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Cinco años del Bataclan, la amenaza persistente

Un policía que intervino en la sala de conciertos y una mujer que logró escapar recuerdan los atentados yihadistas de 2015 en París y reflexionan sobre las heridas que han dejado

Varios asistentes abandonan la sala Bataclan, tras un concierto de Sting el 12 de noviembre de 2016 para conmemorar el aniversario del atentado de 2015, en París.
Varios asistentes abandonan la sala Bataclan, tras un concierto de Sting el 12 de noviembre de 2016 para conmemorar el aniversario del atentado de 2015, en París.PHILIPPE LOPEZ
Marc Bassets

Un color, un sonido, un olor. Los años nunca acaban de borrar la huella de un atentado terrorista para los supervivientes. El pasado nunca deja de ser presente para quien estuvo en la sala de conciertos Bataclan de París el 13 de noviembre de 2015.

“La muerte masiva tiene un color: el de la sangre por todas partes. Tiene un olor: el de la pólvora fría y el de la sangre, el olor acre de los líquidos humanos. Y tiene un sonido que queda marcado en la memoria: el de los teléfonos que vibran”.

Habla Jean-Michel Fauvergue, uno de los primeros policías que entró en el Bataclan después de que un comando de tres terroristas asaltase el teatro durante un concierto del conjunto estadounidense Eagles of Death Metal. Fauvergue era en aquel momento el jefe del RAID, la unidad especial de intervención de la policía francesa.

Lo que el jefe del RAID —los geos franceses— vio, olió y escuchó nunca lo ha olvidado. “En cuanto uno cruza el umbral de la puerta con la columna de asalto detrás, se da cuenta de la masacre, y entra en otra dimensión”, dice. “Ya no es una operación policial sino una operación de guerra”. Eran las 23.00, un terrorista ya había muerto después de la entrada de los dos primeros policías y los otros dos estaban encerrados con rehenes en un pasillo. Faltaba más de una hora para el desenlace.

Hoy se cumplen cinco años del múltiple atentado reivindicado por el Estado Islámico en los alrededores del Estadio de Francia, en las afueras de París, en varios cafés y terrazas de la capital y en el Bataclan. Entre las 21.20 del viernes y las 01.40 del sábado, tres comandos con armas automáticas y cinturones explosivos mataron a 130 personas y dejaron 350 heridos.

Era la guerra en París, como dice el antiguo comisario Fauvergue, el peor momento de una ola de ataques yihadistas que había comenzado en 2012 con la matanza en una escuela judía de Toulouse y el asesinato de tres soldados, continuó con el doble atentado en la revista satírica Charlie Hebdo en enero de 2015 y en el supermercado judío Hyper Cacher de París, y culminó con los atentados del 13 de noviembre del mismo año.

El trabajo del duelo habría exigido un tiempo de paz, la posibilidad de decirse que el terrorismo en suelo francés —y perpetrado por franceses— quedaba atrás. No ha sido posible. Los atentados se sucedieron: desde el terrorista que, al volante de un camión, atropelló a la multitud y mató a 86 personas el 14 de julio de 2016 en Niza, hasta los más recientes en octubre: la decapitación de un profesor de escuela, Samuel Paty, cerca de París, y el asesinado con cuchillo de tres personas en la basílica de Notre-Dame, también en Niza. Cada atentado es como un electrochoque, primero para los supervivientes y sus familiares, pero también para toda la sociedad francesa, que no puede pasar página.

“Mañana es viernes y es 13, como entonces. Pienso que será una noche difícil para mí”, dice Sophie Reungeot, que estuvo en el Bataclan. “Los atentados recientes, en Francia y también en Viena, dan la impresión de que nada está arreglado. No es que me esperase que las cosas se hubiesen arreglado, pero digamos que casi no hemos avanzado”.

Ahora, cuando piensa en aquellos segundos decisivos en el Bataclan, después de oír los primeros disparos y entender que aquello era un ataque terrorista, Reungeot comprende lo rápido que el ser humano se da cuenta de que su vida corre peligro. “En los primeros segundos, me dije: ‘Se acabó’. Y en segundo después, me dije: 'Pues no, no se acabó”, recuerda. “Es el instinto de supervivencia”.

A Reungeot se le ha quedado un instante grabado: ella intentando abrir la puerta de la salida de emergencia y, por más que se esfuerza, no lo consigue. “¿Abrirás de una vez esta puta puerta?”, le dice alguien que también intenta huir en pleno pánico, mientras los terroristas disparan en la platea.

La puerta se abre por fin y todos bajan por las escaleras que les conducen a la calle. Allí su mirada se cruza un momento con la de Jesse Hughes, el cantante de Eagles of Death Metal, que ha escapado por otra salida en las bambalinas. Después, entra en la estación de metro de Chemin Vert, donde un empleado de los transportes públicos parisienses les da agua y la abraza. “Fue un primer acto humano y de protección”, resume.

La experiencia conforma el capítulo central de Le bruit des avions (‘El ruido de los aviones’), la novela, recién publicada en Francia, en la que Sophie Reungeot narra la amistad de dos mujeres que se conocen en un taxi después del atentado. “Existe un tópico de la escritura como liberación, y es así”, dice. El título alude a la inquietud que la protagonista, como Reungeot, siente cuando de noche escucha aviones en el cielo de París.

Puede ser un ruido, una mala mirada en la calle o la sucesión de atentados: el Bataclan sigue acompañando a quienes salieron vivos. “La herida está cerrada”, señala, “pero cada atentado es como si saltase un punto de sutura”. Todo aquello podría ser un recuerdo traumático, pero un recuerdo del pasado: no lo es; para muchos no deja de actualizarse.

La amenaza se ha instalado y habrá que combatirla profundamente si algún día queremos que desaparezca para siempre”, apunta Fauvergue, hoy diputado por La República en marcha, el partido del presidente Emmanuel Macron. Y rememora aquella hora larga: los cadáveres que él y su equipo debía esquivar en la platea, los heridos que se les agarraban a los pantalones, el diálogo desordenado con los terroristas escondidos detrás de una puerta y finalmente el asalto que realizaron, desde el piso superior, los agentes de la BRI, el grupo de intervención de la policía de París. Los dos terroristas murieron; los rehenes sobrevivieron.

No ha olvidado esto, ni tampoco el olor, el color ni aquel sonido obsesivo, el de la vibración de los móviles. “Al estar en un espectáculo, la gente los tenía en modo vibración”, explica el exjefe policial. “Los padres, en cuanto supieron que había habido un atentado, llamaban a sus hijos e hijas para tener noticias suyas. Vibraban todo el tiempo, sin parar”.

Pandemia, juicio y nuevos ataques

“En Francia no hemos salido de la secuencia que se abrió con los atentados de enero y noviembre de 2015 y que, aunque con menos muertos, se repiten con intervalos regulares desde entonces”, dice el sociólogo Gérôme Truc, que ha investigado las reacciones a los ataques yihadistas en las sociedades occidentales. Truc, coeditor del libro ‘Los memoriales del 13 de noviembre’, cree que lo destacable, en la conmemoración prevista hoy, es que no podrá ser, como suele suceder con las fechas redondas como el quinto aniversario, un “momento fuerte”. La pandemia obligará a rebajar la asistencia. Y a esto se añade el contexto del juicio a los supuestos cómplices del atentado del semanario ‘Charlie Hebdo’, y los atentados recientes con cuchillo en Francia y con armas de combate en Austria. “Para las víctimas, todo esto hace que el recuerdo sea doloroso y además están encerradas y no pueden reunirse”, explica. “Es una situación particular”.


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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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