Un periodista entre políticos y poetas
Juan Luis Cebrián, presidente de EL PAÍS y primer director del periódico, presenta sus memorias, ‘Primera página’, en un encuentro dentro de la FIL
El 4 de mayo de 1976, el día en que EL PAÍS salió a la calle por primera vez, uno de sus consejeros —Ramón Tamames— estaba preso por pertenecer al Partido Comunista y el responsable de que lo estuviera era el “virtual accionista principal” del periódico: Manuel Fraga, ministro del Interior en aquel Gobierno franquista que sobrevivió a Franco. Esa imagen sintetiza bien el espíritu de los años que Juan Luis Cebrián, primer director y actual presidente de EL PAÍS, recorre en Primera página(Debate), las memorias en las que relata su vida desde su nacimiento en 1944 —en el seno de un “hogar de falangistas” que nunca hicieron demasiado por arrastrarlo a su causa— hasta el día de 1988 en que dejó la dirección del rotativo más influyente de España.
Tenía 44 años y pasaba a convertirse en consejero delegado de su empresa editora: PRISA. “Habida cuenta”, escribe Cebrián, “de que la Transición era obra de los franquistas, en permanente diálogo con los demócratas, eso sí, mi pertenencia por familia al primer mundo y por convicción y trayectoria al segundo me permitió tener una posición privilegiada”. ¿Sería hoy posible, guardadas todas las distancias, una convivencia así? ¿Pablo Iglesias y Soraya Sáez de Santamaría en el mismo consejo? “¿Por qué no? Los dos son pragmáticos. A veces la actitud de sus partidos recuerda a la pinza de Anguita y Aznar contra el PSOE”, respondió Cebrián durante una rueda de prensa celebrada en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Con todo, más que la dirección de los medios ha cambiado su distribución: “Hoy el principal medio de comunicación del mundo es Facebook, que no genera contenidos propios pero se lleva el 70% u 80% de la publicidad. Es un cambio de civilización”.
“En ningún caso he sido protagonista, pero sí al menos incitador del debate”
La primera entrega de las memorias del autor de Francomoribundia no llegará a las librerías hasta este jueves, pero ya circula por un evento, la FIL, dedicado este año a América Latina y marcado simbólicamente por la muerte de Fidel Castro horas antes de su inauguración. También el mandatario cubano tiene su lugar en las memorias del periodista español. Como “afectuoso en el trato cercano”, lo describió ayer Cebrián. “Era un seductor, un cacique, un caudillo”. “En el espacio de segundos podía ser terrible, humano, cruel, divertido, trascendente”, dice de él en el libro cuando relata los tres días que convivieron en Nicaragua en 1985 durante la toma de posesión de Daniel Ortega como presidente. Ambos acudieron a dicha ceremonia junto a un amigo común: Gabriel García Márquez. Cuando el entonces director de EL PAÍS volvió a España declaró que el líder caribeño era un “dictador cruel”, adjetivo que molestó sobremanera al “sátrapa preferido” del autor de El otoño del patriarca. Así se lo hizo saber el propio novelista. Poco antes de perder la lucidez por culpa del alzhéimer, el Nobel colombiano “insistió” en que ambos debían viajar a Cuba para “aclarar” las cosas con Castro: “Nunca lo hicimos”.
El poder de la inteligencia
Primera página recorre hitos como la muerte de Franco, el 23-F o la victoria del PSOE en 1982 desde la perspectiva de un memorialista que abandonó una pasajera vocación sacerdotal para convertirse en “testigo de excepción” —“En ningún caso protagonista, pero sí al menos incitador del debate”— de un tiempo de cambios vertiginosos. Pese a sus confidencias con presidentes como Adolfo Suárez o Felipe González, personajes destacados de su libro, Cebrián contrasta la “calidad humana” de literatos como Vargas Llosa, Juan Goytisolo o Sergio Ramírez con la “arrogancia infatuada de muchos políticos”. “Yo creo en el poder de la inteligencia”, dijo ayer el periodista. “Quevedo ha influido más en la historia que el Conde Duque de Olivares que lo mandó a la cárcel”. Calvo Sotelo, Giscard o Nixon no se salvan de una quema de la que salen parcialmente airosos líderes tan diferentes como el propio Castro o Margaret Thatcher: “Decían en privado lo mismo que en público”.
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