Sexo, drogas y materiales de archivo
Del recibo de un peaje de Lou Reed al autógrafo de Charlie Parker. El rock empieza a catalogar su herencia al igual que desde hace siglos hacen el arte y la literatura
Aunque aficionados y expertos no se pongan de acuerdo en la fecha concreta, parece obvio que el rock como fuerza cultural se extinguió hace ya mucho. Sus personalidades totémicas —salvo las que perecieron en plena juventud cegadas por la mitología de una música que transformó a la sociedad occidental— han empezado a desfilar más recientemente. Y pese a que su creatividad se confinase en vida al escenario y los giradiscos, son ya candidatos a piezas de museo, como anunció en 2013 la exposición del londinense Victoria & Albert Museum David Bowie Is, todavía insuperada. Cabe pues preguntarse si sabremos conservar ese legado —no solo grabaciones e instrumentos, también papeles, fotografías, objetos, vestuario y demás parafernalia— como se hace desde siglos con el arte o la literatura.
A la viuda de Reed, Laurie Anderson, le gustó que todas sus grabaciones de campo estén en streaming
“Como historiador, la clave radica en el modo en que una colección o archivo ayudará a comprender nuestra época y costumbres dentro de uno o dos siglos”, explica Johan Kugelberg mientras deambula por las oficinas de la galería Boo-Hooray, que desde 2010 regenta en pleno Chinatown neoyorquino. “No creo que los marchantes de arte piensen como historiadores. Me gusta cómo funcionan los más avanzados directores de bibliotecas, universidades o museos que poseen colecciones especiales, en la creencia de que lo que importa es la investigación, no el valor monetario”.
Nacido en Suecia, desde 1988 residente en Estados Unidos, Kugelberg preserva, organiza y contextualiza todo tipo de material contracultural, no solo libros, fanzines y carteles. Ha comisariado exposiciones y publicado libros sobre punk y hip-hop, y ha ejercido de mediador para universidades y particulares. Muestra orgulloso un ejemplar del volumen The Velvet Underground: New York Art, con una dedicatoria de Lou Reed a su amigo Václav Havel. A la venta por 5.000 dólares: no negociables, insiste, es pieza única. “Adjudicar valor a una colección es algo totalmente arbitrario”, afirma. “Para que un archivo interese a una biblioteca o institución debe ser único o el mejor en su especie. Muy a menudo las nuevas ideas germinan en la cultura marginal. Más que los manuscritos de Bob Dylan, me interesan los de 300 folkies desconocidos que ni siquiera grabaron un disco. Así es como funciona, en mi opinión, la historia”.
A media hora de Manhattan, en una pequeña población de Nueva Jersey, reside y trabaja Don Fleming, músico de larga trayectoria (Velvet Monkeys, Gumball) y solicitado productor en los noventa (Teenage Fanclub, Sonic Youth). Hoy gestiona los vastos archivos del folclorista Alan Lomax y las colecciones de George Harrison o Lou Reed, esta última adquirida por la New York Public Library. “Lo sorprendente del archivo de Lou Reed son los papeles de su empresa Sister Ray’’, anuncia. “Recibos de gastos en gira, el comprobante del pago de un peaje en Ohio a medianoche. Todo lo que el tour manager metía en un sobre se guardó en cajas, hasta que las encontramos y examinamos. Estamos ante las pertenencias de un artista importante, en una gran discográfica, del siglo XX. Todo lo que quieras saber acerca de cómo funcionaba este negocio está ahí. Esto es lo que, para mí, hace tan interesante su archivo”.
Catalogar momentos requiere de tecnologías que van desarrollándose mientras avanza el proceso
A Laurie Anderson, viuda de Reed, le gustó la estrategia aplicada por Fleming desde hace ya tres lustros a la colección Lomax: todas sus grabaciones de campo, disponibles gratuitamente en streaming. Muchos pensaron que se reducirían los ingresos, pero ocurrió lo contrario: los sellos licencian el material y editan elepés de vinilo, las productoras cinematográficas peinan el erario Lomax para sus bandas sonoras, financiando la institución. Los archivos de Reed nacen además con ánimo de limitar la habitual burocracia. Cualquiera podrá acceder a la sala de la biblioteca donde se consultan, palpar los documentos originales, con algunas excepciones, y bucear en 600 horas de audio, próximamente también liberadas online. Escasean, no obstante, los manuscritos de sus letras.
