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Gustavo Dudamel: “Los radicalismos nunca funcionan”

El nuevo director musical de la Ópera de París ve en su nombramiento una forma de “abrir camino” a las jóvenes generaciones en Latinoamérica. “Es un signo de que la música culta ha evolucionado y debe seguir haciéndolo. No puede irse encerrando en una caja cada vez más pequeña”, sostiene

Gustavo Dudamel, nuevo director musical de la Ópera de París, retratado el miércoles en Barcelona. En vídeo, el discurso de presentación de Dudamel, este viernes en los salones del Palais Garnier.Foto: JUAN BARBOSA | EFE

Durante el encierro colectivo del año pasado, Gustavo Dudamel (Barquisimeto, Venezuela, 40 años) se vio obligado a salir de la vorágine en la que se había convertido su vida. “Me permitió reinventarme, vivir todo lo que no tenía tiempo de vivir como era debido, tanto en mi vida familiar como en mi trabajo”, afirmaba el miércoles en un refinado hotel de aires neoyorquinos en pleno centro de Barcelona, un “segundo hogar” al que entró saludando al personal con efusividad, confirmando esa reputación de bonhomía que le precede y que, cosa extraña, nunca parece sobreactuada. El cambio de ritmo se pronunció cuando, en enero pasado, dejó definitivamente atrás la treintena, un cumpleaños redondo que pudo ser difícil de digerir para un hombre al que nadie se cansa de tratar como un joven prodigio, por muy grises que luzcan ya sus rizos serpentinos.

“No sé si es el cambio de década, pero antes pensaba mucho, era muy autocrítico, me autoflagelaba al salir de los conciertos. Ahora trato de encontrar un equilibrio que me permita sentirme pleno”, suelta sin preámbulos Dudamel, recién nombrado nuevo director musical de la Ópera de París. Durante las próximas seis temporadas, compaginará este cargo con el de jefe de la Filarmónica de Los Ángeles, institución que encabeza desde 2009.

“Lo hago porque sé que puedo hacerlo. Es una oportunidad para mi desarrollo artístico, que será mucho más consistente, más completo. Sigo siendo joven, pero ya no es la juventud de los 20 años. Es un buen momento para asumir este reto”, dice el director, que acaba de concluir las 11 representaciones de su Otello en el Liceu. A partir de ahora tendrá dos reinos, uno en cada continente, pero también una vida paradójicamente más tranquila. “Serán viajes más largos, de dos o tres meses cada vez, y ya no una semana en cada ciudad. Como familia llevábamos tiempo buscando la estabilidad en los dos lados”, afirma Dudamel, pareja de la actriz María Valverde, que asegura que tendrán un tercer pie en Madrid, donde vive su familia política. El director aún no tiene casa en París, pero ya se ha puesto a aprender francés, un idioma que “tiene su complejidad”, pero que este “negado para las lenguas” dice sentir “cercano”.

Es una de las deficiencias de las instituciones artísticas: seguimos creyendo que el público debe venir a nosotros y no al revés

Al frente de la Ópera de París, su proyecto consistirá en alternar “títulos importantes de la historia de la ópera con un nuevo repertorio, creando un equilibrio entre lo tradicional y lo nuevo”. Una línea similar a la que desarrolló con éxito en la Filarmónica de Los Ángeles, aunque en París tendrá que primar lo lírico ante lo sinfónico. “Aun así, no vengo con la voluntad de repetir la misma receta, porque no me apetece y porque son lugares muy distintos. Lo que sí puedo hacer es usar lo que he aprendido e implementar cosas de las que me siento orgulloso”, expone. En su primera temporada, dirigirá Turandot y Las bodas de Figaro, una en cada una de las dos salas de la Ópera de París, la sede histórica del Palais Garnier y la fortaleza ochentera de la Bastilla. También ha programado conciertos sinfónicos de Ravel, Mozart, Berlioz, Mahler o Boulez, que le permitirán “encontrar un sonido” junto a su nueva orquesta. Luego vendrán “los nuevos compositores y las óperas nunca representadas”, los proyectos con artistas de otras disciplinas y músicos pop, como los que ha desarrollado en Los Ángeles, que aspira a poner en escena fuera de esas dos sedes oficiales. “Romper esas barreras es la mejor forma de hacer que el público se acerque”, afirma Dudamel. “Es una de las deficiencias de las instituciones artísticas: seguimos creyendo que el público debe venir a nosotros y no al revés”.

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La génesis de su nombramiento se encuentra en su primera y, hasta la fecha, única colaboración con la Ópera de París, donde dirigió La Bohème de Puccini en 2017 con una polémica puesta en escena de Claus Guth, que decidió situarla en un futuro distópico. “Hubo una conexión maravillosa con la orquesta y el coro. Fue una de mis experiencias operísticas más especiales, hasta el punto que ha terminado así de bien”, recuerda Dudamel. La oferta no se concretó hasta que Alexander Neef, alemán de 46 años y discípulo del fallecido Gérard Mortier, fue nombrado el año pasado máximo responsable de la institución en sustitución del incombustible Stéphane Lissner, al borde de la jubilación. Su perfil de superestrella y su soltura en distintos registros impulsaron la candidatura de Dudamel, pero también el buen recuerdo que había dejado en los músicos de una orquesta conocida por su aspereza humana. ¿Por qué cree que les gustó tanto? “Vieron el respeto que existe por mi parte hacia los artistas con quien trabajo. Y una flexibilidad, porque no soy una persona impositiva. Soy riguroso, pero sin que haya imposición”, dice Dudamel tras unos segundos de titubeo, deteniéndose en el umbral de la inmodestia. “Crecer en el ambiente donde crecí es una fortuna gigantesca. Me hizo consciente de la importancia del músico en la orquesta, de la exigencia expresada a través del entendimiento y nunca de la obligación”, añade sobre su formación en el Sistema, la revolucionaria organización de orquestas públicas en Venezuela. “Apuesto por un liderazgo donde todo el mundo se sienta representado. Tiene que haber un guía y tú tienes que sentirte guía, pero hay formas de decir las cosas. Otros pegan tres gritos. Yo expongo mis críticas en el marco de una reflexión, lo que en realidad puede ser más duro, más laborioso”, admite.

