Una sociedad caníbal contra la sobrepoblación mundial
“Ya nos comemos los unos a los otros de manera simbólica, ¿por qué no literal?, pregunta Agustina Bazterrica, ganadora del último premio Clarín de Novela con 'Cadáver exquisito'
Imaginen una Argentina sin vacas. Con personajes que toman mate, hablan en español rioplatense y dudan de la versión oficial, pero que no pueden tirar a la parrilla ningún corte de carne vacuna para el asado ritual de los domingos. Si quieren comer carne, tiene que ser humana. En la sociedad siniestra de Cadáver exquisito, la distopía con la que Agustina Bazterrica ganó el último premio Clarín de Novela, el canibalismo ha sido legalizado y el mundo se divide entre los que comen y los que son comidos.
¿Los gobiernos tomaron la decisión de sacrificar a todos los animales forzados por un virus letal o fue una estrategia inconfesable para terminar con el problema de la sobrepoblación humana de la que los expertos advirtieron durante décadas?, se cuestiona Marcos Tejo, el protagonista. Es responsable de uno de los frigoríficos en los que se mata y se trocea a las reses humanas para su posterior consumo. A través de los ojos de Tejo, Bazterrica obliga al lector a asomarse a las entrañas de una sociedad caníbal que revuelve estómagos y conciencias.
"Ya nos comemos los unos a los otros de manera simbólica, ¿por qué no literal?, dice la autora a EL PAÍS. De esa pregunta nació la novela, que dibuja un mundo con inquietantes rasgos familiares. Los personajes, como nosotros, son "hijos del capitalismo, un sistema perverso que nos atraviesa y nos influye", señala Bazterrica. "Normalmente nos manejamos de manera perversa y naturalizamos esa perversidad y esa crueldad", agrega. La novela estira los límites de la realidad hasta uno de los futuros posibles.
"¿Qué gusto tendría el tío Marquitos?", cuchichean los sobrinos de Tejo mientras están sentados en la mesa familiar. "Creo que el sabor de Estebancito debe ser un poco rancio, como el de un cerdo engordado por demasiado tiempo, y el de Maru debe ser parecido al del salmón rosado, un poco fuerte, pero rico", les responde el tío ante la mirada escandalizada de su hermana.
Para hacer tolerable el consumo de carne humana, la industria animaliza a quienes serán comidos por sus semejantes. Hay ciertas palabras prohibidas -asesinato, personas, humanos- y se impone un lenguaje políticamente correcto: en los criaderos hablan de cabezas, en las carnicerías de lomo, costillas y riñones especiales. "De la misma manera que somos lo que comemos, igual somos lo que decimos, el lenguaje nos constituye. Cada palabra que elegimos muestra una manera de ver el mundo y cómo nos paramos ante el mundo", dice Bazterrica, nacida en Buenos Aires en 1974.
El canibalismo no ha existido sólo como un acto aislado de desesperación entre supervivientes, sino que fue una práctica común en algunas sociedades, sin ir más lejos en estas tierras, en las que en el siglo XVI fue devorado Juan Díaz de Solís, el primer navegante europeo en llegar al Río de la Plata.
La novelista cree que el rechazo que despierta hoy en día se debe sólo a un tabú cultural. "Hoy está naturalizado el consumo de carne animal, estamos educados para tomar esa decisión. Porque si vos, cada vez que te comés un sandwichito de jamón y queso te ponés a pensar en ese chancho al que mataron y en esa vaca que está esclavizada para que le saquen la leche, probablemente no lo comerías tan alegremente como lo comés", subraya. Después de leer la novela, tampoco es fácil.
El 'boom' de las distopías
Agustina Bazterrica estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires y había publicado un par de obras en editoriales independientes antes de ganar el premio Clarín: la novela Matar a la niña (Textosintrusos, 2013) y el libro de cuentos Antes del encuentro feroz (Alción Editora, 2016).
Cadáver exquisito (Alfaguara, 2017) llega a las librerías argentinas en medio de un boom global de las distopías. Las españolas Rendición, de Ray Loriga, y República luminosa, de Andrés Barba, conquistaron los últimos premios Alfaguara y Herralde, respectivamente. El cuento de la criada, de la canadiense Margaret Atwood, ha sido reeditado tras el éxito de la serie televisiva homónima y en Estados Unidos han aumentado las ventas de clásicos como 1984, de George Orwell, o Nosotros, del ruso Yevgeni Zamiatin.
"Creo que las distopías intentan denuncian algo que ocurre en una época, la disconformidad con ese momento. Si estuviésemos viviendo en un país armonioso probablemente los escritores no tendrían nada más que decir salvo que somos felices, pero la realidad no es esa", dice Bazterrica.
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