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Colombia pone a prueba su museo de la Memoria

El Centro Nacional de Memoria Histórica exhibe en la Feria del Libro de Bogotá su propuesta para la edificación que busca dignificar a las víctimas de medio siglo de guerra

Santiago Torrado
Visitantes de la exposición del Museo de Memoria Histórica de Colombia
Visitantes de la exposición del Museo de Memoria Histórica de ColombiaDaniel Sarmiento (Centro Nacional de Memoria Histórica)

Colombia asumió un desafío inusual en el mundo. Diseñar y construir su gran Museo de la Memoria en caliente, con el conflicto armado aún activo. Aunque como edificación apenas estará listo hasta el año 2020, las víctimas que busca dignificar ya comienzan a verse representadas con una enorme exposición en la Feria Internacional del Libro de Bogotá, del 17 de abril al 2 de mayo. Una suerte de preámbulo, o prototipo, del museo.

Aunque los casos de Chile, Perú, Argentina o incluso Alemania dejan lecciones sobre construcción de memoria, “cada conflicto necesita su propio relato”, apunta Cristina Lleras, curadora de la exposición, bautizada Voces para transformar a Colombia. Con un espacio de 1.200 metros cuadrados, incluye más de un centenar de eventos académicos, culturales y artísticos alrededor de la memoria y la guerra en el país. Esta es la primera vez en que un museo de la Memoria en el mundo expone su guion a consideración del público antes de abrir sus puertas de manera definitiva, enfatizan desde el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), la entidad estatal responsable del diseño.

“¿Qué me ha dejado la guerra?”, es la primera de varias preguntas, que no tienen respuestas únicas o sencillas, con la que se topan los visitantes. En lugar de paredes de concreto, se encuentran con paneles de madera que los interrogan. El cuerpo, la tierra y el agua son los tres ejes de un recorrido que enfatiza la resistencia de las víctimas y las iniciativas de paz.

A partir de los informes del CNMH, el recorrido tiene gráficos, cifras, estadísticas, pero también cómics, vídeos, audios y murales. Hay hilos enmarañados que ilustran las complejidades del despojo de tierras, así como el desafío de los procesos de restitución. También tres recorridos de 360 grados con gafas de realidad virtual por escenarios del conflicto en la Colombia profunda, entre otros.

En el eje dedicado al cuerpo se exhiben 12 testimonios individuales. Entre ellos, el de Lina Palacios, una mujer negra, lesbiana y defensora de los derechos humanos que fue víctima de desplazamiento, de hostigamientos y de una violación múltiple por parte de los paramilitares mientras su hija se escondía debajo de la cama.

“Es la parte donde la gente mas se quiebra, la que interpela más emocionalmente”, dice conmovido Gabriel Ferro, un estudiante de 18 años que es uno de los 24 mediadores, una suerte de guías de la exposición. Muchos de los hitos exhibidos ocurrieron cuando era un niño, o aún no había nacido. “Ver sus objetos es salirse de los números y ver las caras de los personajes que en carne propia vivieron y resistieron la guerra”.

Un museo para las víctimas

La construcción del Museo Nacional de la Memoria es un mandato de la Ley de Víctimas, vigente desde 2011, y precede la firma del acuerdo de paz con las FARC, en diciembre de 2016. Aunque las otrora Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia hoy estén desarmadas y se hayan transformado en un partido político en virtud de lo pactado, aún persisten disidencias y otros actores armados.

Más de medio siglo de cruentos enfrentamientos entre guerrillas, paramilitares y agentes estatales, muchas veces alimentados con el combustible del narcotráfico, ha dejado más de siete millones de víctimas, entre muertos, desaparecidos y desplazados. La guerra en Colombia es difícil de explicar. Y divide. Sin ir muy lejos, en plena campaña política ante las presidenciales de mayo, el país aún está polarizado sobre el acuerdo con las FARC.

“La idea era lanzarse al agua con la intención de aprender”, de someterse a las críticas y obtener retroalimentación, explica Lleras, la curadora. “Seguir trabajando con los insumos que saldrán de aquí, porque de todas maneras cuando el museo esté construido, que puede ser 2020, tendremos un país distinto y la exposición tendrá que hablarle también al país que tengamos en ese momento”. Más allá del resultado de los comicios, para entonces habrán pasado un par de años de la Jurisdicción Especial para la Paz (el sistema de justicia transicional) y de la Comisión de la Verdad, surgidas de la negociación de La Habana, que podrán arrojar luces más claras sobre las causas del conflicto y sus responsables.

La violencia persiste en muchas regiones, pero ha disminuido. La Organización Femenina Popular de Barrancabermeja, creada hace 45 años, es uno de los ejemplos de un cuerpo colectivo que ha resistido los embates de la guerra. Entre su simbología se destacan las batas negras que utilizaron en sus movilizaciones para expresar el dolor por las masacres y el desplazamiento, pero desde hace dos años usan batas mitad negro y mitad blanco, como muestra una de las salas. “Estamos en una transición, ya no es solo el dolor, ya tenemos más esperanza, se están dando pasos grandes para construir la paz que anhelamos”, explica sobre ese cambio Marly Mier Rinaldy, quien lleva 16 años con la organización. Ella es una entre el centenar de sobrevivientes de diferentes zonas del país que visitaron la exposición. “Hay que seguir trabajando”, añade.

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Sobre la firma

Santiago Torrado
Corresponsal de EL PAÍS en Colombia, donde cubre temas de política, posconflicto y la migración venezolana en la región. Periodista de la Universidad Javeriana y becario del Programa Balboa, ha trabajado con AP y AFP. Ha cubierto eventos y elecciones sobre el terreno en México, Brasil, Venezuela, Ecuador y Haití, así como el Mundial de Fútbol 2014.

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