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Muere Almudena Grandes
Columna
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Compañera Almudena

La emoción es la línea más recta para tocar el corazón de alguien, para calentar el corazón helado de alguien y que se ponga en el lugar del otro

Almudena Grandes
Almudena Grandes en su casa madrileña.Ricardo Gutiérrez

De todas las mujeres que vivían en esa fuerza radiante que era Almudena Grandes, quiero recordarla hoy, en la oscuridad de esta tarde penúltima de noviembre, como una compañera. Porque así me hizo sentir siempre que nos vimos. Nos distanciaban millones de páginas escritas, su lucidez, su valentía, su risa abierta y arrolladora y el torrente de su narrativa. Pero siempre descendió hasta mi lado para ser una compañera. Para recomendarme novelas con entusiasmo —la última, Zuleijá abre los ojos—, para decirme habla tú, que a mí me tienen muy vista, para prestarme luz, para regañarme por mi timidez o para contar que había empezado con algo nuevo que todavía respiraba solo en sus cuadernos.

Y es en esa camaradería de dos que escriben donde confluían todas las mujeres, que yo veía en ella y admiraba desde hace tantos años: la escritora, la lectora, la amiga y la mujer de izquierdas.

Hay un mensaje suyo que me duele hoy reencontrar en mi teléfono. Justo hoy que se ha marchado acompañada por cientos de lectores, familia y amigos. Me lo envió en diciembre de 2017, se acababa de publicar Los pacientes del doctor García. Me dijo algo así como que muchas veces pensaba si no estaría empeñada en caminos que, tal vez, no interesarían a nadie. Si no se estaría equivocando. Y que leer mi novela le había hecho sentir menos sola. Se refería a su trabajo, a través de la imaginación y del rigor histórico y sujeto en miles de páginas habitadas por cientos de personajes, por dignificar la vida de los derrotados de nuestro país. Esas orillas anónimas que despreció la implacable dictadura. Me escribía ese mensaje la misma mujer que hace un par de días puso la palabra orfandad en la boca de millones de lectores en todo el mundo.

Y aun así, Almudena dudaba. La escritura es dudar, decía, y tomar decisiones.

Puede que la literatura no tenga la fuerza para hacer justicia que tienen los tribunales, ni la potencia que podría desplegar el Estado, ni la verdad que suponemos a los libros de Historia. Pero tiene algo de lo que todo lo demás carece: emoción. La emoción es la línea más recta para tocar el corazón de alguien, para calentar el corazón helado de alguien y que se ponga en el lugar del otro. Que se acerque, por fin, al otro. Y si cada día somos más los que dejamos de sentirnos solos en este empeño, tal vez, algo termine por acercarnos. Y sanarnos.

Almudena, y quiero llamarla compañera, quedas escrita. Queda escrita España, Madrid y todos nuestros aires más difíciles. No hay posible testigo que recoger de ti, pero persistiremos a través de las historias más olvidadas en narrar un país que nos contenga a todos: a los que lo pisaron antes y a los que respiramos ahora.

Nunca estarás sola. Nunca estuviste equivocada.


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