El testimonio del primo republicano de Franco antes de ser fusilado
El testamento del militar republicano Ricardo de la Puente Bahamonde, que se negó a rendir el aeródromo de Tetuán, sale a la luz en un nuevo libro
La balconada casa de piedra del centro de El Ferrol fue testigo mudo: Francisco le llevaba tres años a su primo Ricardo, pero aun así jugaban juntos, “como hermanos”. Vigilándolos siempre y atentas, sus madres, Pilar y Carmen, rodeadas de otros ocho chiquillos de la familia que correteaban por las amplias estancias de la vivienda. Poco más de tres décadas después, Francisco Franco Bahamonde fusiló a su compañero de juegos, Ricardo de la Puente Bahamonde. Estaba acusado de no haber rendido el aeródromo de Samia Ramel, en Tetuán, donde Franco tenía previsto aterrizar el 18 de julio de 1936 en el Dragón Rapide, procedente de Casablanca, para ponerse al frente de la sublevación. Esta pista resultaba imprescindible para el puente aéreo con la Península.
Ahora, el investigador, periodista y político del PP Pedro Corral lo ha recordado en su obra Eso no estaba en mi libro de la Guerra Civil (Editorial Almuzara), que se publicará el próximo 18, y donde reproduce por primera vez “el testamento militar del último oficial de alta graduación que se resistió al levantamiento en la zona española del protectorado de Marruecos”: Ricardo, el primo, “el que era más que un hermano”. Ni sabía que Franco estaba al frente de la rebelión ni dejó de cumplir las órdenes que le dio la República.
De las 12 cuartillas que De la Puente escribió antes de su muerte, su familia ha conservado 11. Son su alegato de defensa antes de ser condenado y que, sin embargo, no fueron incluidas en el sumario de 700 páginas. Corral lo explica: “Nunca sabremos por qué. Si porque los redactó muy tarde o porque no fueron admitidos”. Para Joaquín Gil Honduvilla, teniente coronel jurídico que ha estudiado el caso, “estos documentos son inéditos”. El militar —autor de Marruecos, el 17 a las 17— cree, no obstante, que más que al tribunal iban dirigidos a la familia.
En concreto, De la Puente escribió: “Que ni por sus mejores amigos, ni aun familiares entre los que como se ha visto después se contaba el jefe del Movimiento, se le hizo insinuación de ninguna clase [sobre la rebelión que se avecinaba], por lo cual cree el que suscribe que ni aun de falta de compañerismo puede tachársele”. El tribunal lo condenaría a muerte el 3 de agosto de 1936.
Y es que la premonición terminaría cumpliéndose. “Un día tendré que fusilarle”, dice Pilar Jaraiz Franco, sobrina del dictador, que este farfulló después de discutir con Ricardo en 1934, dos años antes de que el fúnebre presentimiento se hiciese realidad. No obstante, Franco nunca rubricó la sentencia. A sabiendas. Lo hizo el general Luis Orgaz por motivos de “interinidad”, como si el primo Francisco “estuviera ausente o enfermo”, relata Corral. El general estaba en Ceuta cuando las balas atravesaron el cuerpo de Ricardo. Miró para otro lado.
El 3 de agosto, el mismo día que Orgaz confirmó la pena de fusilamiento, Franco fue nombrado miembro de la Junta de Defensa Nacional. En su nueva condición, tenía plena potestad para decidir sobre el indulto o la conmutación de la pena. Pero al día siguiente, a las 5 de la tarde, junto a los muros de la fortaleza ceutí de El Hacho, De la Puente fue ejecutado. No hubo clemencia.
¿Por qué Franco no salvó a su primo? Corral especula con dos razones. La primera que no quería dejar en manos de la Junta el “papelón” de indultar o no a su familiar y la segunda porque deseaba mostrarse “duro e inflexible” frente al Gobierno republicano. Una decisión que le sirvió, además, para despejar dudas entre los generales rebeldes, que terminarían designando nuevo jefe del Estado el 1 de octubre a quien “había dado tan fría y descarnada prueba de su compromiso con la causa”.
Ricardo de la Puente Bahamonde, de 40 años, jefe de las Fuerzas Aéreas del norte de África, había recibido una orden explícita de Arturo Álvarez-Buylla, alto comisario en el protectorado de Marruecos, a las siete de la tarde del 17 de julio de 1936: acuartelarse en el aeródromo y rechazar cualquier previsible ataque de los sublevados, posiblemente las curtidas unidades de la Legión y de los Regulares de Melilla.
