”.
Escolar, que pudo rodar porque la producción se adaptó a los calendarios de trabajo de los intérpretes (filmaban una semana sí y una no), sigue ejerciendo como fontanero y electricista desde Mataró, donde reside con su mujer Paqui y su hija Lucía —que también aparecen en el filme—. Hoy mismo volvía a grabar para un pequeño papel en una ficción de Netflix, la segunda parte de A través de mi ventana. “Yo ya me había quedado satisfecho, igual me apunto a teatro amateur, pero sé cuál es mi mundo y mi trabajo. Esto es anecdótico, además el mundo del cine español es muy precario y complicado, ni me lo planteo”, asegura.
“Era muy importante hacerles entender que el 90% de los actores no profesionales que aparece en una película no sigue trabajando”, aclara la directora de Seis días corrientes. Una preparación de actores que agradece Jennifer Venditti, una de las directoras de street casting más cotizadas del momento por su trabajo con la productora A24 en los proyectos de los hermanos Safdie (Diamantes en bruto) o por ser quien descubrió por la calle a Angus Cloud, que interpreta a Fezco, el camello con corazón de oro en la serie Euphoria. Venditti publica ahora Can I Ask You a Question: The Art And Alchemy of Casting (¿Puedo hacerte una pregunta? El arte y la alquimia del casting), un cuidado tomo publicado por A24 con sus mejores trabajos. “Cuando buscas a gente de la calle, es importante dejar claro los límites del proyecto. He visto a muchos actores no profesionales derrumbarse porque dispararon sus expectativas tras pegar un pelotazo y no poder mantenerse”, cuenta en conversación por Zoom. Venditti, que se considera “una detective en busca de autenticidad”, no cree que todo este interés por una nueva variante de cine hiperrealista implique que nos hayamos cansado de grandes estrellas. “Creo que la gente está más abierta a no ver solo un tipo de caras, un tipo de belleza, muy blanca y muy adaptada a los cánones que sí lo inundaban todo hace 20 años, en moda y cine. Ahora se pide autenticidad, pero eso no significa que hayamos desterrado al resto de actores conocidos”, aclara; y sentencia: “En el fondo, lo que se está aplaudiendo son las buenas historias”.
Maternidad, suicidio y eutanasia: el auge de la "autenticidad teatral"
Los escenarios se han llenado también de intérpretes no profesionales. Es una tendencia relacionada con el auge que ha experimentado el teatro documental en todo el mundo en la última década y una manera de darle una vuelta de tuerca al género llevándolo al extremo. Si su gran poder reside en que los espectadores sepan que lo que sucede sobre las tablas ocurrió de verdad, la fascinación se dispara cuando no son actores quienes lo representan, sino personas anónimas que en muchos casos son las propias protagonistas de las historias que se desarrollan. El objetivo de la “verdad teatral” queda superado por el de la “autenticidad”.
Estos días, por ejemplo, se representa en Barcelona Lengua madre, un espectáculo coproducido por el Teatre Lliure y el Centro Dramático Nacional que ofrece una radiografía de la maternidad en el siglo XXI subiendo al escenario a personas anónimas que cuentan sus propias experiencias: reproducción asistida, adopción, crianza colectiva, abortos… No son actores, pero la pericia de la autora y directora de la obra, la argentina Lola Arias, hace que casi lo parezcan. Arias tiene experiencia en este sentido, pues en 2016 impactó en los escenarios internacionales con su montaje Campo minado, que confrontaba a veteranos reales británicos y argentinos de la guerra de las Malvinas.
Otra figura de referencia mundial en este terreno es el suizo Milo Rau, que casi siempre incluye actores no profesionales en sus espectáculos. Hace un mes, el centro Conde Duque de Madrid presentó una buena muestra de su trabajo, Familie, una obra en la que ponía a una familia real de cuatro miembros a interpretar a otra familia real también de cuatro miembros, los Demeester, que se suicidaron juntos en Calais, donde vivían, al norte de Francia. Ya solo el planteamiento del montaje pone los pelos de punta: el director propuso a la familia de intérpretes que se imaginaran a sí mismos cenando la noche antes de su suicidio. Y en eso consiste la función. Rau sobrecogió también en 2106 con su obra Five Easy Pieces, en la que llevaba a escena la historia de Marc Dutroux, el asesino de niños que conmocionó Bélgica en los años noventa, contada en el escenario por siete niños de entre 8 y 13 años.
Estremecedor fue también ver en escena a Marcos Ariel Hourmann, único médico sentenciado en España por practicar una eutanasia, que se interpretó a sí mismo en el espectáculo Celebraré mi muerte, estrenado en 2019 en el Teatro del Barrio de Madrid bajo la dirección de Alberto San Juan y Víctor Morilla. En 2009, tras llegar a un pacto para no ser inhabilitado profesionalmente, Hourmann fue sentenciado a un año de cárcel. El acuerdo le evitó tener que ir a juicio, pero a la vez le dejó con las ganas de explicar sus motivos. El teatro le brindó la oportunidad de hacerlo años después y la aprovechó: contó su historia a los espectadores como si fueran jueces y estos tenían que emitir su veredicto al final de la función.
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