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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El nuevo documental de Scorsese y Dylan en Netflix: La gran máscara

El cineasta firma un retrato del músico en el que mezcla realidad y ficción para contar una de sus grandes giras

Bob Dylan en 1975. En vídeo, el tráiler de 'Rolling Thunder Venue'.
Fernando Navarro

Ojo, primer spoiler: Bob Dylan no siempre dice la verdad. Segundo: Martin Scorsese tampoco. El propio Dylan lo reconoce en un momento de Rolling Thunder Revue, el documental estrenado este miércoles en Neftlix, donde Scorsese, el director, cuenta los entresijos de la irrepetible gira que llevó al músico a recorrer Estados Unidos a mediados de los setenta con una caravana de artistas de toda condición. “Cuando alguien lleva una máscara, te dice la verdad. Cuando no la lleva, es poco probable que la diga”, asegura Dylan frente a la cámara, sin máscara y con su característica mirada huidiza y su sonrisa pícara.

El esperado documental de Scorsese es una fabulosa mezcla de realidad y ficción. Las primeras imágenes no son de él, sino de un truco de magia de una película de Georges Méliès donde un mago hace desaparecer a una mujer. Scorsese está diciendo que todo lo que sigue será un truco muy elaborado. De hecho, mucha prensa ya ha caído en las trampas de este documental casi falso.

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No es verdad que Sharon Stone, estupenda actriz, conociese a Dylan en mitad de la gira cuando era una adolescente. Ni que le colase en un concierto con su madre ni le tocase en el camerino al piano Just Like a Woman. Es una forma de Dylan y Scorsese de explicar cómo, a veces, funcionan las musas en el arte. Todas las fotos de ella y Dylan juntos son trucadas, como esa declaración del músico diciendo que “era muy guapa pero muy joven” cuando la conoció.

Tampoco es verdad que el músico asistiese a un concierto de Kiss en Queens porque la violinista Scarlet Rivera era la novia de uno de la banda. Es una forma absurda de explicar la inspiración de su peculiar máscara blanca durante la gira, sacada de una antigua película francesa y del teatro tradicional japonés. Tampoco el promotor Jim Gianopulos se hizo cargo de la gira ni existió el congresista Jack Tanner. Ambos sostienen el relato de que todo aquello fue una vocación artística y no una comercial o política. Pero la más chocante de las invenciones es Stefan van Dorp, el supuesto director que contrató Dylan para rodar un documental de la gira que nunca vio la luz. Realmente, ese material de este personaje interpretado por un cómico -y que es imprescindible para entender la riqueza visual de esta cinta de Netflix- forma parte de las imágenes que el músico captó para su película Renaldo y Clara, un filme que Scorsese nunca menciona en Rolling Thunder Revue.

Pero el trasfondo es realidad. En otoño de 1975, Dylan se lanzó a una de sus aventuras artísticas más fascinantes. Aquella gira sirvió para que el autor de Like a Rolling Stone recuperase el contacto con la carretera, pero de forma diferente al resto de estrellas del momento, cuando el paisaje estaba dominado por las bandas de estadios. Dylan montó un grupo itinerante, sin miembros fijos, con colaboradores esporádicos y sin apenas ensayos y recorrió Estados Unidos en autobuses improvisando sobre la marcha las actuaciones en pequeños aforos. La mayoría de los participantes no sabían ni dónde ni cuándo iban a tocar en conciertos que podían durar cuatro horas y eran baratos ya entonces: 7,5 dólares.

Se bajaban del autobús —conducido por Dylan en varias ocasiones— y se subían al escenario. Allí podía estar Joan Baez, Roger McGuinn (de los Byrds), el poeta Allen Gingsberg o gente que se sumaba según la ciudad como Patti Smith, Joni Mitchell, Ramblin’ Jack Elliot, Robbie Robertson y Rick Danko de The Band, Arlo Guthrie, Gordon Lightfoot o Richie Havens. Más que una banda de rock, eran un circo. Una tropa que, con un Dylan al frente con sombrero de flores, pañuelo gitano y la cara pintada de blanco como un actor del tradicional teatro japonés kabuki, buscaba recuperar el romanticismo del directo, esa llama original de los espectáculos primitivos (los minstrels estadounidenses) donde el truco de magia estaba en la interpretación radical.

Bob Dylan y Allen Ginsberg, en la tumba de Jack Kerouac en Massachusetts, en un instante de 'Rolling Thunder Revue'
Bob Dylan y Allen Ginsberg, en la tumba de Jack Kerouac en Massachusetts, en un instante de 'Rolling Thunder Revue'

“La gira no significó nada. Pasó hace tanto tiempo que ni había nacido. No recuerdo nada”, confiesa un Dylan actual, cercano a los ochenta años y sonriendo al principio del documental. Rolling Thunder Revue es una cinta donde su propio mito está disfrazado bajo el carácter de una obra documental. Si el espectador no es un conocedor de la obra y milagros del protagonista, es difícil descubrir que la historia está llena de trampas; todas, eso sí, en busca de la esencia de una gira que acabó derivando en una filosofía. “La vida no trata de encontrar nada ni de encontrarse a sí mismo. Trata de crear, de crearse a sí mismo constantemente”, concluye Dylan.

Ahí está la clave: la creación. La gira Rolling Thunder Revue, que también se celebra ahora con una enorme caja de 14 discos con conciertos completos, ensayos y rarezas, fue otra odisea de Dylan en la búsqueda de una nueva interpretación de sí mismo, sin atender a las expectativas de nadie. Y Scorsese, a su servicio y siendo un aliado, obvia hablar de las montañas de cocaína que corrieron en esa gira y de Sara, la mujer de Dylan, madre de sus hijos y personaje esencial para entender la energía desgarradora que le movía sobre el escenario. Su relación llegaba a su fin y Dylan, que le dedicó el disco Desire que estrenó en esa gira, se entregó a su música y a las mujeres que se le cruzaban por el camino.

Ya a finales de los sesenta el músico, que se despojó del calificativo "mesías" como si se quitase de una camisa de fuerza, confesó: “Solo llevo la máscara de Bob Dylan cuando necesito llevarla”. Al final, después de que Allen Gingsberg invite a los espectadores a poner atención en "en virtud de su meditación y su belleza" para alcanzar su "propia eternidad", suena Knockin on Heaven’s Door y un hombre se pone una máscara en una película antigua. Luego, se ven todas las fechas de los conciertos de Dylan desde 1975 hasta hoy. Es su música, esa gira interminable, ese premio Nobel de Literatura siendo un músico, ese hombre riéndose de su mito, ese judas judío creyendo en Dios, ese trovador actuando y cantando todavía y por siempre. Es el comienzo de la Rolling Thunder Revue y la conclusión sin final de dos genios, Dylan y Scorsese, conjurándose al arte, esa bella mentira al servicio de la verdad.

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Sobre la firma

Fernando Navarro
Redactor cultural, especializado en música. Pertenece a El País Semanal y es autor de La Ruta Norteamericana. Ejerce de crítico musical en Cadena Ser. Pasó por Efe, Abc, Ruta 66, Efe Eme y Rolling Stone. Ha escrito los libros Acordes Rotos, Martha, Maneras de vivir y Todo lo que importa sucede en las canciones. Es de Madrid.

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