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Cita en el parque con un dictador

En Taiwán ofrecen paseos entre más de un centenar de réplicas del dictador Chiang Kai-shek

Un turista toma fotografías entre estatuas del dictador Chiang Kai-shek, en el Cihu Memorial Sculpture Park de Taiwán.
Un turista toma fotografías entre estatuas del dictador Chiang Kai-shek, en el Cihu Memorial Sculpture Park de Taiwán.Sam Yeh (AFP)
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No es fácil lidiar con los supervivientes incómodos de la historia, aunque hay quien ha encontrado soluciones creativas a un debate que ya polarizó a los españoles y que hoy desgarra a los estadounidenses: qué hacer con los monumentos que evocan un pasado vergonzante. En Taiwán lo han resuelto ofreciendo paseos entre más de un centenar de réplicas del dictador Chiang Kai-shek, aunque no están a la vista de cualquiera. Viven juntas en un paraje tan idílico como surrealista, en las afueras de la ciudad de Taoyuan, donde las sonrisas congeladas del generalísimo, en poses que van desde el saludo militar al busto sonriente, la estatua ecuestre, el hombre abrazado a los niños o múltiples Chiang sentados como si conversaran entre ellos, se funden entre bucólicos prados verdes y lagos con patos de colores. Es el Cihu Memorial Sculpture Park, donde reposan parte de los monumentos dedicados a Chiang Kai-shek que se retiraron de lugares públicos tras el fin de la dictadura, que se prolongó casi dos décadas más allá de la muerte del general en 1975. Al lado también está el discreto mausoleo del dictador, a la espera de poder ‘regresar’ a su China natal (siempre que caigan los comunistas…).

Pasearse entre clones de bronce del hombre que perdió la guerra contra Mao en 1949 y se refugió en Taiwán para dirigirla con mano de hierro incluso más allá de su muerte, se convierte así en un curioso ejercicio intelectual en el que observar las estatuas y sus carteles explicativos permite entender mejor el culto a la personalidad del dictador. Chiang reivindicó representar a la China auténtica, y el mundo le apoyó hasta que Estados Unidos echó a Taiwán de la ONU en los años setenta para reconocer a la China comunista, -mucho más lucrativa desde el punto de vista comercial-. Los responsables del parque, lejos de criticarle, incluso se atreven a dar detalles sobre la (dudosa) calidad estética de unas esculturas carcomidas por el tiempo y maltratadas por los hechos históricos en los que el general puso su firma, como la masacre conocida como 2-28, en la que murieron unas 20.000 personas por orden del KMT, el partido de Chiang, hace ahora setenta años.

Pero las heridas no se cierran con facilidad y menos aún cuando sobreviven monumentos como el megalómano Chiang Kai-shek Memorial en el centro de Taipei, dedicado a alabar su figura. Precisamente coincidiendo con el aniversario del 2-28 la ministra de cultura de Taiwán, Chen Li-Chun, anunció este año su intención de transformar el monumento en un lugar crítico y no de culto como ahora. “Para hacer las paces con la historia y el daño cometido y demostrar respeto por los derechos humanos es necesario reinventar el Chiang Kai-shek Memorial”, dijo en febrero. Y como primera medida prohibió las figuritas y retratos del general, superventas de la tienda de souvenirs.

Meses después, tras la aparición de un Chiang decapitado en el centro de Taipei, el diputado del Partido Democrático Progresista Pasuya Yao anunció otra propuesta de ley, que debería votarse en otoño, para jubilar todas las estatuas que aún resisten. “Son el último vestigio del régimen autoritario y tienen que ser retiradas para conseguir la plena democracia” dijo. Su intención es que todos los bronces de Chiang Kai-Shek se muden al parque. Y que allí quede relegado el rastro negro de la historia.

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