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Canciones robadas
Columna
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Historias de perdición

'The house of the rising sun', de The Animals, es un caso ejemplar del músico listo que despluma a sus compañeros con la complicidad del negocio musical

Diego A. Manrique
The Animals, en Bath (Reino Unido) el 4 de julio de 1964.
The Animals, en Bath (Reino Unido) el 4 de julio de 1964.Getty

Lo cuenta Christopher Hitchens en su biografía, Hitch-22. Situación: noche de verano en Balliol, su exclusivo college de Oxford. Se ha relajado la disciplina y el director permite que un conjunto formado por alumnos actúe en el campo de críquet. Todo va plácidamente hasta que tocan una versión “bastante potente” de The house of the rising sun, el éxito de The Animals. Así describe el futuro polemista lo que ocurrió:

“De repente, fuimos invadidos por una multitud de chicos (e incluso chicas) de los alrededores. Cruzaron unos límites sociales y geográficos que nunca habían transgredido, descubriendo que era deliciosamente sencillo. De todos modos, se comportaron con educación y curiosidad; hasta mis peores contemporáneos reaccionaron con cortesía y tolerancia. Hubo cierta confraternización hasta que las autoridades del college vieron lo que podía pasar y cortaron la electricidad a los instrumentos. Solo entonces, ya demasiado tarde, apareció la policía”.

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Hitchens, empapado de cultura grecolatina, imaginó que se repetía el episodio de Orfeo con su lira, amansando a las fieras del bosque. “Fue un tiempo después cuando pensé: no, idiota, lo que viste y oíste fue el comienzo de los sesenta”.

El mundo al revés: los cachorros de la clase dominante imitando a músicos proletarios. The Animals venían de Newcastle, una de tantas ciudades norteñas donde la Revolución Industrial ya era arqueología urbana. Su vocalista, Eric Burdon, recordaba haber crecido viendo las oxidadas grúas del río Tyne como intimidantes criaturas prehistóricas. The Animals pertenecían a una generación apasionada por la música afroamericana pero también abierta al folk hecho con guitarra de palo. Del primer elepé de Bob Dylan sacaron las caras A de sus primeros lanzamientos: Baby let me follow You down y The house of the rising sun. Ambas fueron radicalmente transformadas. Mientras la primera era puro ritmo lúbrico, la segunda alcanzó una rara grandeza: la amarga crónica en primera persona del eclipse de un tahúr alcohólico, desgranada entre arpegios de guitarra y un solemne órgano Vox.

Aparte de la electrificación, la novedad es el protagonista: solía cantarse desde el punto de vista de una prostituta, que lamenta sus años perdidos en un burdel de Nueva Orleans, supuestamente conocido como La Casa del Sol Naciente.

Hubo magia: se grabó en una sola toma y nadie quiso volver a intentarlo, a pesar de que sus 4,29 minutos podían asustar a las emisoras, habituadas a radiar canciones que duraban aproximadamente la mitad. Y llegó el momento del papeleo. El grupo tenía pactado firmar el tema como tradicional, arreglado por los cinco miembros. El mánager puso reparos: “Demasiado largo. ¿Qué tal si ponemos uno y luego os repartís las regalías”. Alguien sugirió que, por orden alfabético, se atribuyera al teclista, Alan Price. Aceptado.

Lo que no imaginaron los otros cuatro pardillos es que así quedó registrado en la sociedad de autores. Un año después, por sorpresa, justo antes de una gira, Alan Price dejó a los Animals. Para trabajar como solista, explicó. Y para no tener que dar explicaciones a unos compañeros a los que había desvalijado: había decidido quedarse con todo el copyright.

Hablamos de millones. La sísmica grabación de The Animals ha sido utilizada en centenares de recopilaciones, en publicidad, en el cine (recuerden Casino, de Scorsese). Encima, las versiones posteriores de The house of the rising sun llevan la firma de Alan Price, aunque usen un arreglo totalmente diferente, como la grabación aflamencada de Santa Esmeralda, reciclada por Tarantino para Kill Bill.

Da lo mismo. Todas terminan engrosando la fortuna de Alan Price, supuestamente un hombre de convicciones socialistas. Siempre ha rehusado hablar de su apropiación, excepto para recordar un episodio de los inicios, cuando le robaron un Wurtlitzer y el resto de los Animals se negó a pagarle un nuevo piano eléctrico. En un par de ocasiones, Price ha participado en reuniones de The Animals. Los otros aprovecharon para rogarle que, a partir de entonces, compartiera el publishing. Ni caso.

Hacía 1982, Eric Burdon se presentó en las oficinas de su antiguo productor, Mickie Most. El tema había tenido un repunte de popularidad y esperaba cobrar un pellizco. De eso nada, le explicaron: según sus libros, era Burdon quién les debía 675 libras (730 euros). Un ejemplo impecable de ese arte llamado contabilidad creativa.

La mano larga de Bob Dylan

Hasta 1964, The house of the rising sun había salido únicamente en discos de onda folk; la interpretación más difundida fue la de Dylan. El problema: copiaba el arreglo de Dave Van Ronk, que pensaba grabarla y consideraba que la versión dylaniana tenía "toda la sutileza de un neandertal trabajando con un hacha de piedra". El enfrentamiento fue la comidilla del Greenwich Village, hasta que hicieron las paces. Durante sus primeros años, muchos colegas denunciaron las rapiñas de Dylan, que debió pagar compensaciones a Jean Ritchie o Paul Clayton. Otros quisieron resolverlo a puñetazos pero Bobby ya era inaccesible.

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