La violencia enquistada que muestra el cine latinoamericano
La colombiana 'Monos', premiada en Sundance, y la guatemalteca 'Nuestras madres', Cámara de Oro en Cannes, reflejan el sufrimiento provocado por décadas de matanzas en su continente
Unos adolescentes guerrilleros colombianos encerrados en las montañas con una rehén estadounidense y sin otra cosa que hacer más que creer los amos del mundo. Un joven forense que intenta ayudar a esposas, madres, hermanas de desaparecidos enterrados en fosas comunes durante los 36 años de lucha armada en Guatemala. Durante décadas Latinoamericana ha estado ahogada en baños de violencia, de asesinatos y torturas, de dictaduras y guerrillas a cada cual más violentas. Este viernes se estrenan en España, tras pasar ambas por el certamen de San Sebastián, dos películas que iluminan, desde sitios muy distintos, esa situación: la colombiana Monos, de Alejandro Landes, que ha ganado, entre otros galardones, el premio especial del Jurado en la sección de cine mundial de Sundance, y la guatemalteco-belga Nuestras madres, de César Díaz, Cámara de Oro del pasado Cannes –mejor película de un debutante en cualquier sección del certamen– y que fue la elección belga a los Oscar.
"Mi familia materna es de Medellín, y como tantas otras ha sufrido la violencia desde muchos frentes, porque no hay líneas de batalla claras", recuerda Landes (São Paulo, 39 años). El abuelo paterno de Landes era californiano y participó de soldado raso en la Segunda Guerra Mundial, en Europa. "Y había algo en aquella guerra muy claro: banderas, uniformes, líneas morales marcadas... Hoy ya no es así: los conflictos bélicos como Irán, Afganistán o Siria se pelean desde la retaguardia, con operaciones clandestinas, robots, sombras... Tu aliado mañana es tu enemigo. Por eso a la gente le gusta ver películas de la Segunda Guerra Mundial, porque no les gusta la ambigüedad moral", insiste el director, que debutó con el documental Cocalero (2007), sobre el cultivo de la hoja de coca y la primera campaña presidencial de Evo Morales, en Bolivia. Monos es su tercer largometraje, marcado por sus reminiscencias a Apocalypse Now.
A César Díaz (Ciudad de Guatemala, 41 años), la historia le atañía directamente, aunque tuvo que buscar financiación y equipo al otro lado del mundo, Bélgica, país que incluso envió Nuestras madres a los Oscar como representante suya. "Fue un recordatorio de que aunque seas de varios continentes, puedes compartir historias y sentimientos", cuenta el cineasta, que ha vivido en Bélgica, sobre todo, aunque también en otros países. "Guatemala no ha enviado a nadie, pero yo no podía, porque el presupuesto de mi filme no es ni el 20% guatemalteco, regla a cumplir en mi país. En cambio, Bélgica me ayudó mucho en la campaña". Díaz barruntaba cómo hablar de sí mismo cuando encontró la clave: "Yo buscaba localizaciones para un documental en una ciudad que sufrió masacres durante la guerra civil. Las mujeres de aquella ciudad empezaron a contar historias y eso me conmovió. Entendí que había encontrado el marco para otra historia que tiene que ver conmigo: la relación entre una madre y su hijo, la búsqueda del padre. Y las mezclé. Desde lo personal pasé al dolor general".
Para Alejandro Landes, la semilla nació de otro lado: "La guerra nos cataliza y la adolescencia nos marca", por lo que decidió mezclarla en una película "sobre conflictos bélicos modernos". Y así juega con la doble vertiente: chavales que quieren ser aceptados en un grupo y que a la vez son guerrilleros que desean ser admitidos en un engranaje ideológico. "Para lo mismo en la guerrilla y en los paramilitares, y por ello no señalo a qué bando pertenecen", apunta el cineasta. "Cuando yo hice la investigación, hablé con chicos que habían militado en ambos lados. Porque la vida les llevó así. Y leí relatos de rehenes que estaban impresionados por el paisaje en el que estaban retenidos y al mismo tiempo sufrían un secuestro. Sitios donde se difumina el paraíso y el infierno. Yo quería entrar en el lugar más común en Colombia: rodar una película de secuestros, pero apostando por mostrar como hasta ellos están secuestrados. He estado todo el rato manipulando juegos de espejos".
Los genocidios dejan marcas en cualquier lugar. En Nuestras madres el protagonista, el joven forense que intuye que ha encontrado a su padre entre un montón de masacrados, choca contra la imposibilidad de abrir la fosa común al encontrarse en un terreno privado. "Yo he leído mucho y visto el cine del camboyano Rithy Panh. Y él me premió en Cannes", explica Díaz. "En Camboya, en mi país, en España hay claros esfuerzos de esconder la historia porque, aseguran, es el pasado. Pues no es así, no es el pasado cuando tienes gente que está sufriendo y buscando sus respuestas. Víctimas que viven en un limbo emocional, de los que el Estado debería de sacarlos. Me parece terrible que los estados no se responsabilicen de esa búsqueda. Malditos pactos de silencio".
En Monos hay personajes irreales que se basan en personas reales. Como Pitufo, el instructor. "Yo lo escribí sin más, y encontré en un campo de readaptación a la sociedad a Deiby Rueda, un enano que entró en las FARC con 11 años, y llegó a ser uno de los más temidos en la columna móvil Teófilo Forero, los más salvajes. Desertó a los 24 años, antes del Acuerdo de Paz", recuerda Landes. "Rueda es un estudioso de la guerra, y me ayudó en la formación de los actores, hasta que me quedó claro que el personaje sería para él". En Colombia, se enorgullece Landes, la película se estrenó en verano, provocando debates y triunfando en taquilla: "Justo pasó en la realidad lo que mostraba en pantalla: que se escindieron los guerrilleros y algunos se negaron a la paz. Es difícil alcanzar la paz en Colombia, pero espero que el debate político suceda sin armas".
César Díaz está de acuerdo en esa perspectiva: "Aún hoy, parece que hablar de derechos humanos solo conlleva más violencia. Tenemos que superar las armas, hablar con los documentos abiertos, debatiendo, restaurando. Siento que esto nos queda lejos a muchos países latinoamericanos".
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