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El hombre que era jueves
Columna
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Aunque Moscú sea una isla lejana

‘Bouvetoya’ se presentará, por dos sesiones, en el Teatro Municipal de Girona

Marcos Ordóñez
Imagen promocional de 'Bouvetoya'.
Imagen promocional de 'Bouvetoya'.David Ruano

El pasado verano, en plena pandemia, Cristina Genebat, Julio Manrique, Ivan Benet, Mireia Aixalà, Marc Rodríguez, Andrew Tarbet y Xavier Ricart se lanzaron a montar una multihistoria de extraño nombre, Bouvetoya, como la isla antártica homónima, que se presentó estos días (de momento solo por dos sesiones) en el Municipal de Girona, corazón de Temporada Alta, por encargo de Salvador Sunyer. “Ha sido un trabajo más grupal que nunca”, me contó Manrique, coautor en cuarteto (con Genebat, Benet y Sergi Pompermayer), “pero con la participación de otros compañeros y sus historias, ficticias y reales, incluyendo a la madre de Andrew, que tiene 80 años y vive en Boston”.

Habla Genebat: “Nació como un homenaje al teatro, y en los ensayos nos hemos pegado unas lloreras tremendas”. Gracias a la compañía voy reconstruyendo la aventura. Se entremezclan las voces narrativas de los oficiantes: “Pasa en el 2026. Se supone que ha habido una nueva y tremenda pandemia. Y que han dejado morir el teatro: no podemos soportar que mucha gente pierda la necesidad de hacerlo. Ensayar teatro es como viajar a una isla remota: las metáforas de subir a bordo, formar una historia, enlazar relatos tras relatos… Sí, ese es el viaje a Bouvetoya. Por supuesto que existe. Andrew se puso en contacto con Jason Rodi, un navegante que visitó la isla real; envió un video a su hija, y también enterró para ella en la isla una cápsula del tiempo”.

“Los personajes que ya no pueden seguir haciendo teatro”, dicen Genebat y Manrique, casi al alimón: “En uno de los episodios viven el ‘síndrome Bradbury’: han de aprenderse los cuentos y grabarlos en la memoria para preservarlos. Claro, ese pasaje está dedicado a Ray Bradbury. Mezclamos a sus criaturas con nuestras historias de teatreros luchando con la angustia de sentirse innecesarios”. Manrique: “Yo querría ver la obra en Barcelona aunque fuesen solo tres o cuatro días. En un teatro, con arrugas, con alma, con vida bajo el escenario”.

Genebat me cuenta, igualmente apasionada, que en diciembre volverán al Lliure. En 2017 estuvieron con un espléndido montaje de L’ànec salvatge, de Ibsen, en Montjuïc, y en breve estarán en el de Gràcia con Les tres germanes, un gran Chéjov. La versión la firman Genebat, Marc Artigau y Manrique, que también lleva la dirección. “Queríamos respetar la estructura, pero con elementos intemporales. No hay duelo con Tusenbach, por ejemplo. Ni es lo mismo anhelar ir hoy a Moscú, que hace dos siglos parecía una isla lejana, casi un sueño. ¿Reparto? Yo soy Olga, la mayor –dice Genebat–. Masha es Maria Rodríguez. Irina, la pequeña, es Elena Tarrats. El hermano es Marc Rius. Natalia, su mujer, es Mireia Aixalà. El marido de Masha es Jordi Rico. El doctor Chebutikin es Lluís Soler. Anfisa será Carme Fortuny. Y Tusenbach, Joan Armagós”.

Me vuelven unas frases de Salvador Sunyer, director de Temporada Alta: “Hay que sacar adelante el teatro para que no desaparezca del imaginario pero, sobre todo, para que la gente del oficio pueda seguir trabajando”.

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