Viajar al pasado para burlar el presente
Los desplazamientos temporales se mantienen como un tema constante en el cine y la literatura por su capacidad para interrogarnos sobre el presente
“Esta no es la vida que debería haber vivido”, asegura el protagonista de Barrio Lejano, una obra maestra de Jiro Taniguchi que acaba de reeditar Ponent Mont. El gran dibujante japonés narra la historia de un adulto de 48 años que, sin mayor explicación, regresa a su adolescencia, pero conservando todos sus recuerdos y conocimientos. Su único objetivo en esta segunda vida es impedir que su padre les abandone. El relato de Taniguchi muestra la gran obsesión que se esconde detrás de los viajes temporales: la posibilidad de cambiar el presente. Viajar en el tiempo no significa solamente desplazarse hacia el pasado o hacia el futuro, es algo mucho más profundo que cualquier paradoja espacio-temporal: subraya el azar y los errores que forman lo que somos. Los viajes temporales que proliferan en el cine, la televisión y la literatura representan una oportunidad para encontrar una segunda vida, pero también demuestran la fragilidad de nuestro presente.
La patrulla de El Ministerio del Tiempo se dedica precisamente a eso, a tratar de evitar que alguien cambie la historia (y, de paso, a demostrar el irresistible encanto de los viajes en el tiempo). Pese a que sus dos temporadas han recibido excelentes críticas, esta serie no tiene todavía garantizada su renovación por parte de RTVE. Este verano se estrenará en cambio la tercera parte de Los visitantes, uno de los grandes éxitos del cine francés de los noventa. Esta vez su humor chabacano y sus chistes de pedos se desplazan hasta la Revolución Francesa. En su primera aventura, una de las mejores películas malas que se recuerdan, el objetivo de su viaje era evitar una desgracia ocurrida en su presente. La adaptación para televisión de la novela de Stephen King 22/11/63, estrenada esta primavera, relata la historia de un tipo obsesionado con evitar el asesinato de Kennedy, que ha encontrado una puerta a 1963 para impedirlo. De nuevo, el objetivo del viaje temporal es alterar el presente moviendo el pasado.
“Hay muchos factores que permiten entender nuestra fascinación por los viajes en el tiempo”, explica el filósofo Jorge Fernández Gonzalo, que acaba de publicar Guía perversa del viajero en el tiempo (Sans Soleil Ediciones), un recorrido por las aventuras temporales de la mano del filósofo Slavoj Zizek. “Uno de ellos tiene que ver con nuestra percepción posmoderna de la moral: carecemos de valores universales ‘fuertes’ que nos permitan dictaminar cuáles son las decisiones correctas, por lo que continuamente nos replanteamos qué pasaría si hubiésemos tomado una decisión u otra, lo que dispara nuestras aspiraciones como viajeros del tiempo”.
El creador de El Ministerio del Tiempo, Javier Olivares, historiador de formación, asegura por su parte: “Nos fascinan por la posibilidad de soñar con ser otros, de ser testigos de lo imposible, pero también por la posibilidad de pensar qué las cosas podrían haber sido de otra manera. Son atractivos imaginarios, claro. En la realidad, somos el resultado de las decisiones que tomamos y tenemos que asumirlas”.
Cada época tiene su viaje. El primero que jugó con esa posibilidad fue el británico H.G. Wells en La máquina del tiempo (1895) que luego Jack el Destripador utilizó para viajar a Nueva York en el siglo XX en la película Los pasajeros del tiempo (1979). Es una novela de la revolución industrial, cuando parecía que las máquinas eran capaces de cualquier cosa. ¡Qué bello es vivir! (1946),un viaje a un futuro que nunca existió, es un filme sobre la solidaridad y un país que necesitaba creer en la bondad. Regreso al futuro (1985) nos habla de una América idealizada, de batidos de fresa, cafeterías con jukebox y, sobre todo, de la posibilidad de que el mundo sea más justo. Terminator (1984) –o X-Men: días del futuro pasado (2014)– parten de un profundo pesimismo hacia el futuro, dominado por las máquinas, un planteamiento similar al de El planeta de los simios (1968) una creación de la era del terror nuclear. Y también tienen su lado lúdico: Los visitantes (1993) o su prima italiana, Non ci resta che piangere (1984) –y en cierta medida Los héroes del tiempo (1981) de los Monty Python) son festivales de chistes que juegan con los anacronismos y los choques culturales.