Dudamel, durante la entrevista.
Dudamel, durante la entrevista.JUAN BARBOSA

¿Cuajará el método Dudamel, partidario del ensayo como una coproducción entre el maestro y sus músicos, en uno de los templos más turbulentos del arte lírico europeo? Su flamante director conoce el largo historial de conflictos en esta institución, donde han abundado las tensiones y las huelgas. Su amigo Benjamin Millepied, otro angelino de adopción, tiró la toalla tras solo dos años al frente del ballet de esta misma Ópera, incapaz de impulsar la renovación que deseaba. Él dice que le da respeto, pero no miedo. “Si tuviera miedo, habría dicho que no. No me expondría a esto, y aún menos en un momento tan complejo”, asegura Dudamel, que asume la dirección de una institución que perdió 45 millones de euros por las anulaciones de 2020 y que se encuentra, según sus propios responsables, al borde la quiebra. “Suelo ver las dificultades como oportunidades. Si hay problemas, habrá que solucionarlos. Después, no siempre tenemos que estar de acuerdo en todo. De las ideas antagónicas puede salir algo maravilloso”, apunta.

No sé si es el cambio de década, pero antes pensaba mucho, era muy autocrítico, me autoflagelaba al salir de los conciertos

Cuando Stéphane Lissner fue nombrado en el cargo de director en 2014, lanzó un mensaje rotundo: “Hay que provocar intelectualmente”. Abrió su primera temporada con un montaje de Moisés y Aarón, la impenetrable ópera de Schönberg con puesta en escena de Romeo Castellucci, ese eterno agitador adorado en los cenáculos parisienses. Al ser escogido como su sucesor, Neef usó palabras distintas: “Habrá una evolución, no una revolución”. Dudamel se inscribe, sin lugar a dudas, en esta segunda vía. “La palabra evolución es fundamental. A través de la evolución también se puede provocar”, sostiene. “A veces, queremos que los procesos de cambio sean inmediatos. Pero, a veces, cuando se hacen así, no se entienden, porque no tienen profundidad y se desvanecen. Es como reparar algo a medias: dura un tiempo, pero acaba saliendo más caro. La transformación debe responder a un proceso de pensamiento colectivo, de intercambio de ideas, de mayor solidez”. Eso no significa que se vea a sí mismo como un hombre de consenso: “No todo lo que hagamos tendrá que gustar a todo el mundo. Dejar espacio para un diálogo entre comodidad e incomodidad me parece sano, pero no creo en los radicalismos, porque nunca funcionan en ningún aspecto del desarrollo de la humanidad. Lo radical nunca trasciende, nunca deja una base”.

Un americano en París

Su nombramiento convierte a Dudamel en uno de los primeros latinoamericanos, junto al argentinoisraelí Daniel Barenboim, al frente de una gran ópera europea y demuestra que existen otros caminos para conquistar la excelencia que el modelo vienés del conservatorio y su culto al solista. “Esos tiempos han cambiado... un poco. La música es muy importante en mi país, pero no es comparable con los lugares donde nació y se desarrolló. Dicho esto, el Sistema ha ido un ejemplo de transformación de la enseñanza en muchos puntos del mundo, incluidos los propios conservatorios”, considera. El fruto de esa pedagogía alternativa llega ahora al corazón de la Ópera de París. ¿Significa eso que la música culta ha cambiado para siempre? “Es un signo de que ha evolucionado y creo que debe seguir haciéndolo. No puede irse encerrando en una caja cada vez más pequeña. Hay que protegerla y respetarla, pero también permitir que cambie con los tiempos”.

La música es muy importante en mi país, pero no es comparable con los lugares donde nació y se desarrolló

¿Es el triunfo de este americano en París una revancha histórica del nuevo mundo sobre el viejo? “No podría decir eso…”, dice Dudamel a carcajada limpia. “Pero sí hay un simbolismo importante, ya que transmite un mensaje positivo a una nueva generación. Algunos vamos delante abriendo camino para que otros puedan seguirnos. Y yo tampoco he llegado aquí de la nada: soy el resultado del desarrollo de un sistema que me precede”. ¿Qué diría su maestro, José Antonio Abreu, fundador del Sistema, si le llamara para anunciarle esta buena nueva? “Estaría feliz. Mejor dicho, está muy feliz. Hablo con él a menudo”, dice sobre su mentor, fallecido en 2018. Sus desacuerdos con el régimen de Nicolás Maduro impidieron que acudiera a su funeral en Venezuela, que no pisa desde hace años. “Pero voy a volver pronto, lo antes posible”, jura Dudamel con trémolos en la voz. “Me duele mucho la situación, pero tengo fe en mi país y sé que saldrá de esta coyuntura. Hay que encontrar puntos de encuentro al margen de la política, en la propia sociedad. La gente está hastiada. Quieren vivir y no sobrevivir”.

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Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.

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