La polémica de Christian Gálvez y Leonardo: la fina línea entre la divulgación y el espectáculo vacío
Los especialistas defienden que la difusión del arte y la ciencia es imprescindible y puede permitirse licencias, siempre que no se exceda un límite: el rigor
Desde que se inauguró el pasado 29 de noviembre, con motivo del V centenario de la muerte de Leonardo da Vinci, una doble exposición sobre el genio florentino bajo el paraguas de la Biblioteca Nacional de España (BNE) —una en el Palacio de las Alhajas y otra en su sede del paseo Recoletos—, la institución ha notado un aumento de visitantes a esta y también al resto de sus exhibiciones y en el número de carnés. Pero, a cambio, ha sufrido una singular polémica por las acusaciones de falta de rigor e intrusismo a la parte comisariada por el popular presentador del programa Pasapalabra, Christian Gálvez, un declarado fanático de la figura de Da Vinci, la cual ha plasmado en varios libros de ficción y ensayo; ningún reproche ha habido, sin embargo, a la parte de la exhibición dirigida por la catedrática Elvira Ruiz y que muestra en la propia biblioteca los códices Madrid I y II del artista junto a una selección de otras obras emblemáticas de la BNE.
Sean injustas o no esas acusaciones (en este artículo encontrarán opiniones en los dos sentidos), lo cierto es que la propia controversia plantea preguntas trascendentales sobre la cultura del espectáculo y la necesaria divulgación del arte y la ciencia, y sobre los monopolios perdidos del saber en esta acelerada sociedad del siglo XXI.
“La difusión y la vulgarización de alguien de la talla de Leonardo es hasta una necesidad, porque la cultura no tiene que llegar únicamente a unas pequeñas élites de entendidos; ¡bienvenida esta capacidad de difusión!”, declara el catedrático de Historia Medieval de la Autónoma de Barcelona José Enrique Ruiz-Domènec, uno de los siete miembros del comité técnico científico de la muestra.
En el lado opuesto está, sin embargo, el profesor de Historia del Arte de la Universidad de Alcalá de Henares Benito Navarrete: “Cuando hicimos, el profesor Alfonso Pérez Sánchez y yo, la exposición del joven Murillo —para la que nos pasamos cuatro años de investigación—, no nos pareció mal, para publicitarla, ponerle un piercing al autorretrato del pintor. Y fuimos muy criticados por ello. Lo que quiero decir es que al primero que le gusta la publicidad es a mí, pero siempre partiendo de un producto que sea científico y, si no, cuando menos riguroso. Y este no lo es”, aseguraba por teléfono el pasado viernes, ratificándose en la opinión que ya expresó hace unas semanas en un artículo publicado en este diario.
Efectivamente, todos los expertos consultados están de acuerdo en que en la divulgación vale casi todo, con un límite: el rigor, es decir, no cometer errores ni mentir ni manipular. Así que la pregunta es si se han traspasado esos límites en Leonardo da Vinci. Los rostros del genio, una muestra llena de reproducciones de cuadros y de los ingenios diseñados por el maestro florentino, con mucho contenido multimedia de apoyo y, en el centro de la polémica, la Tavola Lucana, única obra original de la exhibición. Se trata de un supuesto autorretrato de Leonardo descubierto por el historiador italiano Nicola Barbatelli —otro miembro del comité técnico científico—, y que el propio Gálvez asegura que lo es al 99,9%. Sin embargo, sin pruebas definitivas que lo demuestren, otros especialistas, incluidos algunos de los más importantes expertos en el artista, dicen que es falso. “Y no hace falta ser experto en Leonardo para acercarse y darse cuenta de que ni siquiera es una pintura del siglo XVI", insiste Navarrete.
Así, a su artículo crítico, titulado El conocimiento y la posverdad, le siguió ocho días después una carta de protesta del Comité Español de Historia del Arte (CEHA) –una de las asociaciones más representativas del sector— en la que se quejaban del “intrusismo” de Gálvez y de que se hubiera difundido “una imagen de gran exposición que no se corresponde con la realidad”. El remate fueron las declaraciones de Elisa Ruiz, gran experta en la obra manuscrita de Leonardo y responsable de esa otra parte de la exhibición que muestra los códices Madrid I y II de Leonardo en la sede de la Biblioteca Nacional, en las que se desvinculó totalmente del presentador: “Disiento de su parecer desde que le conocí”, dijo. Poco antes, Gálvez se había defendido de los reproches destacando el asesoramiento y el respaldo de distintos especialistas, entre otros, el de Ruiz.
Las licencias y sus límites
No era así en el caso de la paleógrafa, pero sí en el de al menos otros dos miembros del comité científico técnico con los que ha conseguido contactar este diario: el historiador Ruiz-Domènec y el catedrático de Medicina Legal y Forense y director del Laboratorio de Identificación Genética en la Universidad de Granada, José Antonio Lorente. El historiador admite que no se trata de una exposición al uso —“de poner 30 cuadros y colgarlos y analizarlos”—, pero asegura que consigue su objetivo, que es la difusión al gran público, sin renunciar al rigor: “Tiene todas las garantías”, “no hay ningún error ni errata”. Y, respecto al único elemento polémico, que sería la originalidad de la Tavola Lucana, añade: “Es un tema de debate, como ocurre con todo lo que se refiere al mundo de Leonardo, especialmente de su pintura”.