El aeródromo, construido en 1913, contaba con una sola pista y resultaba fundamental para recibir posibles refuerzos del Gobierno legal. Por ello, De la Puente ordenó que se iluminasen sus ángulos con trapos empapados en gasolina para facilitar la llegada de aviones leales. Inutilizó, además, siete cazas Breguet XIX que se encontraban en los hangares para evitar que cayeran en manos enemigas, recuperó sus ametralladoras para defender la posición, envió dos coches para bloquear la carretera de acceso y esperó. Al poco tiempo, los vehículos volvieron: se acercaba una potente columna militar hacia ellos.
Su fama como soldado —y la posible resistencia encarnizada a entregar la instalación— hizo que el jefe de las fuerzas rebeldes en Tetuán, el coronel Sáenz de Buruaga, le telefonease antes del asalto. Le amenazó con cañonear Samia Ramel y arrasarlo si no se rendía. De la Puente se negó. “Que la única comunicación que recibió fue sin explicación alguna de motivos una llamada telefónica en la que una voz que dijo ser del coronel Buruaga le anunciaba que una columna salía para apoderarse del aeródromo”, escribió.
Y añadió: “Que aun partiendo de la base de que, efectivamente, fuera el coronel Buruaga quien diera la orden, no tenía el que suscribe más noticia sobre dicho señor coronel que se hallaba en Tetuán en situación de disponible y que sin que hasta el momento se le hubiera comunicado por nadie nombramiento alguno, por lo cual no tomó en cuenta la comunicación y siguió cumpliendo órdenes recibidas del alto comisariado”.
A las cuatro de la madrugada del 18 de julio comenzó la lucha. Los regulares rodearon el aeródromo, pero las ametralladoras de los defensores los pararon. Se inició entonces un bombardeo. La resistencia de los militares leales a la República fue inútil. De la Puente enarboló la bandera blanca. Horas después, Franco (vestido de paisano y sin bigote) aterrizó en Samia Ramel y fue informado de la detención de su primo. Se abrazó a Sáenz de Buruaga.
De la Puente, con otros ocho oficiales, fue enviado a la prisión de El Hacho hasta su fusilamiento en agosto. El capitán Bermúdez-Reyna y el alférez Sorroche, a pesar de ser condenados a penas de cárcel, serían también ejecutados, al igual que el alto comisario en Marruecos, Arturo Álvarez-Buylla.
De aquellos diez niños que jugaban felices en la casa de Ferrol, otros dos volvieron a verse en plena guerra. Enrique de la Puente (hermano de Ricardo) fue destinado a la base de hidroaviones de Pollensa, en Mallorca, que estaba al mando de su primo Ramón Franco. El destino hizo que Enrique, tras la guerra, instruyese los expedientes de ascenso de los oficiales de aviación fusilados por los republicanos. En 1956 fue nombrado ayudante de campo de Franco y en 1965, segundo jefe de su Casa Militar.
Carmen Bahamonde, madre de Ricardo, falleció en 1943, muerte que “fue recogida destacadamente por la prensa” del momento. “El entierro de la tía carnal de su excelencia el jefe del Estado fue presidido por el gobernador civil de Valencia”, describieron los periódicos. No hubo mención a Ricardo.
En los años ochenta, Pilar Franco —hermana del dictador y una de las niñas que correteaban por la vieja casa ferrolana— intentó justificar el fusilamiento. “Todos los mandos observaban al caudillo para ver si perdonaba al primo. No tuvo otra posibilidad que ser inflexible. Esto demuestra hasta qué punto era consciente de su deber y qué clase de amor tenía a España”. De hecho, tras la guerra, el Estado franquista reconoció una pensión de viudedad a Josefa del Saz Martín, viuda de De la Puente. “Un gesto que solo se explica por mediar razones de consanguinidad con el general Franco”, escribe Corral.
Carmina de la Puente, hermana de Ricardo y otra más de las niñas del caserón ferrolano, fue detenida por las autoridades de la República al comienzo de la guerra. Se la trasladó a la cárcel de Toreno, donde coincidió con Pilar Jaraiz Franco, sobrina de Francisco. En prisión comenzó a desvariar. Queda el testimonio de Jaraiz: “Decía que eso [ser hermana de Ricardo] debía ser suficiente para que la dejasen libre, que ella no tenía la culpa de la que había armado su primo Paco”, el que jugaba con ellos en el viejo caserón de Ferrol como una familia unida y feliz.
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