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César Vallejo, el poeta que (casi) predijo su muerte

Varios expertos comentan la obra del autor peruano, fallecido hace 80 años, y su enorme influencia literaria

Jorge Morla
César Vallejo.
César Vallejo.

"Probablemente sea el más grande poeta latinoamericano del siglo XX”. El crítico y escritor Julio Ortega habla de César Vallejo. “No se trata de un acto de fe ni, mucho menos, de una competencia deportiva, porque los grandes poetas no tienen éxito; tienen interlocutores fieles”, agrega. Pero “su capacidad de riesgo, su independencia, su demanda de un lector capaz de rebelarse contra una realidad mal hecha”, además del “radicalismo poético suyo, que puso en duda la función referencial del lenguaje”, señalan por encima del resto a un escritor de corta vida e infinita influencia.

El pasado día 15, se cumplieron 80 años de la muerte de un autor —sus versos lo definen— ante cuyos mayos desarmados capitularon una noche los abriles grana; que se atrevió a decirle a Dios que no sabía ser Dios, y que era el hombre el Dios verdadero; que recordó las cavernas crueles de su ingratitud porque una tarde llovía en Lima y que habría sufrido el mismo dolor que sufría aunque su nombre no fuera César Vallejo. Pero que, casualidades de la vida, se llamaba César Vallejo.

“Es un poeta impresionante porque puedes haber leído un poema toda la vida y, de pronto, lo coges y dices: ¡Ah, pero si esto estaba aquí!”, opina la también poeta Olvido García Valdés. “Siempre hay algo nuevo, algo desconocido, en sus palabras. Una muestra de que, en realidad, de Vallejo sabemos cada vez menos”. La ganadora del Nacional de Poesía en 2007 charla con su colega Eduardo Milán y el traductor William Rowe sobre la obra de Vallejo en Casa de América, en Madrid, que ha organizado unas charlas conmemorando los 80 años de su muerte.

Eduardo Milán, William Rove (sentado) y Olvido García Valdés, el 23 de abril en Casa de América, en Madrid.
Eduardo Milán, William Rove (sentado) y Olvido García Valdés, el 23 de abril en Casa de América, en Madrid.kike Para

Vallejo nació en 1892 en Santiago de Chuco, una pequeña localidad al norte de Perú, y su naturaleza mestiza marcó su vida y su obra. Nieto por parte paterna de un sacerdote español, por parte materna recibía su herencia chimú. Publica su primer libro, Los heraldos negros, en 1919, año en que se traslada a Lima, donde trabaja como profesor y periodista.

En 1922, aparece su segundo poemario, Trilce, y en 1923 se traslada a Europa, donde sobrevive como corresponsal entre París y Madrid, se afilia al partido comunista y viaja a Rusia. En 1937, escribe España, aparta de mí este cáliz, donde recoge sus experiencias como defensor de la república, que incluyen la formación del Grupo Hispanoamericano de Ayuda a España junto a Neruda. Muere en 1938 y, ya póstumamente, vería la luz Poemas humanos.

Cuatro poemarios es todo lo que necesitó: un viaje del modernismo a un lenguaje personalísimo, con una deriva social al final de su vida, que dejaría un fuego inextinguible en la poesía.

“Lo importante es el tono”, abunda García Valdés. “El propio Vallejo lo dice hablando de la traducción: se pueden traducir las grandes ideas, pero no los grandes movimientos animales. La poesía trabaja con los movimientos animales de quien escribe y quien lee”, añade. “Es una fuerza inexplicable pero cambiante”, tercia Rowe. “A lo largo de su vida, en su obra se intuye cómo se va cargando de experiencias distintas. La última fase tiene rasgos de poesía comprometida, pero no lo es, porque la poesía se coloca siempre por delante, y eso no es poesía combativa”. En esa idea abunda Milán: “Vallejo ha tenido una mala recepción crítica, que quiso encasillarlo en el terreno de la poesía comprometida, y no lo es”, explica el poeta paraguayo, que sí insiste en que Vallejo “es un salvoconducto ético, en el sentido de llevar la coherencia hasta donde uno pueda”. “Vallejo es un modo de enfrentar el mundo a través de la palabra que compromete”, sentencia.

Corrosión del lenguaje

Comprobada la opinión que Vallejo suscita entre poetas, se puede trazar su influencia en medios académicos. “La corrosión que hace Vallejo del lenguaje castellano hace mimesis de los límites del pensar racional (cuyo medio era el lenguaje) y apuesta por lo latente en el decir”, explica Enrique Bruce, profesor de la peruana Universidad San Ignacio de Loyola. “Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos / pura yema infantil innumerable, madre”, se lee en Trilce. “Pocos poetas en cualquier idioma tenían tal fe en lo que su lengua podía conjurar”, incide Bruce.

“Nadie como él transmitió el dramatismo íntimo de la Guerra Civil”, defiende Joaquim Marco, de la Universidad de Barcelona. “Pocos lograron penetrar hasta las raíces de aquella tragedia”, agrega. Y lanza una sentencia que define bien la sombra de Vallejo: “Sigue siendo un poeta secreto de lectura inolvidable”.

Octavio Paz o Neruda se llevaron a casa un premio Nobel, pero los caminos de la influencia literaria son tan inescrutables como los destinos de los escritores. En Piedra blanca sobre piedra negra, soneto recogido en Poemas humanos, el poeta escribe: “Me moriré en París con aguacero, / un día del cual tengo ya el recuerdo. / Me moriré en París —y no me corro— / tal vez un jueves, como es hoy, de otoño”. César Vallejo entró en la historia el 15 de abril de 1938 en París. Llovía, pero era viernes. Casi acierta.

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Sobre la firma

Jorge Morla
Redactor de EL PAÍS que desde 2014 ha pasado por Babelia, Cultura o Internacional. Es experto en cultura digital y divulgador en radios, charlas y exposiciones. Licenciado en Periodismo por la Complutense y Máster de EL PAÍS. En 2023 publica ‘El siglo de los videojuegos’, y en 2024 recibe el premio Conetic por su labor como divulgador tecnológico.

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