¿Cuál sería el viaje de nuestro tiempo? Apostaría por “El ruido de un trueno”, un relato de Ray Bradbury publicado en 1952, tal vez el mejor salto temporal de la literatura –forma parte del volumen Las doradas manzanas del sol (Minotauro)–. Así describe el maestro de la ciencia ficción su máquina del tiempo: “Era como el sonido de una gigantesca hoguera donde ardía el tiempo, todos los años y todos los calendarios de pergamino, todas las horas apiladas en llamas”. En el año 2055 se puede viajar al pasado para realizar una actividad tan exótica como cazar un tiranosaurio. La única condición es que no se debe tocar nada. Se camina por una senda suspendida y se dispara contra una bestia previamente identificada y marcada, que va a morir de todos modos. Sin embargo, uno de los viajeros se aterroriza ante el saurio y sale del camino hacia la selva. Cuando regresa al presente algo ha cambiado. El hombre se mira la bota y se da cuenta de que pisó una mariposa hace millones de años y transformó el mundo.
Lo curioso es que, antes del viaje, se acaban de celebrar elecciones en EE UU: un candidato normal, Keith, ha derrotado a Deutscher, un político autoritario que puede destruir su país. “Si hubiera ganado tendríamos la peor de las dictaduras. Es antitodo, militarista, antihumano, antiintelectual”, dice el individuo de la agencia que organiza los safaris al Jurásico. Naturalmente, cuando regresan, Deutscher es el nuevo presidente. “No ese condenado debilucho de Keith. Tenemos un hombre fuerte ahora, un hombre con agallas”, asegura el mismo tipo sobre un candidato imaginario que podría recordar al republicano Donald Trump, que contra todo pronóstico ha llegado a la recta final de las elecciones que se celebran en noviembre y que numerosas voces consideran una amenaza para la democracia. Tal vez alguien ha pisado una mariposa en algún lugar del tiempo y todavía no somos conscientes de las consecuencias de ese acto.
Los viajes temporales favoritos
Todos los autores tienen su propio viaje. Javier Olivares elige dos novelas clásicas de ciencia ficción, Las puertas de Anubis, de Tim Powers, y En cualquier lugar del tiempo, de Richard Matheson, un libro de culto en el que un hombre, enfermo incurable, emprende un viaje al pasado para encontrarse con una actriz de la que se enamorado locamente aunque viva un siglo antes que él. Otra obra citada a menudo es El libro del día del juicio final, de Connie Willis, que juega con una inquietante pregunta: ¿Qué ocurriría si todo lo que creemos saber sobre el pasado es falso?
"No sabría elegir una sola obra", asegura Jorge Fernández Gonzalo. "La obra de Wells es un clásico que me permite establecer un paralelismo con autores que se han cuestionado cómo hemos de mirar al pasado (Freud, Benjamin, Foucault). La saga de Regreso al futuro nos plantea una moderna fábula del mito de Edipo en la que el famoso personaje griego es ahora un adolescente crononauta que debe asegurar su propio nacimiento. Con El planeta de los simios nos encontramos con uno de los grandes miedos políticamente incorrectos: ¿qué ocurre cuando son las masas subalternas las que se rebelan contra el hombre blanco occidental?". Stephen King mantiene en el epílogo de 22/11/63 que Ahora y siempre, una novela de Jack Finney sobre Nueva York, es la mejor obra sobre viajes en el tiempo de la literatura estadounidense.
Babelia
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