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La diputada más taquillera de Venezuela

Tamara, el filme que recrea la vida de una parlamentaria transexual venezolana, se ha convertido en el estreno más exitoso del cine venezolano en 2016

Un fotograma de Tamara. En vídeo el tráiler de la película basada en hechos reales.Vídeo: EPV

La áspera vida de la conocida transexual venezolana Tamara Adrián (Caracas, 1954) ha inspirado una película homónima que se ha convertido en el filme venezolano más visto de 2016. Toca Tamara, dirigida por Elia Schneider, la fobia más evidente entre las que se manifiestan contra las minorías sexuales. Con todo, la película se queda apenas en la denuncia superficial a favor del respeto hacia el otro.

No es Tamara siquiera la aspiración de un tratado sobre la condición humana. Es una lástima porque el tema daba para mucho más de lo que se exhibe. Un exitoso abogado venezolano oculta a todos, pero no a sí mismo, su identidad femenina hasta que se le hace insoportable mantener la farsa. Lejos de ahondar en el conflicto interno y los matices que supone ese debate en la conciencia, el filme se pierde en el catálogo de escenas de los culebrones latinoamericanos y sus arquetípicos personajes de melodrama victimista.

Las debilidades del guión, sin embargo, parecen un asunto de la crítica especializada. El gran público la ha respaldado en las salas de cine. Hasta el domingo 27 de noviembre, 19.341 espectadores habían pagado su entrada. Ha superado Tamara al filme venezolano premiado con el León de Oro en la edición de 2015 del Festival de Venecia, Desde allá, que llegó a 16.924 durante su permanencia en la cartelera local.

Es una prueba más de que el cine de Schneider tiene el secreto para encantar a las mayorías y un tino para escoger temas que los mueven. Tamara Adrián es la primera diputada transgénero del parlamento venezolano, electa como parlamentario suplente por el partido opositor Voluntad Popular en 2015, en las elecciones ganadas por la opositora Mesa de la Unidad Democrática. En realidad, su historia es un alegato que trasciende las preferencias sexuales. Más que un desafío a los sectores conservadores, Tamara Adrián es una determinación a prueba de desaires y rechazos.

En realidad, Tamara Adrián se llama Tomás Adrián y nació varón, pero desde muy pequeña sentía que estaba dentro de un cuerpo que no le correspondía. Intentó superar esa crisis complaciendo a los demás: era el hombre que se recibió con honores como abogado en la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas, el mismo hombre que se marchó a París a doctorarse y el que luego, a pesar de la confusión que lo atormentaba, decidió casarse, procrear dos hijos y llevar una vida aparentemente normal hasta que lo alcanzó el destino. Apenas duró tres años esa farsa consigo mismo.

Elia Schneider se ha cuidado de presentar la película como un biopic, sino como la suma de todas las torturas de un transexual. Tamara Adrián es aún más específica: “No es mi vida, sino una película sobre la transfobia, que ataca el sistema patriarcal y por ende a la dominación del género. Al visibilizar la posibilidad de que una mujer pueda sentirse hombre y ser hombre y viceversa, es la prueba viviente de que la segregación existe”.

Para disimular la vida de la diputada el guión fue reescrito una y otra vez, aunque han quedado pasajes clave de su vida. “Se convirtió en una película más psicológica y pienso que esta versión recoge lo que yo sentía”, explica la parlamentaria. Con Luis Fernández, el actor que la encarnó, se reunió para diseñar el personaje. Al final Fernández ha preferido no imitarla, sino que intentó, desde su experiencia, mostrar cómo le hubiese afectado a él una situación similar. Era el actor ideal para interpretar al personaje de Tamara porque tiene una conexión natural con su parte interior masculino- femenina. Entiende emocionalmente a ambas y las acepta como parte de su individualidad”, dice Elia Schneider”.

Son bastante claras las diferencias entre la persona real y el personaje. La Tamara de Fernández luce siempre con el rostro contraído como un puño. El de la verdadera Tamara es más bien luminoso y sonriente, a pesar de la áspera vida que le ha tocado vivir y de los mensajes discriminatorios del fanatismo ultra religioso. “Mi cine no agrada al sector más conservador de la sociedad venezolana, al que no le gusta verse retratado de esa manera. En el caso de Tamara ya recibimos varios trinos de grupos religiosos criticando la temática del film. Me han pedido varias veces que muestre en mis películas los paisajes y los colores tropicales venezolanos. Algunos grupos conservadores preferirían que esconda lo sucio debajo de la alfombra, pero desde mi perspectiva percibo otros paisajes y otras realidades esbozadas con sombras muy profundas y colores más bien oscuros y turbios. Yo veo a un país devaluado, sometido al hambre, a la violencia, a las colas, a las enfermedades, a la gente desesperada que no sabe a dónde ir, eso me impacta y me conmueve y por eso hablo de esto en mis películas”, comenta Schneider.

Al visibilizar el tema de la transfobia Schneider ha recordado, quizás sin proponérselo, que Venezuela es, junto a Paraguay, el único país de América del Sur que aún pasa de largo de la unión civil entre homosexuales y el reconocimiento de los transexuales. Tamara Adrián es la víctima más emblemática. Aún sigue apareciendo como hombre en su documento de identidad. Su llegada al Parlamento supone el inicio de una batalla por el reconocimiento definitivo de las minorías. “Ya está listo un proyecto de reforma parcial de la Ley Orgánica de Registro Civil, que establecería, entre otras, la unión civil entre personas del mismo sexo y el reconocimiento de las identidades trans”, informa la diputada. El proyecto espera por la mejora del clima de convivencia entre el gobierno de Nicolás Maduro y la oposición para debatirse en la cámara. Con el desacato de la Asamblea Nacional declarado por el Supremo, dice Adrián, una ley que incluiría a muchos marginados quedaría a merced de la polarizada situación política venezolana. Un paso tan trascendental en la vida venezolana necesitaría de un respaldo unánime.

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