Música para navegantes
El pianista Dorantes clausura la Bienal con el estreno de una composición inspirada en la epopeya de Magallanes
Después de veintiún días y más de sesenta espectáculos, la XX edición de la Bienal sevillana eligió un lugar singular e inédito para su clausura: su puerto fluvial, entre espigadas grúas de estiba y macizos contenedores. La razón: la organización había encargado al pianista Dorantes una obra para cerrar el ciclo que, a la vez, ha servido de pórtico para la celebración, el año próximo, del V Centenario de la circunnavegación de Magallanes, que partió justamente de estos muelles. Un entorno industrial, desde el que no era visible el río, para una composición musical que evocaría la peripecia de los navegantes y sus duras vicisitudes en tan larguísima travesía.
Dorantes parte de una incontestable raíz flamenca familiar y, aunque su música transmita contemporaneidad, nunca olvida la herencia de sus mayores. En su piano se combinan el tono íntimo con el grandilocuente, el lirismo con la tendencia épica, rasgos que estarían presentes a lo largo de esta nueva obra. Lo mismo que lo hicieron, porque ese es su lenguaje natural, determinadas estructuras rítmicas y melódicas propias de un género como el flamenco, que goza de estilos y acentos para la expresión tanto de dolores como de alegrías, de la calma como de la ebullición.
Qué mejor que unos tanguillos de Cádiz para trasladar la inquietud de la partida, la enumeración de los víveres que cargar en las naos. O la seguiriya para expresar la desolación, las dudas o la misma muerte durante la odisea. También sonaron cantiñas, soleares y bulerías, siempre cumpliendo con las necesidades expresivas de la narración. En ella ha puesto el orden un amigo de confianza de la familia del pianista, Casto Márquez, colaborador esencial en obras de Juan Peña Lebrijano. De hecho, la sombra del cantaor se asomó como un espejismo en algún momento del concierto. Él también abordó otra gesta, la del descubrimiento en su obra Tierra.
El pianista se mueve con sensibilidad en lo que constituye su lenguaje natural y, al mismo tiempo, abre espacios para una mayor expresión. Una orquesta íntegramente de cuerdas respalda su intención añadiendo intensidad y un cierto sentido dramático en determinados pasajes. En otros, la composición encontró un apoyo fundamental en las múltiples percusiones de Antonio Moreno, capaz de infinitas labores, incluso la de trasladarnos a ese otro hemisferio al que arribaron los navegantes. La participación de una coral flamenca también contribuyó a la articulación y al entendimiento de la historia. La música por sí misma ya traslada los avatares de una aventura narrada en clave flamenca y con un rigor y magnificencia que ensancha los límites del género y lo dignifican como pocas cosas pueden hacer. Magallanes y Elcano abrieron nuevas sendas para el mundo conocido, y con esta composición no cabe duda de que también se abren.
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