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La furia contra las estatuas en Estados Unidos salpica a la herencia española

Una estatua de Junípero Serra, el santo español que exploró California, amanece decapitada y cubierta de pintura roja

La estatua de San Junípero Serra en la Misión de Santa Bárbara, California.
La estatua de San Junípero Serra en la Misión de Santa Bárbara, California.Education Images (UIG via Getty Images)
Pablo Ximénez de Sandoval

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En algún momento de la madrugada del pasado lunes, unos desconocidos decapitaron la estatua de San Junípero Serra en la misión de Santa Bárbara, California. Los frailes la encontraron por la mañana, sin cabeza y con manchas de pintura roja. “La policía está investigando las cámaras de seguridad”, dice por teléfono Mónica Orozco, directora de la misión. Podría ser un episodio aislado de vandalismo, ha habido varios contra Serra, pero esta vez se produce en el contexto de la revisión total de los símbolos del pasado que parece estar viviendo Estados Unidos.

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Era la primera vez que alguien atacaba la estatua de Santa Bárbara (175 kilómetros al noroeste de Los Ángeles), pero no el primer ataque a la figura del santo. Apenas tres días después de que el papa Francisco canonizara al fraile mallorquín, en septiembre de 2015, fueron atacadas varias tumbas de religiosos en la misión de San Carlos Borromeo, donde está enterrado Serra. Poco después, fue decapitada su estatua en Presidio Park, Monterey. Encontraron la cabeza en el mar, tiempo después. Orozco afirma que esto se ha hecho más habitual desde la canonización. Hasta el viernes, no había detenidos.

Fray Junípero Serra, santo desde hace dos años, es el fundador de la California europea. Poco conocido en España, en EE UU es una figura histórica trascendental y en California se estudia en los colegios. Cuando llegó de México a la Alta California, en 1769, se encontró con tribus cazadoras recolectoras y dedicó el resto de su vida a cristianizarlas. Fundó nueve misiones que fueron las primeras construcciones occidentales del Pacífico norteamericano. Serra representa a California en la sala de estatuas del Capitolio, en Washington. Sin embargo, para algunos grupos indígenas, es un símbolo de la destrucción de su cultura, un genocida.

Esta polémica, que también salpica a Cristóbal Colón, solía ser anecdótica. Ya no. Y menos después de los sucesos de Charlottesville. Miles de supremacistas blancos y neonazis se reunieron en esta ciudad de Virginia a mediados de agosto para protestar por la retirada de la estatua del general confederado Robert E. Lee y, de paso, hacer una demostración de músculo neonazi como este país no recordaba. Además, el presidente Donald Trump, indignó a todo el espectro político al equiparar a los neonazis con los contramanifestantes. También se mostró contrario a la retirada de símbolos de la Confederación (los estados del Sur que se intentaron separar del Norte para seguir manteniendo el esclavismo y dieron lugar a la guerra civil) y dijo que era borrar la historia. Desde entonces, hay una reacción inaudita contra todo símbolo controvertido del pasado.

La estatua de Colón en Central Park, Nueva York, con las manos pintadas de rojo.
La estatua de Colón en Central Park, Nueva York, con las manos pintadas de rojo.New York Daily News (NY Daily News via Getty Images)
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En apenas semanas, no solo cayó la estatua de Charlottesville. Por todo el país los ayuntamientos empezaron a aprobar retiradas de símbolos confederados que en ocasiones ni sabían que tenían hasta antes de esta polémica (en Los Ángeles, alguien se dio cuenta de que en el cementerio Hollywood Forever había una placa de recuerdo a los soldados confederados; duró 48 horas). Estatuas confederadas han sido retiradas o vandalizadas en Phoenix, Tampa, Atlanta, Indianapolis o Dallas.

