Mar C. Llop, la retratista de referencia de las personas trans
La muerte repentina de la fotógrafa y activista catalana deja huérfano al colectivo
Para Mar C. Llop, los retratos eran una extensión de su activismo. Quizá su mayor contribución a una causa a la que dedicó todo su tiempo y energía. La fotógrafa (Barcelona, 54 años), formada en Instituto de Estudios Fotográficos de Barcelona, falleció el pasado viernes de manera repentina, a causa de un infarto, y dejó al colectivo trans huérfano de una de sus mayores referentes y dinamizadoras.
Su proyecto de más larga duración, Construccions identitàries, se apellidaba Work in progress (trabajo en construcción) precisamente porque siempre estaba creciendo y expandiéndose. Se concretó en una exposición que pasó por decenas de salas, sobre todo en Cataluña, y en un libro que publicó en 2016 en Bellaterra Edicions. Allí retrató a muchas personas de su entorno que estaban en proceso de tránsito. Cuando llegaban a su estudio y las colocaba delante de un lienzo negro, desnudas o vestidas, sus modelos estaban a menudo en su momento más vulnerable, con una relación difícil con su propio cuerpo, pero Llop conseguía, a decir de muchos de sus retratados, que se sintieran completamente relajados ante la cámara.
“El hecho de ser ella también una persona trans hacía que nos sintiéramos cómodas. No era llegar a un estudio y posar. Antes hablaba mucho de su historia, de lo que le pasaba, compartía su propia vida y tenía esa capacidad para empatizar con quien tenía delante de su objetivo”, explica su amiga Sofía Bengoetxea, una de las primeras personas que conoció en el colectivo cuando empezó a encontrar su expresión de género, ya pasados los 40, y compañera de luchas. “Nunca la escuché decir que quisiera ser la Colita del siglo XXI, nunca ansió la fama. Llevaba estos proyectos a cabo porque a ella le hacían bien y disfrutaba ayudando a la gente. Lo importante es que esas fotos eran una herramienta para que la gente creciera. Todas las que salimos en ese libro nos sentimos empoderadas y orgullosas”.
A ese proyecto se sumaron otros, todos enfocados en la misma dirección: un volumen dedicado a los niños y niñas trans y sus familias, para el que colaboró con la asociación de menores trans Chrysallis, y que tuvo también una parte de documental, y una tercera entrega, que no ha podido completar, sobre las identidades no binarias y el género fluido. En 2016 también participó en un espectáculo de danza y performance, Crotch, de la compañía Baal que pasó por la feria de teatro de Tàrrega y por la sala Beckett de Barcelona. Compaginó toda esa actividad con sus trabajos fotográficos alimenticios, centrados en el entorno del interiorismo y la arquitectura, con publicaciones en revistas como Arquitectura y Diseño, El Mueble y Casa Ideal.
Además de su retratista oficial, Llop era una presencia incansable en el entorno LGBTQ+ barcelonés. El primer lugar en el que se sintió cómoda vistiéndose de mujer fue En Femme, un local del Guinardó que empezó a frecuentar en 2009 y que otra de sus amigas, Patricia Caballero, define como “un lugar seguro y de acogimiento”. “Allí –sigue Caballero– todas las personas que hemos tenido una gran confusión sobre quienes éramos podíamos tener un armario con ropa de mujer, vestirnos, hablar y dejarnos fluir. Nadie juzgaba a nadie. Podías llegar sin afeitar, con zapato plano o con tacones de diez centímetros”. Los jueves era el día de puertas abiertas en En Femme, cuando llegaba gente intrigada por lo que ocurría en el club, y a Llop, que nunca dejó de acudir a esas jornadas, se le daba especialmente bien acoger a aquellos que estaban empezándose a interrogar sobre su expresión de género. De ese espacio surgió también el germen de Generem, la asociación que co-fundó y de la que fue presidenta. El trabajo de Generem resultó instrumental para establecer Trànsit, el servicio de atención a las peronas trans que lidera la doctora Rosa Almirall y que ha convertido a Cataluña en un referente europeo en este campo. Llop batalló en las instituciones para la despatologización y la desestigmatización de su colectivo. “Tenía una perseverancia a prueba de bomba y se ganaba a la gente con su empatía y su naturalidad”, apunta Caballero. “No solo acudía a las reuniones, es que las convocaba ella. Con el ayuntamiento de Barcelona, con la Generalitat, con los empresarios…”. Representaba, por tanto, una generación puente en la lucha por los derechos del colectivo trans, la que por edad no sufrió la represión franquista pero que tampoco pudo en muchos casos vivir su identidad plena hasta la edad adulta, con la difícil ruptura de vínculos que eso comportó en casi todos los casos. También en el suyo, ya que perdió el contacto con su única hija.
“No nacemos otra vez cuando salimos del armario, simplemente evolucionamos”, dijo a este diario en una ocasión. “Por eso me cabrea que se llame ‘nombre muerto’ al nombre que nos dieron al nacer. Yo preferiría algo como ‘nombre pasado’”. No se enfadaba si se lo llamaban por error (pero no “con mala hostia”) sus amigos de toda la vida del barrio de Sants.
Muchas de las personas que acudieron a despedirla el pasado lunes a una ceremonia muy concurrida en el tanatorio Sancho de Ávila de Barcelona ya están preparando homenajes en su memoria, que probablemente se concretarán en el Vermut Trans, la jornada festiva y de reivindicación que tiene lugar cada mes de junio en Barcelona durante el mes del Orgullo LGBTQ+. Sobreviven a Llop sus padres, sus dos hermanas y su hija.
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