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EMMANUEL CARRÈRE
Crónica
Texto informativo con interpretación

El matorral conspirativo: nueva entrega de las crónicas de Emmanuel Carrère desde el juicio por los atentados de París

Esta semana, la valentía de una mujer que lo ha perdido todo para salvar a decenas de personas

Testimonio de Sonia el pasado 8 de abril en el juicio por los atentados de París.
Testimonio de Sonia el pasado 8 de abril en el juicio por los atentados de París.Sergio Aquindo para 'Le Monde'
Emmanuel Carrère

Capítulo 27

1. Las zapatillas anaranjadas

Los tres yihadistas del Estadio de Francia fueron los primeros que se explosionaron. Casi al mismo tiempo, los tres del Bataclan entran en acción. Los de las terrazas son más desordenados. Suponiendo que haya formado parte de este comando, Salah Abdeslam ha desaparecido con el cinturón explosivo del que nunca se sabrá si no funcionó o si desistió de accionarlo. Su hermano Brahim saltó por los aires en el café Le Comptoir Voltaire. Dentro del Seat aguardan el jefe del comando, Abdelhamid Abaaoud y su vasallo Chakib Akrouh. Se ha reconstruido su trayecto de ida desde el piso franco de Bobigny hasta République: trayecto directo, lógico, utilizando el GPS. Después viene la matanza: cuatro etapas, doce minutos, 39 muertos. Y a partir de entonces, un recorrido extrañamente errante.

El Seat da tres veces la vuelta a la plaza de la Nation, se salta direcciones prohibidas: no se entiende nada. Los dos hombres acaban abandonando el coche en Montreuil. Se hallarán en el maletero tres kalasnikovs, varios cargadores, cuchillos de carnicero meticulosamente afilados, herramientas con las que continuar la fiesta un buen rato, pero no, las dejan todas y cogen el metro. En la estación Nation, una cámara de vigilancia les muestra saltando los torniquetes como simpáticos golfillos a los que se les perdona la travesura con una sonrisa indulgente. En este vídeo se ve que Abaaoud lleva zapatillas deportivas muy vistosas de color naranja: más adelante, van a desempeñar un papel importante. Se pierde por un momento el rastro de la pareja. Reaparecen en Aubervilliers y pernoctarán tres noches al raso en esta especie de terraplén de basuras que hay debajo de la autopista A86, al que la policía en su jerga policial llamará el “matorral conspiratorio”.

Aquí surge un misterio. ¿Cómo se explica que el terrorista más buscado de Europa, tras haber abandonado un arsenal que le habría permitido masacrar a unas decenas más de infieles, vaya a parar a un lugar tan impensable? ¿Es concebible que no hubieran previsto nada, ni plan A ni plan B, para organizar la huida? Y mientras que un segundón como Salah Abdeslam ha encontrado cómplices para expatriarle, como veremos con detalle la semana próxima, ¿cómo es posible que el gran Abou Omar se vea forzado a pedir ayuda a alguien tan impresentable y tan poco fiable como su prima Hasna Ait Boulahcen?

2. Hasna y Sonia

La prima Hasna es una chica de 26 años tremendamente descarriada, que duerme un día aquí y otro allá, más o menos radicalizada, pero cuya militancia consiste en llevar el nicab cuando se emborracha con vino rosado y fuma porros de la mañana a la noche. Por el momento le hospeda en Saint-Denis su amiga Sonia, madre de tres hijos, que trabaja de voluntaria en los Restos du Coeur (a fundación benéfica de Coluche que distribuye alimentos) y recoge a los gatos extraviados del vecindario. La noche de los atentados se pelean, Hasna dice que cuando eres un buen musulmán es normal que mates a impíos y Sonia responde, sin tomarla totalmente en serio: “No digas disparates”. El domingo, Hasna le dice a Sonia que tiene un primo de 17 años que vive en la calle: “¿No podríamos ayudarle?” “Desde luego”, dice Sonia, que nunca se niega a ayudar a alguien, y las dos salen en coche hacia Aubervilliers, guiadas por el móvil del primo, porque el lugar es difícil de encontrar.

