El espíritu femenino de Colombia se encierra en un pueblo
La cineasta Catalina Mesa rinde tributo a la memoria de su tía y de las costumbres femeninas de Antioquia en 'Jericó. El infinito vuelo de los días'
Las mujeres antioqueñas son tan creyentes que hasta opositan para monjas. Son románticas. Son madres de desaparecidos por el conflicto colombiano. Son rumberas: les gusta el baile, la música y el aguardiente. Son trabajadoras y también amas de casa. Las mujeres de esta región de Colombia no son solo Judy Moncada, la narcotraficante sin escrúpulos de la serie Narcos. Todas ellas y sus costumbres aparecen en Jericó. El infinito vuelo de los días, la película con la que Catalina Mesa pretendía hacer un tributo a su tía abuela Ruth y terminó retratando el alma femenina del localidad que se conoce como la Atenas del suroccidente colombiano por su vitalidad cultural.
Mesa se estrena en la dirección de un largo y en el cine de su país con la ayuda de ocho vecinas de Jericó, de distintas generaciones, pero con una misma manera de entender la vida. “Quise ir a encontrarme con las mujeres que como mi tía viven con tanto carisma y gracia el espíritu femenino de nuestra cultura antioqueña”, explica, “una pequeña expresión del patrimonio inmaterial de Colombia”. Para contar su historia, les puso la cámara delante y ellas comenzaron a hablar. En apariencia es un documental, pero la naturalidad con la que los personajes hablan de sus amoríos, su relación con Dios, sus deseos de estudiar, sus viajes y sus fracasos terminan por tintar la película con los mismos colores que los de una ficción.
Hasta el pueblo de su familia –Mesa nació en Medellín y reside en París desde hace 15 años- llegó, a mediados de octubre (casi un mes antes de que la película se estrene en las salas de Colombia el 17 de noviembre) con una comitiva de periodistas y amigos, y un gran apoyo económico de varias marcas. Aunque en Jericó están acostumbrados a las visitas, al ser uno de las localidades más turísticas de Colombia: de allí es la primera santa del país, la madre Laura, cuentan con 76 escritores –de una población de unas 12.000 personas-, y su arquitectura de colores llama la atención en la región; el día del estreno, cuentan, no quedaba hueco en las peluquerías del pueblo. No todos los viernes, ocho vecinas desfilan como estrellas de Hollywood en el teatro.
“Catalina es una eficaz directora, activa y nos orienta con alegría bondad y mucho entusiasmo”, decía la maestra del filme tras el estreno, años después de jubilarse, mantiene el mismo tono pedagógico. A su lado, seis de las ocho protagonistas –la más mayor, supera la centena, decidió quedarse en casa- recibían el cariño de Mesa y el aplauso del público, sus vecinos. Momentos antes, los asistentes habían llorado con ellas, habían cantado los boleros que a ellas les gustan y, sobre todo, se habían reído con sus anécdotas. Como la de la protagonista que decidió llamar a una de sus vacas La mafiosa, por sus maneras de divas. O el día que una de ellas decidió entrar en un convento después de que la familia de su novio gringo le negara el matrimonio por “ser muy negra”. O ese otro momento en que otra de ellas también intentó ponerse los hábitos pero se lo prohibieron por la revolución que podía montar. Hubo también momentos de complicidad, con la señora que tras estudiar en Estados Unidos recorrió el mundo y la que lo más cerca que había estado de una escuela fue el día que fue a tirarle piedras. Difícil escapar de Macondo en cualquier esquina del territorio colombiano.
Babelia
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