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Nadie cree en la versión oficial en Argentina

La muerte de un supuesto delator de los Kirchner genera todo tipo de teorías

Carlos E. Cué
El empresario argentino Lázaro Báez, el año pasado en el aeropuerto de Buenos Aires.
El empresario argentino Lázaro Báez, el año pasado en el aeropuerto de Buenos Aires. Agustin Marcarian (REUTERS)

Los argentinos tienen una historia demasiado complicada a sus espaldas como para creer en casualidades. Desde la muerte del fiscal Nisman en enero de 2015, horas antes de acudir al Parlamento para explicar su denuncia contra Cristina Fernández de Kirchner, se han especializado en que eso que los italianos, grandes inspiradores del país austral, llaman la dietrologia: ciencia de lo que está detrás de las cosas, las conspiraciones que mueven el mundo.

Pocos países hablan tanto de sus servicios secretos como los argentinos. Su espía más conocido, Antonio Stiuso, incluso entra en directo en televisión, da entrevistas y está detrás de muchas informaciones periodísticas. Por eso, cuando la semana pasada murió en pleno centro de Buenos Aires Aldo Ducler, un hombre clave de las finanzas de los Kirchner, nadie se creyó la versión oficial: un infarto. Dos días antes, Ducler había ofrecido al Gobierno información sobre los Kirchner a cambio de dinero. Su hijo apuntó a un asesinato, dijo que los Kirchner eran “los jefes de una banda” y aseguró que su padre tenía todos los papeles que lo demostraban. Políticos de alto nivel, incluso la vicepresidenta, Gabriela Michetti, pidieron una investigación urgente. Finalmente, apareció un vídeo de una cámara de seguridad en el que se veía a Ducler desplomándose solo en plena calle, con claros síntomas de infarto. Pero pocos se quedaron tranquilos. Unos días después, el fiscal Federico Delgado, que investiga el caso Odebrecht y apunta hacia los Gobiernos kirchneristas, fue atropellado con su bicicleta en pleno centro. Sufrió un corte en la cabeza sin consecuencias graves, pero de nuevo casi nadie creyó la versión oficial.

El lunes llegó el remate. Un escolta de Lázaro Báez, el empresario más cercano a los Kirchner, encarcelado por presunta corrupción, cayó de un segundo piso del hospital donde estaba ingresado su escoltado. Se fracturó el cráneo y un brazo, pero se salvó. La versión oficial: una verja mal fijada. De nuevo, las sospechas se dispararon. Tratar de aportar pruebas fehacientes de que fue un accidente es inútil en el país de la eterna sospecha.

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