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La revista literaria no muere, se transforma

Una nueva hornada de publicaciones reivindica el papel como lugar de encuentro generacional y como plataformas para reformular el canon

Revistas literarias
De izquierda a derecha, portadas de los últimos números de las revistas literarias 'Casapaís', 'Astra' y 'The Drift'.

Parece osado decir que las revistas literarias viven un gran momento. The Believer, la publicación estadounidense que impulsó el relevo generacional en las letras norteamericanas y se convirtió en una cabecera de culto a principios de este milenio, ha sacado esta primavera el que será el último número de su historia. Su cierre, debido a motivos económicos y a un extraño escándalo desatado hace unos meses cuando su editor se mostró desnudo en una reunión por Zoom con el resto de la plantilla, sigue al de otras publicaciones similares que se han ido extinguiendo desde el inicio de la pandemia, tanto en inglés como en español. Editar una revista literaria nunca ha sido un negocio que vaya a hacer a nadie rico. Y, sin embargo, cada mes en algún lugar del mundo hay un grupúsculo de veinteañeros letraheridos que deciden arrancar su propia cabecera.

“Creo que sí hay un renacimiento de las revistas en este momento. En parte porque se están muriendo, aunque esto suene contraintuitivo”, resume Nadja Spiegelman, que acaba de lanzar Astra Magazine, una revista con sede en Nueva York pero que pretende huir del anglocentrismo que suele caracterizar al mundo editorial estadounidense y que en su primer número tiene firmas como las de la argentina Samanta Schweblin, la japonesa Yoko Tawada o la francesa Virginie Despentes. “Hemos perdido nuestros quioscos de prensa y los sistemas de distribución y los anuncios que hacían viables las revistas, pero si vas a una tienda de revistas en Nueva York la encuentras llena de veinteañeros. Quizá es algo similar al interés en los vinilos. La gente pasea sus revistas como una señal de que pertenece a una tribu y las cabeceras evolucionan contigo con cada número. Hay una relación entre el lector y la revista que es única”, explica Spiegelman, que es hija de Art Spiegelman, el autor del clásico del cómic Maus.

Nadja Spiegelman, editora de la revista literaria 'Astra'.
Nadja Spiegelman, editora de la revista literaria 'Astra'.Bek Andersen

Un artículo reciente en The New York Times —publicado en la sección de Estilo, no en la de Cultura— coincide dibujando también este panorama en torno a las revistas de literatura y pensamiento, enmarcándolas como una especie de fenómeno de tendencias. El artículo habla de “driftmania” para referirse a The Drift, una publicación literaria de izquierdas fundada por dos veinteañeras que se conocieron en Harvard. “Las gorras de The Drift se convirtieron en el accesorio de moda para los amantes de los libros de Brooklyn”, dicen. Leticia Vila-Sanjuán, una scout editorial barcelonesa (una especie de ojeadora literaria) que vive en Nueva York, asistió recientemente a la fiesta de lanzamiento del número seis de la publicación y lo describe así: “El evento más pretencioso en el que he estado jamás” y “lo más parecido a estar en un capítulo de Girls”.

Por debajo de ese brillo, The Drift publica en papel y también en digital ficción y análisis hipercontemporáneos que sus editoras, Rebecca Panovka y Kiara Barrow, comparan en ese mismo artículo con los podcasts. “Parece que en los podcasts se desarrollan conversaciones salvajes, mientras que en las revistas pequeñas hay miedo de decir algo que pueda ser cancelado. Pero pensamos que hay un hambre real en nuestra generación de algo más rigurosamente argumentado e intelectualmente desafiante que lo que sucede en los podcasts”.

Tanto Astra como The Drift se inscriben en una larga tradición de revistas culturales estadounidenses que arrancaron como órganos de expresión generacional. En los años cincuenta, William Styron, George Plimpton y otros expatriados estadounidenses en París lanzaron The Paris Review, que sigue siendo una referencia y hace un año estrenó diseño y editora, Emily Stokes. “Las revistas de mediados de siglo chorreaban testosterona”, aseguran las editoras de The Drift. La cosa no cambió mucho en medio siglo. Tanto The Believer como su revista hermana McSweeneys, y también la posterior N+1, más escorada al pensamiento de izquierdas, tenían en común estar hechas primordialmente por “hombres jóvenes tristes y literarios” por tomar prestado el título de un libro de Keith Gessen, cofundador de N+1.

Portada del último número de la revista 'The Paris Review'.
Portada del último número de la revista 'The Paris Review'.

Entonces y ahora, el principal reto para el impulsor de una revista literaria, más que conseguir firmas rutilantes, más que darse a conocer, es mantenerse a flote. El venezolano establecido en Montevideo (Uruguay) Jan Queretz lanzó la revista Casapaís hace justo un año —su único compañero es un argentino que vive en Francia y aún no se conocen en persona—. Aunque la idea de hacer una publicación en papel, y no solo digital, era innegociable para él , casi la razón de existencia de la cabecera, la fórmula que ha encontrado para hacerla sostenible es imprimirla a demanda. Es decir, el ejemplar solo existe físicamente cuando alguien lo compra y se le envía por correo. “Es una forma que nos ha ayudado muchísimo a llevar la revista a todas partes del mundo. Hace poco enviamos una a Corea del Sur”, explica. Lo que le gustaría de verdad es estar presente en librerías de España y Latinoamérica.

Queretz, que tiene 31 años, tiene un “trabajo de día” como analista de pólizas en una empresa de seguros y así sufraga los gastos de la revista, incluidos los pagos a sus colaboradores. Confía en encontrar financiación a través de ventas y donaciones, además de los talleres literarios. Sus referentes son revistas como Vuelta, que editó en México Octavio Paz en los años ochenta y noventa, y Sur, la revista de Victoria Ocampo en Argentina. De momento, ha contado con piezas de Sergio Ramírez y Jorgi Volpi, entre otros. Uno de sus grandes objetivos es acortar la brecha que existe entre lo que se publica en España y lo que se publica en Latinoamérica. “Entender que nos une una lengua debería ser suficiente para juntar nuestras literaturas en un mismo lugar”, sostiene. “Crear ese proyecto totalizador es extremadamente difícil. Lo vivimos con cada número. Son noches y noches sin dormir, leyendo, editando y escogiendo con pinzas cada uno de los textos, buscando el choque tierno entre las texturas de Europa y América”.

Jan Queretz, editor de la revista literaria 'Casapaís'.
Jan Queretz, editor de la revista literaria 'Casapaís'.

También el equipo de Astra, que es más amplio y tiene un respaldo financiero mucho más sólido —su empresa madre es el grupo de capital chino Thinkingdom—, arranca con una ambición grande. En su caso, hacer entender a los lectores en inglés que los autores de lo que ellos llaman “el resto del mundo” son tan “subversivos e interesantes”, en palabras de Spiegelman, como los autores nacidos en Dublín o Iowa, y no solo algo que se lee por una mezcla de obligación y mala conciencia. De ahí los temas provocadores de sus números: suciedad, lujuria, éxtasis.

Si todas estas cabeceras, nacidas con la cuenta atrás para la extinción del papel impreso ya en marcha y en un contexto pandémico, consiguen sobrevivir décadas se unirán a esa gran tradición de revistas en las que se quieren ver reflejadas. Si no, habrán sido, durante un tiempo, un buen lugar desde el que inspirar y conspirar.

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