Nacido preso
El reto de encontrar un nuevo lenguaje para el realismo, a través de la fértil intoxicación de estrategias del cine documental, parece unir a buena parte de las más estimulantes y heterogéneas propuestas del cine contemporáneo. En algunos casos, las películas resultantes dialogan (o se enfrentan) a discursos de género susceptibles de alimentar debates sobre la moral de la representación. La semana pasada se estrenaba la excelente Gomorra, de Mateo Garrone, que abría un capítulo inédito en una historia del cine de gánsteres en exceso condicionado por el influjo scorsesiano. Leonera, del argentino Pablo Trapero, propone, de modo similar, un gratificante tratamiento de choque sobre la memoria de ese subgénero tan lleno de amarillismos como el de las películas de cárceles de mujeres.
LEONERA
Dirección: Pablo Trapero.
Intérpretes: Martina Gusman, Elli Medeiros, Rodrigo Santoro, Laura García, Leonardo Sauma, Tomás Plotinsky.
Género: drama. Argentina, 2008.
Duración: 113 minutos.
Desde su título, el cineasta delimita su campo de visión a un claustrofóbico microcosmos dentro del mundo asfixiante de la cárcel: el ala habilitada en la penitenciaría bonaerense de Batán para las presas que cumplirán parte de su condena en compañía de sus hijos. Ahí ingresará una embarazada Julia (sensacional Martina Gusman), sobre cuya culpabilidad en un cruento crimen mantendrá Trapero una deliberada ambigüedad. Leonera no es la crónica de una culpa, sino de una supervivencia, de un proyecto de vida nacido en un infierno terriblemente verosímil que logrará abrirse paso hasta conquistar un desenlace tan provisional como cargado de promesa.
No es fácil ver Leonera: su escritura visual hiperrealista logra que el vía crucis de su heterodoxa heroína no resulte ajeno. Trapero cae de pie al recorrer los lugares comunes del subgénero para neutralizarlos y culmina su trayecto con el expediente absolutamente limpio: ni rastro del tan frecuente delito de recurrir al golpe bajo sentimental.
Babelia
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