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Crítica | Estiu 1993
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Las lágrimas de Frida

No es un prometedor debut, sino una de las películas españolas más impresionantes en lo que va de año

Laia Artigas, en 'Estiu 1993'.

ESTIU 1993

Dirección: Carla Simón.

Intérpretes: Laia Artigas, Paula Robles, David Verdaguer, Bruna Cusí.

Género: drama. España, 2017

Duración: 97 minutos.

Un grupo de niños juega durante la verbena de San Juan, cuando, de repente, aflora una pregunta desconcertante: “Y tú, ¿por qué no lloras?”. Que Frida no esté llorando parece una incongruencia. Por lo menos a los ojos de quien no esté familiarizado con los, a veces, contradictorios procesos de gestión del dolor en una infancia que, de repente, ha dejado de ser adjetivada como tierna para convertirse en territorio de indefensión. Frida parece la antítesis de Ponette, la niña que lidiaba con la muerte de su madre vaciándose de lágrimas durante hora y media en la homónima película de Jacques Doillon. Frida también acaba de perder a su madre, víctima del sida como antes lo fue su padre, aunque la sobresaliente ópera prima de Carla Simón tiene el pudor de manejar los riesgos sensacionalistas de ese dato con encomiable cautela. Entre otras cosas, porque Estiu 1993 es una película extremadamente rigurosa con la elección de su punto de vista, que no es otro que el de los ojos de Frida: esos ojos que pasarán de la sequedad al desbordamiento, a lo largo de un verano marcado por la aclimatación a un nuevo territorio físico y afectivo.

En Estiu 1993, la directora debutante canaliza sus propios recuerdos de infancia a través de un intrincado trabajo de depuración, que tiene su principal fortaleza en un estilo visual, tan elaborado como libre de todo exhibicionismo, que se subordina al registro naturalista de su dirección de actores. Las niñas Laia Artigas y Paula Robles no parecen estar interpretando, sino habitar desde siempre en esa ficción tan verosímil, mientras se transparentan todas las corrientes subterráneas de su nada cómoda relación.

Sin enfatizar nada, la película mantiene una constante tensión en su sucesión de brillantes ideas y afortunados detalles: las asquerosas frases condescendientes escuchadas en la carnicería del pueblo, el juego infantil que delata toda la intrahistoria en la vieja relación entre la madre muerta y la hija, la irreflexiva ferocidad excluyente en el gesto de una madre protectora cuando su hija se acerca a una herida ajena, la expeditiva frase con la que Frida remata su intento de fuga nocturna… Estiu 1993, ritual de duelo bajo la luz cegadora del verano, no es un prometedor debut, sino una de las películas españolas más impresionantes en lo que va de año, madurísima destilación de unas reminiscencias de infancia asimiladas a través de una virtuosa representación.

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