Tomar conciencia
Esa historia empieza hace 22 años cuando publiqué una columna con el título 'Aporofobia' en el 'ABC' para señalar que solo rechazamos a los extranjeros cuando son pobres
La aporofobia, el rechazo al pobre, es tan antigua como la humanidad, pero hasta hace bien poco carecía de un nombre, y era preciso encontrarlo para poder reconocerla y prevenirse frente a ella. Porque conocemos la xenofobia, el recelo frente al extranjero, la cristianofobia y la islamofobia, la homofobia, y una gran cantidad de patologías que levantan muros entre los seres humanos. El hecho de saber cómo se llaman nos permite tomar conciencia más clara de ellas y tratar de erradicarlas.
El 20 de diciembre de este año 2017 la Real Academia de la Lengua introdujo en el Diccionario de la Lengua Española el término “aporofobia”, dándole carta de naturaleza en el mundo de habla hispana, y el 29 de diciembre Fundéu BBVA, la Fundación del Español Urgente, la elige como “palabra del año”. Pero todo esto tiene una historia.
Esa historia empieza hace 22 años cuando publiqué una columna con el título Aporofobia en las páginas de Creación ética de ABC para señalar que no son los extranjeros los que producen rechazo, porque los turistas son bien acogidos, incluso se han creado para ellos unas “ciencias de la hospitalidad”, sino que molestan los pobres, los que parece que no pueden traer dinero ni beneficios, sino solo plantear problemas. Los refugiados e inmigrantes son tratados con hostilidad, pero no por ser extranjeros, sino por ser pobres. Buscando en el diccionario de griego encontré ese término, áporos, que se refiere a quien no tiene recursos, a quien no tiene salida, como ocurre con la palabra aporía, que significa callejón sin salida.
Más tarde publiqué un artículo con el mismo título en El País, sugiriendo incluir el término en el Diccionario de la Lengua Española porque cuando una realidad social malsana actúa sin ser reconocida funciona como una ideología que ejerce clandestinamente su dominación.
Poco a poco organizaciones cívicas fueron incorporando el término para organizar congresos, la Fundación RAIS lo utiliza para explicar mejor las situaciones de violencia a que se ven sometidas en ocasiones personas sin hogar, el Ministerio del Interior recurre a él para tipificar los delitos de ofensas contra los pobres, Wikipedia recogió el término en su diccionario, Fundéu le dio también acogida. Y un buen número de jóvenes hace sus trabajos de grado o de máster sobre la aporofobia porque están convencidos de que es uno de los males con los que hay que acabar.
Decía Ortega y Gasset que lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa, por eso es decisivo tomar conciencia, en este caso, de que existe la tendencia a rechazar al pobre, incluso al cercano, al de la propia familia.
Pero, una vez puesto el nombre, es necesario dar dos pasos más, como he propuesto en mi libro Aporofobia, el rechazo al pobre. Por una parte, indagar las causas de nuestra tendencia a dar con tal de recibir, que excluye del juego del intercambio a los que parece que no pueden devolver nada valioso. Y, sobre todo, intentar desactivar la propensión a rechazar a los peor situados, potenciando el respeto a las personas concretas y agudizando la sensibilidad para descubrir lo bueno que toda persona puede ofrecer, sin exclusiones.
El desprecio al pobre es una violación de la dignidad de las personas concretas y un atentado contra la democracia, que tiene por valores supremos la igualdad y la libertad de todos los seres humanos. Por eso el objetivo prioritario del siglo XXI es erradicar la pobreza, como indica el primero de los Objetivos del Desarrollo Sostenible, y cultivar la propensión a cuidar de los más vulnerables.
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