Lorente añade: “La divulgación por definición debe permitir las licencias, es etimológico: divulgar es poner las cosas al alcance de la gente común. [La muestra] tiene originales, copias, reproducciones, obras verdaderas, alguna de la que se puede dudar (la duda es importante, huyamos de los dogmáticos propietarios de la verdad), y sobre todo, esta exposición tiene un diseño para disfrutar, comprender, razonar, dudar, soñar y aprender, ¿se puede pedir algo más?", asegura en una contestación por correo electrónico.
Sin embargo, sobre la duda y el debate, la catedrática de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense Elena Hernández Sandoica matiza: "Es necesario, a todas luces, que la divulgación cuente en su base con los resultados científicos acordados (o los más relevantes y no discutidos) en la comunidad científica correspondiente”, teniendo en cuenta que las humanidades y las ciencias sociales siempre están sujetas a interpretaciones, pero sin que eso quiera decir “que no haya interpretaciones más válidas y correctas que otras, siempre y en todo lugar”.
Sociedad de masas
En todo caso, teniendo en cuenta que tal vez se trata en este caso de "un conflicto entre un/una experto/a y un divulgador, más o menos creativo, que se ve amplificado de entrada por su difusión en los medios, exacerbándolo". Hernández advierte: "En la sociedad de masas, toda exhibición cultural es precisamente 'de masas'. Y los 'expertos', 'intelectuales' o como queramos llamarnos a estas alturas debemos estar preparados para cualquier 'exceso' interpretativo por parte de quienes nos acompañen en la exhibición o representación de cualquier objeto o proyecto cultural".
Algunos han visto en esta polémica un problema de celos, de proteccionismo corporativo y cerrazón académica. “Analizar una exposición de este tipo con criterios puramente académicos es una torpeza impropia del siglo XXI”, dice Lorente, y añade: “Busquemos alianzas y puntos de encuentro, dejemos a un lado celos, discrepancias y ganas de notoriedad atacando a una persona de un alto perfil público”.
El profesor de Ciencias Políticas de la Complutense y fundador de Podemos Juan Carlos Monedero escribía el lunes 10 en Twitter: “Si la Universidad denuncia por intrusismo una exposición de enorme éxito sobre Leonardo Da Vinci, lo único que hacen es tirarse piedras sobre su rancio tejado. O la Universidad se actualiza, especialmente en las humanidades y ciencias sociales, o muere”. E insistía el viernes en contestación a este periódico: “Como dice Bob Pop —que no sé si es catedrático pero tiene razón— sobran influencers y faltan referentes, pero la culpa, añado yo, es de los referentes. Que tendrán que aprender a llegar. Y eso pasa por salir de los fríos muros de las academias. Porque el problema no es que se sustituya a los historiadores, sino que la academia no tenga tanto prestigio social como para defender a la sociedad de los mentirosos que pueblan las tertulias y los telediarios”.
Christian Gálvez, por su parte, ha defendido en todo momento la honradez de sus esfuerzos: “Solo soy un intruso apasionado que persigue con honestidad la ilusión de acercar la cultura a la gente”, declaraba la semana pasada a EL PAÍS. “¿Qué es intrusismo? ¿quién establece esos límites?”, se preguntaba.
El profesor Navarrete asegura no obstante que el problema aquí nunca fue de intrusismo, sino, insiste, de rigor: “Todos los contenidos de la muestra están centrados fundamentalmente en dar una imagen de Leonardo que no se corresponde con la realidad, artificiosa, fantasiosa, heredera de la literatura de Dan Brown. Hay fuentes, claro, el problema es hacer una exposición espectáculo, con una obra en el centro que no es de Leonardo y construir todo el discurso en función de eso". Y añade: “Y no, esto no es una cuestión de discusión o de controversia, es una cuestión de que tú no puedes engañar al público porque objetivamente [la tavola] no es de esa época”.
El papel de la Biblioteca Nacional
Y mucho menos, añade, una institución pública puede avalarla, lo cual es, quizá, el mayor error de todo este asunto. Pese a que la parte del Palacio de las Alhajas está concebida por Gálvez y la firma Iniciativas y Exposiciones, y cuenta con la colaboración de empresas como Mediaset España —cadena que emite Pasapalabra—, y la editorial Penguin Random House, “ves los logos y ves la cartelería y los anuncios y está claro que es una exposición con dos sedes”, dice el historiador del arte.
La directora de BNE, Ana Santos, después de casi tres semanas de polémica, ha preferido no participar en este reportaje. Sin embargo, la cuenta de la institución en Twitter hizo el miércoles balance en un largo hilo. En él señala como suya la muestra dirigida por la profesora Ruiz en su sede mientras, con cierta distancia, habla de la parte de Gálvez —que incluye varias réplicas de artilugios diseñados por Leonardo en el vestíbulo de la biblioteca— como una "colaboración" que ha generado un debate: "Abre vías de reflexión muy importantes sobre distintas formas de cooperación en el espacio público y cultural".
"Tal y como está, sin la tavola, sin pretensiones, no hubiera pasado nada si la Biblioteca Nacional no se hubiera involucrado", opina Navarrete. El profesor Ruiz-Domènec, por su parte, insiste en que se trata de “una polémica hinchada” y resume: “Prefiero que empecemos a discutir sobre los rostros de Leonardo que sobre la mala situación de Isco”.
Babelia
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