A vueltas con el terrorismo
El macrojuicio por los atentados yihadistas en París de 2015 sigue sin desvelar cómo unos jóvenes pudieron embarcarse en semejante crimen
Hace unos días, en el largo proceso judicial que se está celebrando por los atentados yihadistas del 13 de noviembre de 2015 en París, fue interrogado el único superviviente de la célula que puso en marcha aquel horror que dejó 130 muertos y decenas de heridos. Salah Abdeslam no activó el cinturón de explosivos que llevaba, y la cuestión que se investiga es si le falló algún dispositivo o si se arrepintió en el último momento. Sobre eso tenía que pronunciarse, y dijo que al final se echó para atrás. Así que subrayó que no había “matado a nadie, herido a nadie, ni un rasguño” y se dirigió al presidente del tribunal con ánimo chantajista para afirmar que, si lo humillan con una posible sentencia de cadena perpetua, ¿de qué servirá en el futuro que otros se arrepientan en parecidas circunstancias si de todas formas van a ser condenados? Salah Abdeslam, al contrario de otros acusados, es locuaz, no deja de hablar, se reivindica como combatiente del Estado Islámico y ha contado que vivió como un libertino hasta que se convirtió al islam.
En una reciente crónica de la serie que Emmanuel Carrère está escribiendo a propósito de este macrojuicio, comentaba que quienes se ocupan de estos asuntos tienen una fascinación especial por los culpables. El desafío es intentar comprenderlos, y escudriñar en sus vidas “para detectar el punto en que se engancharon, el punto misterioso en que se desviaron hacia el crimen”. No resulta fácil ni siquiera con los que no dejan de hablar, y tampoco lo es —claro— con los que callan. El libro que el periodista Patrick Radden Keefe escribió sobre el IRA se titula precisamente No digas nada. El silencio suele ser la norma, así que llegar a entender los mecanismos que activan el compromiso de una persona con el terror termina siendo extremadamente difícil, incluso cuando los hechos más terribles han ocurrido hace tiempo y, como en el caso del Ulster, se ha conquistado la paz tras los Acuerdos de Viernes Santo.
El libro de Keefe se sumerge de lleno, y siempre a través de las historias de distintas personas, en lo que sucede en una comunidad azotada por la violencia, y hay de todo: daños colaterales por operaciones chapuceras, ajustes de cuentas sentimentales, la fanática fidelidad al movimiento pero también el entramado de traiciones, la íntima convicción que tienen quienes abrazan el terror de estar colaborando en una gran causa y también su reverso, el encontrarse de maravilla por estar oprimidos, pues es eso lo que justifica una vida al borde del abismo. Atentados, muertos, huelgas de hambre: Keefe sigue la historia de una mujer, una madre de 10 hijos a quien el IRA hizo desaparecer durante la época de los Troubles, los disturbios que azotaron Irlanda del Norte entre 1969 y 1998, y que revelaron los profundos desgarramientos entre católicos y protestantes, entre quienes quieren seguir en el Reino Unido y los que quieren formar parte de Irlanda.
Una de las fracturas más terribles se produce dentro del IRA cuando los que integran el aparato militar se ven postergados por quienes se embarcan en la vía política. Keefe sabe atrapar con verdadera maestría el sinsentido de esas vidas rotas que un día eligieron la violencia para acabar con otras vidas. Les resultaban lejanas y anónimas, y la lucha por su causa lo justificaba todo. Aun así, y sea cual fuera el objetivo que perseguían sus atentados, el misterio sigue ahí: cómo se da ese paso.
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