El juego de pistas termina en una rotonda desierta, en el quinto pino. El primo sale de los matorrales. No tiene 17 años, sino más bien 35 y calza tenis anaranjadas. Estrecha la mano de Sonia. Parece satisfecho de sí mismo y Hasna está orgullosa cuando él dice: “Lo de las terrazas, anteayer, fui yo”. Al cabo de un momento de estupefacción, Sonia dice que es horrible haber matado a inocentes, que eso es lo contrario del islam, y él se irrita, dice que algo aún peor que los infieles son los falsos musulmanes como ella, y que se propone rematar el trabajo que ha empezado. Pronto llegarán las fiestas navideñas y él va a atentar contra grandes almacenes, escuelas, lugares donde hay judíos... Pronto se reunirá con noventa yihadistas, va a ser algo grandioso, ¡pam, pum! Hasna y Sonia se marchan, la primera ha prometido encontrar alojamiento a su primo, la segunda está abatida y no sabe qué hacer.

Al volver a casa se lava con lejía la mano que ha estrechado la de Abaaoud; siete años más tarde a veces sigue haciéndolo. No duerme en toda la noche. Por la mañana intenta convencer a Hasna de que llame a la policía para evitar que mueran decenas de inocentes. Hasna responde “¿Qué? ¿Estás loca? Hamid es un héroe y además, de todas formas, eso no se hace, denunciar”. Sonia espera a que Hasna se vaya para llamar al número verde creado después de los atentados. Es la llamada 2.476, y no la hubieran tomado en serio de no haber ella mencionado las zapatillas anaranjadas del primo, las que se ven en el vídeo del metro y de las que no se había hablado en ningún sitio. Zafarrancho de combate policial. Sonia da el número de Hasna, le pinchan el teléfono. Hasna se desvive buscando un refugio seguro para su primo. Lo encuentra gracias a un tal Jawad Bendaoud, un contacto del camello de Hasna, que alquila un squat por 150 euros mensuales en un inmueble de Saint-Denis, el 8 rue de Corbillon, código de la puerta A1218. El 17 de noviembre, Abaaoud y Akrouh se mudan de su “matorral conspiratorio” a este “squat conspirativo”.

La redada empieza por la noche, la refriega durará ocho horas. Ocho horas de un ametrallamiento tan incesante que por la mañana el edificio te hace pensar en Grozni, como se decía en otra época, y hoy diríamos que en Mariúpol. Entre los escombros encuentran el cuerpo totalmente despedazado de Akrouh por su cinturón explosivo, y el cadáver entero de Abaaoud y Hasna. Decenas de equipos de televisión franceses y extranjeros han seguido el asalto en directo. A todos ellos les ha parecido que es un contrapunto cómico a este despliegue de violencia y horror lo que repetía continuamente Bendaoud, entusiasmado por aparecer en la tele: “Me han pedido un favor y lo he hecho”. Convertido en viral en las redes sociales, este sketch le ha valido al complaciente arrendador el apodo de “Century 21″. Juzgado y puesto en libertad en primera instancia, el recurso de apelación le ha condenado a cuatro años de cárcel.

3. Leyenda

Unos días después del 18 de noviembre, Sonia fue declarada muerta. Su certificado de defunción consta en el registro civil. Ya no existe. Sin embargo, ha comparecido en la audiencia. Lo que acabo de resumir nos lo ha contado ella, como una sombra chinesca y con la voz alterada; ella y el agente de la SDAT (Subdirección Antiterrorista francesa). Sus relatos se complementaban, el del SDAT impresionante por la precisión técnica, y el de ella por su simplicidad y grandeza. Desde hace siete años vive en la clandestinidad con su pareja y sus hijos. Toda la familia ha cambiado de estado civil, de domicilio, de biografía, como Salman Rushdie, como Roberto Saviano, como en Le Bureau des légendes (Oficina de infiltrados, serie de televisión francesa de espionaje).

Los hijos crecen en esta zona crepuscular, indetectables, pero siempre expuestos a la mirada intrigada de alguien que les reconociera. El operativo que les protege se inspira en programas para pentiti, los arrepentidos de la Camorra o de las Brigadas Rojas en Italia. Esta palabra, “arrepentido”, suena raro aplicada a una mujer que ha salvado decenas de vidas renunciando para siempre a una vida normal para ella y para los suyos. Sonia no se arrepiente; ¿de qué tendría que arrepentirse? Pero sobre todo no lo lamenta, nos dice. No lamenta nada. Si hubiera que volver a hacerlo, incluso sabiendo a lo que se expone, volvería a hacerlo. Si Sonia no es una heroína, no sé lo que es una heroína.


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