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68º FESTIVAL DE CINE DE SAN SEBASTIÁN
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una película demencial se lleva casi todo el pastel

La Concha de Oro a la georgiana ‘Beginning’, añadidos los premios a la mejor dirección, guion y actriz, me descoloca hasta extremos hilarantes

Fotograma de 'Beginning'.
Fotograma de 'Beginning'.
Carlos Boyero

Esta edición tan meritoria del festival de San Sebastián ha sido clausurada con una bonita, luminosa y trágica película. Es El olvido que seremos, dirigida por Fernando Trueba y que adapta una novela de Héctor Abad Faciolince que todavía no he leído, de la que hablan con estremecimiento todos los que lo han hecho. A Fernando le gustaba mucho, como a todos los que no son frígidos emocionales, la memorable película de Robert Mulligan Matar a un ruiseñor. La protagonizaba un hombre bueno, justo, firme, tolerante, valiente, racional, defensor de los derechos de los débiles, con sabiduría vital. Y de la entrañable relación que mantenía con sus hijos. Me recuerda al protagonista de El olvido que seremos. Trueba habla de la felicidad familiar, de la alegría de vivir, de que todo dios se sienta querido y acompañado. Y de la pérdida, de que la muerte, por enfermedad o asesinato, reclame su maldita cuota de inconsolable dolor. Es alentador que alguien siga hablando de los buenos sentimientos, tan devaluados ellos. Javier Cámara hace una creación magistral de ese personaje conmovedor, de alguien que no quiere ni puede renunciar a exponerse al peligro que implica defender a los menesterosos, pedir justicia, buscar soluciones, un tipo honesto, incomprable y humanista al que la derecha consideraba un subversivo y la izquierda radical un aliado del fascismo. Es una película que expresa muy bien variados sentimientos, que contagia en algunos momentos auténtica emoción.

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Me gustaría dedicar más espacio a escribir de lo que me gusta, pero la ingrata obligación de comentar el palmarés se impone. Llevo 35 años visitando los festivales de cine. O sea, tengo lamentable experiencia en constatar bastantes disparates y aberraciones directas en la concesión de premios. Pero la Concha de Oro a la película georgiana Beginning, añadidos los premios a la mejor dirección, guion y actriz, me descoloca hasta extremos hilarantes y juro que no he ingerido ninguna sustancia que me haga alucinar. Nunca he considerado la extravagancia como una virtud y creo que la idiotez no es algo banal, sino muy peligrosa. Les comentaba el otro día que solo pude resistir la mitad de su metraje. Que necesitaba salir a la calle y respirar después de un plano fijo de diez minutos mostrando el rostro de la protagonista tumbada en la hierba y sin que este reflejara nada especial. O sea, que igual la hora que restaba era la bomba, pero sospecho que solo apta para masoquistas. Si este bodrio psicologista consigue ser distribuido en España por alguien con vocación suicida y la ven ustedes, podrían contarme el final. Es posible que compartieran mi pasmo. Y que exigieran el libro de reclamaciones.

Presidía el jurado el señor Luca Guadagnino, autor de un cine que me resulta insoportable, aunque filmara una secuencia magnífica (la emocionante conversación final entre el padre y el hijo resaltando lo que verdaderamente importa en la vida) en la pastelera y cursi Call Me By Your Name. O sea, que puedo entender que considere una obra maestra a la experimental, inentendible y dormitiva Beginning.

He visto dos películas admirables en la sección Oficial. Y tendrán estreno comercial. Podrán comprobar lo que afirmo. Son la danesa Druk, dirigida con apabullante talento por Thomas Vinterberg y muy bien interpretada por el turbador Mads Mikkelsen y otros tres actores. La otra es el documental Clock Of Gold, centrado en quien fuera el alma de The Pogues, Shane MacGowan. Se han tenido que conformar con el premio al cuarteto de actores daneses y el Premio Especial del Jurado al documental. No necesitan galardones. Le bastará con encontrar un público receptivo, en posesión de paladar. La calidad no precisa del reconocimiento de un jurado demencial.

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