Cuentos contra la gentrificación
Marta Sanz y Fernando Vicente aúnan esfuerzos en el díptico ilustrado 'Retablo' que alerta sobre el fin del centro de las ciudades tal y como lo conocíamos
Malasaña ha empezado a oler a cupcake y el anticuario Blas Zulueta no puede soportarlo. El centro de Madrid era “una irreductible aldea gala, un Brigadoon”, y hoy se parece más, dice, “a un parque temático, a un shopping center”. La culpa la tiene la gentrificación, esa maldición de la metrópoli que amenaza con convertir el mundo en un puñado de ciudades con aspecto de aeropuertos. “Me apetecía dar cuenta de la transformación que noto en mi barrio, y que se está dando en todas partes”. La que habla es Marta Sanz, que acaba de publicar un díptico ilustrado por Fernando Vicente, 'Retablo' (Páginas de Espuma), que, a su manera, presenta batalla contra el fin de muchas cosas, empezando por los bares, como diría Blas, uno de sus personajes, “como Dios manda”. Es decir, los que huelen a churros.
“Mi elección es una elección militante. La grasa de los churros – grasa polimorfa, magnífica, excelente grasa sabrosa – dibuja estampados en la superficie de mi café”, relata el tal Blas. Blas es el protagonista de Jaboncillos Dos de Mayo, el segundo de los relatos incluidos en Retablo. Está enamorado de la frutera, una mujer que despacha a ritmo de AC/DC. Por las noches, Blas y Azucena, Paco y Wang, el hombre que susurra “¡Muelte a los hípsteles!”, realizan actos de sabotaje contra todo aquello que no les gusta de su barrio, porque “en lo que a nosotros respecta, se está acabando el mundo”.
Y efectivamente, así es. Un tipo de mundo se está acabando, y está naciendo otro, “en el que casi todo lo decimos en inglés” y en el que “las ciudades son espacios descoloridos”. Esto último lo opina Sanz, que se pone de parte de “los más desfavorecidos”, en el primero de los relatos, Extraños en un tren (versión amarilla). Las protagonistas son dos mujeres mayores que juega a intercambiar papeles como lo hicieron los personajes de la famosa novela de Patricia Highsmith que Alfred Hitchcock llevó al cine. “Mi intención es la expresar mi propia intertidumbre, mi propia incomodidad y contractura, que es la de alguien incapaz de aceptar los cambios, incapaz de adaptarse”, dice.
A todo le ve Marta Sanz el lado oscuro. “A lo que dejamos, y a lo que está viniendo”, y quizá por eso, dice, no ha podido evitar el tono satírico, cercano a sus novelas Farándula y Black, Black, Black, y el juego con el género: el negro, y el terror. “El primer relato es un homenaje a mi adorada Highsmith, y el otro, a Ambrose Bierce”, admite. El terror tiene que ver con el elemento extraño que lo nuevo imprime en el lugar conocido, es decir, todo aquello que trae la gentrificación, aquello que iguala los lugares y los convierte a la vez en algo ajeno y lejano, en sitios a los que no puede pertenecerse. Todo eso que “desdibuja la ciudad y me hace perder mis orígenes”, dice la escritora. Lo que provoca "el desarraigo" de los vecinos.
En cuanto a Fernando Vicente, el ilustrador encargado de dar vida, en lo visual, al díptico de Sanz, asegura que, si ella se inspiró en Highsmith, él lo hizo en Hitchcock, y a la vez, en el Madrid que se resiste a desaparecer. “Me fui a los alrededores de la Plaza del Dos de Mayo y los fotografié, desde la mirada del que habita el barrio”, dice. En vez de ponerse a llenar de parafina cerraduras de falsas mercerías y de hacer pintadas en centros de yoga, se diría que Sanz y Vicente hacen frente a la invasión con la palabra y el dibujo. “No vamos a quedarnos de brazos cruzados mientras nuestro territorio es invadido por seres y costumbres alienígenas”, dice Blas. Y se diría, también, que habla en nombre de ambos.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.