“Fue una gran decepción que no estén, cualquier cosa que escribiese en una época determinada, alguien se las llevó o él las fue regalando”, se lamenta el imperturbable Fleming, sentado en la abarrotada pero muy ordenada cueva del tesoro que le sirve de estudio. “Lo inaudito es que guardase todo el papeleo de la empresa y ¿los originales de sus letras no? Aparecen en distintos lugares, las he visto expuestas; nos contactó una mujer que trabajó para él, tiene algunas y se las devolverá a Laurie. Nos gustaría averiguar dónde está el resto y poder identificarlas, saber por lo menos que existen. Probablemente la New York Public Library organice una exposición en los próximos dos años”.
Muy distinta es la política que siguen los herederos de George Harrison. Fleming colabora con el responsable del archivo del beatle, visita dos veces al año Friar Park —la mansión gótica en Oxfordshire donde reside su viuda— para crear bases de datos con lo catalogado. “Está todo organizado internamente, pero no se planea que vaya a ninguna parte o sea mostrado en público. George tenía su propio estudio y maquetaba él mismo los temas en multipistas; de ese ingente material surgirán nuevos lanzamientos discográficos. Hacemos todo este trabajo de catalogación para en el futuro poder mostrarlo, pero no hay prisa. Se ha hablado de una exposición: solo su vestuario ya resulta asombroso. Y algo habrá que hacer en 2020, el cincuentenario de All Things Must Pass”.
“Siempre gravitaré hacia las subculturas, el underground”, afirma Johan Kugelberg
En otro extremo está Kugelberg. No le interesa el mainstream, prefiere negociar con el guardarropía de Klaus Nomi y un autógrafo de Charlie Parker, las noveluchas eróticas de Ed Wood o una bien conservada unidad del primer walkman Sony. “Siempre gravitaré hacia las subculturas, el underground”, afirma animoso. “Acabo de hacerme con una colección de rock underground de México, una escena que apenas tiene presencia en Internet ni trayectoria periodística. Me eduqué como historiador, por lo que constantemente trato de averiguar qué será o debería ser recordado dentro de 100 años. Tengo claro que The Velvet Underground serán reconocidos en un futuro en el que Grateful Dead y The Who habrán sido olvidados. Los pintores renacentistas más celebrados quizá no fueran los más populares en su época’’.
Catalogar y conservar momentos tal vez insignificantes en vida de sus dueños, pero hoy preñados de información, requiere de nuevas tecnologías que van desarrollándose a medida que avanza el proceso. “Hay retos que tienen que ver con el material de audio y vídeo, cómo permites que la gente acceda a ello”, reconoce Fleming. “Hemos propuesto crear una sala de escucha donde se pueda oír la música en alta fidelidad y a máxima potencia, como le gustaba a Lou. Otras bibliotecas ya disponen de salas de inmersión y hay compositores creando piezas para ese espacio concreto. Será muy interesante ver qué ocurre con todo ello”.
El objetivo es primar la experiencia sobre la observación distante, al tiempo que se acumula un material físico que, según los pesimistas, podría perdurar mientras sus réplicas digitales se esfuman. El futuro es cada vez más impaciente.
Dylan en Tulsa
Un millonario del petróleo y filántropo, George Kaiser, es el responsable de que la Universidad de Tulsa, Oklahoma, custodie el masivo The Bob Dylan Archive, marca registrada que acoge más de 6.000 objetos. Sobresale un amplio surtido de letras manuscritas, con revisiones y notas, que ofrecen una perspectiva íntima de los procesos creativos del discutido Nobel. La colección abunda en ensayos, poemas, correspondencia, apuntes autobiográficos y filosóficos, además de fotografías, contratos, partituras, registros de sesiones de grabación. Y, por supuesto, el grueso de sus cintas master, películas y vídeos. La idea es atraer turismo a Tulsa y facilitar trabajos de investigación académica o periodística. Convenció al elusivo artista la adquisición de los archivos de Woody Guthrie, nacido en Oklahoma, por parte de la misma fundación.
"Soy uno de los 50 artistas invitados a pasar una semana en Tulsa, examinando los archivos para elegir un objeto y escribir un ensayo sobre el mismo", cuenta Lee Ranaldo a EL PAÍS. "Cuando se inaugure el Bob Dylan Study Center, su primer catálogo lo conformarán los textos e imágenes escogidos por los participantes. Huelga decir que, como fan de Dylan, es emocionante haber sido elegido". Junto al ex Sonic Youth vivirán la experiencia Richard Hell, Rosanne Cash, Elvis Costello, Rachel Kushner, Richard Prince, Amanda Petrusich o los expresidentes Carter y Obama. En este caso, se requisarán móviles para evitar fotografías y se usarán guantes, en un rigor que recuerda la escena del faraónico archivo en Ciudadano Kane. La idea es generar monografías y simposios a partir del material almacenado, valioso acervo cultural del siglo pasado.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.