Así, a la animadversión de algunos contra Serra, “se ha añadido el debate de la retirada de las estatuas”, opina el historiador Steven Kackel. “Estamos en un momento en que todas las estatuas controvertidas del pasado están en el aire. Después de Charlottesville hay un cambio en el clima político. Se han calentado polémicas que normalmente eran ignoradas”. En este caso concreto, “los hechos de la vida de Serra no han cambiado en estos años. Todo es igual. No sabemos nada nuevo. Lo que ha cambiado es la percepción pública sobre si estas estatuas son apropiadas”. Pero la realidad es que “no hay ningún personaje histórico libre de controversia”.

El último ejemplo es Cristóbal Colón. Es un personaje cuya trascendencia histórica es indiscutible, y sin embargo el Ayuntamiento de Los Ángeles votó el pasado 30 de agosto para quitar el nombre de Colón de la fiesta del segundo lunes de octubre. Seguirá siendo fiesta, pero ya no se llamará Columbus Day, sino Día de los pueblos indígenas. Colón no tendrá otra fecha en el calendario. Los Ángeles no es la primera ciudad en hacerlo. Pero además, Colón también está sufriendo la furia antiestatuas. La efigie de Colón en el Central Park de Nueva York apareció la semana pasada con una pintada que decía: “El odio no será tolerado”. Poco después de Charlottesville, el monumento a Colón en Baltimore fue destrozado a golpes. En un vídeo publicado por los vándalos, uno llevaba un cartel que decía: “Racismo, tíralo”.

Hackel es autor de Junípero Serra, padre fundador de California y uno de los mayores expertos en EE UU en la figura del santo. Se muestra comprensivo con la posición de los nativos que se sienten ofendidos por Serra, pero cree que hay soluciones. “Lo que no se puede aceptar es remover las partes dolorosas del pasado. No podemos pretender que no vino a California y que no fue un héroe venerado y un santo. Hay que encontrar un camino intermedio que reconozca que para algunos es ofensivo, pero no creo que haya que quitarlo del espacio público”.

Y cree que está en un plano distinto que el de Robert E. Lee y los monumentos confederados. “Creo que tenemos que mantener el conocimiento histórico de que esta gente fue venerada en cierto momento. Pero he vivido en Virginia y siempre encontré ofensivo visitar las estatuas de estos hombres. Lo entendía, pero lo encontraba ofensivo. Deberían estar en museos, no en espacios públicos”.

Hay otra diferencia entre Robert E. Lee y Junípero Serra, que no es opinable. Serra es santo. El ataque de Santa Bárbara has sido contra un símbolo religioso, como si hubieran decapitado una imagen de la Virgen María. “Estamos en una conversación nacional sobre el papel de los monumentos”, reconoce la directora de la misión, Mónica Orozco, “pero en esta ocasión es una figura religiosa, es distinto. Aunque la misión está abierta al público, sigue siendo un lugar de culto”. Orozco, historiadora de formación, apunta que “para algunos, Serra puede representar el imperialismo y no lo ven como un religioso, pero esta es una iglesia y es propiedad de los frailes (franciscanos). Las figuras religiosas tiene otro componente en la discusión”. Al menos uno de los incidentes contra misiones, el citado de San Carlos Borromeo, fue investigado en su día como delito de odio.

Pero además, los vándalos fueron a elegir una misión que precisamente está buscando ese camino intermedio que reclama Hackel. “Nunca habíamos tenido amenazas ni protestas”, asegura Orozco. “Hace un par de años, la canonización fue una oportunidad para entablar un diálogo con los chumash (una de las tribus a las que evangelizó/sometió Serra). Tuvimos una ceremonia en la misión en la que los chumash recordaron a sus ancestros. Fue una ceremonia en el cementerio, con los frailes. Tenemos buena relación. Nosotros vimos la canonización como una oportunidad de diálogo y, quizá a largo plazo, de reconciliación”.

Sobre la firma

Pablo Ximénez de Sandoval
Es editorialista de la sección de Opinión. Trabaja en EL PAÍS desde el año 2000 y ha desarrollado su carrera en Nacional e Internacional. En 2014, inauguró la corresponsalía en Los Ángeles, California, que ocupó hasta diciembre de 2020. Es de Madrid y es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense.

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