Martina Gusmán, la actriz que triunfa sin perder su compromiso social
La intérprete argentina estrena la película ‘El año de la furia’ y la serie ‘El inocente’, mientras prosigue con su labor como voluntaria en una fundación y usa Barcelona como base familiar para Europa
La sociedad profesional y personal de Martina Gusmán y Pablo Trapero no ha podido ser más productiva para ambos. Pareja desde 2000, los cineastas argentinos (actriz, ella; director, él; productores ambos a través de la empresa Matanza Cine) han tenido hijos y han colaborado en títulos importantes, como Leonera (que llamó la atención en el festival de Cannes de 2008), Carancho (2010), Elefante blanco (2012) o La quietud (2018). Asentados en España, mientras Trapero sufría un tormentoso paso por la serie Patria, Gusmán (Buenos Aires, 42 años) enlazaba proyectos: la película El año de la furia, de Rafa Russo, sobre los meses previos al advenimiento de la dictadura uruguaya en 1973, o la serie El inocente, de Oriol Paulo para Netflix, que ha llevado su rostro a los hogares españoles. Gusmán sabe bien cómo funciona la fama de las plataformas digitales: acaba de volver de rodar la cuarta y la quinta temporada de la serie argentina El marginal, también de Netflix. “Y además”, se echa a reír, “estoy con la promoción para Argentina del estreno de Voces secretas. Es un momento lindo”.
Gusmán hablaba el pasado miércoles por teléfono desde Barcelona con EL PAÍS. “Es una ciudad cómoda, tiene mar, nos permite viajar a Buenos Aires. Buscábamos una segunda base familiar, para desarrollar proyectos europeos”, recuerda. “Primero pensé y nos mudamos a Madrid, porque recuerda a mi ciudad natal. Pero es una superurbe, como Buenos Aires, y cuando rodé El inocente aquí me enamoré de Barcelona. Y está a una hora de Francia, a otra de Italia, en AVE vas y vienes a Madrid en el día... Nos quedamos y no siento que me hagan de menos desde Argentina”.
A la actriz el final del confinamiento le ha cundido: justo antes de la pandemia se licenció en Psicología por la Universidad de Palermo (Argentina), así que acabada la cuarentena ha empezado a cursar másteres de Gestalt, se casó con Trapero el pasado agosto, volvió a Buenos Aires a seguir con su labor en la Fundación Sí... “Soy multitarea”, avisa. Por partes: su Susana de El año de la furia es la primera en entrar en la conversación. “Hay muchas películas en Latinoamérica sobre las dictaduras militares fascistas, pero esta se centra en el momento anterior, cuando lo que ocurre parece inverosímil, es la antesala del horror. La gente de la calle no quiere darse cuenta de lo que viene”. Los padres de la actriz, el director teatral Jorge Gusmán y la diseñadora de vestuario y socióloga Marisa Urruti, militaron en los montoneros. “Y me contaban eso: que desaparecían amigos y no daban crédito. No podía ser”. Pero fue, y esa generación latinoamericana acabó cercenada. “Les quitaron sus sueños, su lucha por las utopías. En Uruguay, además, iban por delante de Argentina en cuestiones políticas. Terrible”. Su Susana es el puente entre un militar torturador —nunca queda claro si está enamorada, sufre de síndrome de Estocolmo o es una relación de supervivencia— y unos amigos de izquierdas. “Es una víctima desde un lugar de extrema sensibilidad, sin casi diálogos, que construí desde los silencios y las miradas”, dice.
Otra cosa es su prostituta Kimmy Dale de El inocente, la serie de Oriol Paulo que llama a engaño: aunque al inicio arranca con Mario Casas, en realidad se suceden varios personajes que tiran de la trama, como los de Aura Garrido, Juana Acosta, Alexandra Jiménez, José Coronado o Gusmán. “Eso está muy bien para desarrollar una historia compleja. Kimmy podría ser la mala arquetípica de un wéstern, y luego le dimos la vuelta. Es una mujer resiliente, que busca el amor, marcado por su pasado”. La actriz habla de una experiencia dura en lo dramático y en lo físico.
Lo de la psicología lo lleva madurando casi desde la adolescencia. “Decidí entre eso o la actuación”, y por ello se licenció en Artes Combinadas, en la especialidad de teatro. “Pero siempre estuvo ahí, y los primeros trabajos con Pablo iban por temas sociales”, reflexiona. “Desde hace un tiempo quise avanzar por ese lado en la vida real”. Por eso, los estudios, por eso su voluntariado en la Fundación Sí, donde participa en un proyecto de acompañamiento de estudiantes pobres que se trasladan a la capital para ir a la universidad. “Yo soy coordinadora de la residencia de la zona de Corrientes. A mi cargo hay 70 chicos, y los evalúo. Es fantástico porque da herramientas reales a esos chicos”. Muchos de los 1.500 voluntarios realizan su labor, como Gusmán, en la distancia gracias a la tecnología. “La diferencia horaria me mata, pero las videollamadas y el Zoom me ayudan”, aunque a continuación puntualiza que viaja todo lo que puede a su ciudad natal. “Y ahora me iré a Colombia para una serie de Apple TV. No voy a parar”.
Babelia
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