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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Kafka en Newark

Se acaba de morir alguien que sabía que en el sexo estaban todos los misterios de la política

Manuel Vilas
Philip Roth y su segunda esposa, la actriz Claire Bloom, cerca de su casa en marzo de 1990.
Philip Roth y su segunda esposa, la actriz Claire Bloom, cerca de su casa en marzo de 1990.Ian Cook (Getty Images)

Philip Roth era un escritor tan inteligente, tan dotado para el conocimiento de la vida y las sociedades humanas que parecía estar por encima de la ordinariez de la muerte. Había en él una altitud moral, una energía apolínea capaz de enfrentar la sordidez de la vida. El autor de El lamento de Portnoy (1969) había dejado claro que iba a hacer de la literatura un sanatorio en donde exhibir la condición humana a las alturas de la segunda mitad del siglo XX. Ese ha sido su teatro de operaciones: la deriva existencial y colectiva de los seres humanos a partir de 1970 hasta la primera década del siglo XXI.

Todas las perturbaciones políticas, sexuales, laborales, religiosas, de estos últimos cincuenta años iban a pasar por la mirada de Roth. Una mirada que siempre me pareció dura y a la vez serena. Por eso, la muerte de Roth tiene algo de debilidad incomprensible. Por una razón: Roth fue la gran inteligencia literaria americana, el número uno a la hora de explicarnos qué es la vida o qué ha sido la vida en estas última décadas. Sin duda, ha servido bien a los EE UU. Ha sido un gran intérprete de la sociedad americana. Y ha hecho algo trascendental: ha convertido la odisea de ser ciudadano estadounidense en un asunto universal.

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En Pastoral americana se convirtió en un Homero de finales del siglo XX. Resulta imposible citar aquí la vasta obra literaria de Roth. Me gustaría recordar una novela excepcional, al menos en mi opinión, y no de las más citadas del novelista americano. Me refiero a El animal moribundo (2001), la historia de un hombre que no acepta su envejecimiento y se agarra al erotismo como una forma de salvación que acaba en el horror. Roth nunca le hizo ascos a la representación literaria del horror, del vacío, de la fatalidad, de la nada, de los sentimientos más estériles y más negativos. Buscó la disección del horror, de lo insoportable. En Patrimonio. Una historia verdadera le plantó cara a la muerte y decrepitud de su propio padre. Vimos en Roth el uso enérgico de la literatura como arma para entender el fracaso e incluso hacerlo saltar en pedazos. Yo creo que esa es la lección más poderosa del autor de La mancha humana: el valor moral de la literatura para la representación del vacío.

En mi opinión, allí reside su judaísmo, tan citado por sus críticos y tan repudiado por el propio Roth. La última novela que leí de Roth fue Némesis (2010), una exploración de la enfermedad hecha con su bisturí habitual y con esa sabiduría del novelista a la hora de que las historias narradas sean capaces de descargar toda una crítica sobre la sociedad americana. La gran novela americana la ha escrito Philip Roth y se ha quedado, irónicamente, sin Premio Nobel de Literatura. Porque su obra es también la crítica del sueño americano en tanto en cuanto este se convirtió en un anhelo o en un modelo de vida en el que toda la cultura occidental se vio inmersa. La sabiduría literaria de Roth era consciente de que EE UU iba a simbolizar la épica de las sociedades occidentales cultas, de las clases medias que querían analizarse y saber de sí mismas. Roth abrió en canal la anatomía forense de las middle class americanas, cada vez más intelectualizadas conforme iba pasando la segunda mitad del siglo XX, sabiendo que de la exhibición pública de esos órganos salían también tocadas y exhibidas todas las clases medias occidentales.

No quiero dejar de hablar de su aspecto físico, que siempre me resultó inquietante y perverso. Esa mirada peregrina y esa calva que se fue acentuando con el tiempo. Después de leer El animal moribundo recuerdo que cada vez que veía el rostro de Philip Roth sentía hacia el escritor una rara mezcla de admiración personal con una melancolía áspera y oscura.

Se acaba de morir alguien que sabía que en el sexo estaban todos los misterios de la política. Sí, he dicho bien. Política y sexo fueron lo mismo para Roth. Las fotos de Roth en la mediana edad siempre me parecieron las de un dandi no precisamente guapo, sino impasible y sereno. Un Clint Eastwood judío de la literatura. La impasibilidad ante el mal como un argumento de la superioridad de la literatura. Pensé que la sabiduría sexual daba serenidad. El último homenaje que Roth le hizo a la necesidad de espectáculo que siempre tiene Estados Unidos fue su comunicado público en el que anunciaba que dejaba de escribir. La negación de la literatura era también un espectáculo moral y americano, digno de Hollywood. Philip Roth se ha ido en la era Trump. Parece una ironía judía. Una ironía propia de un Kafka de Newark.

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