María Kodama: “Le di mi palabra a Borges, tengo que cuidar su obra”
“Tuvimos una relación mágica, era muy alegre”
En el 30 aniversario de su muerte, el genial escritor argentino Jorge Luis Borges (1899-1986) es una de las estrellas de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Su viuda, María Kodama (Buenos Aires, 1937), también protagonista de la feria, reflexiona sobre el legado y la vida de Borges desde el café de Buenos Aires al que acude a diario.
Pregunta. ¿A 30 años de su muerte, qué representa Borges?
R. Yo no hablo de la muerte de Borges, sino de su entrada al gran mar, como llamaban los florentinos a la muerte. Es muy interesante ver cómo la obra de Borges a fines del siglo XX y principios del siglo XXI ha despertado el interés de las ciencias, de la matemática, de la física cuántica, de todo lo relacionado con el cerebro. Hay determinadas personas que nacen con un don especial y que a través de la literatura fantástica proponen cosas que, aparentemente, en el momento en el que las proponen son fantásticas y absurdas, pero en cambio luego, la ciencia hace que eso sea realidad.
P. ¿Usted cree que Borges ahora es más que cuando murió?
R. Su fama le llegó tarde, pero fue grande. Sobre todo su estadía en las universidades, con los estudiantes, yo presencié todo eso, fue impresionante.
P. ¿Cómo vería Borges el mundo actual?
R. En el libro de Los conjurados habla de gente que tiene distintas lenguas, distinta religión, pero deciden hacer un país, que funciona en armonía respetando las diferencias.
P. Debía ser difícil con esas ideas vivir en Argentina.
R. Para él era difícil, pero la quería mucho. Canta a Buenos Aires desde la primera hasta la última obra.
P. ¿Tenía una relación de amor-odio con su país?
R. Lo que él quería era un diálogo y no siempre dos cosas que chocan.
P. ¿Cree que para un escritor es difícil escribir después de leer a Borges, como opina Alberto Manguel, director de la Biblioteca Nacional?
R. Dejemos de lado las opiniones de Manguel.
P. ¿Pero es difícil escribir después de Borges?
R. Creo que no. Yo leí muchísimo a Borges y no tengo nada que ver con él cuando escribo.
P. ¿Por qué demandó al escritor argentino Pablo Katchadjian por su obra El Aleph engordado?
R. Ya solo la palabra engordado hubiera producido el desmayo de Borges. Yo fui criada por un padre japonés y tengo códigos que aquí no existen. Lo básico es preguntar, porque si yo quiero usar ese suéter te digo, ¿me lo prestás o no?
P. Si le hubiera pedido permiso para jugar con la obra de Borges, ¿se lo hubiera concedido?
R. No, no. No se puede jugar con la obra de Borges. En una audiencia de conciliación, le dije que si se disculpaba, por un peso simbólico yo retiraba la denuncia. Él se niega. ¿Por qué? Porque quería el escándalo. Quería figurar en los diarios a través del escándalo, porque de otra manera no podría figurar.
P. ¿Borges es intocable? Engordar El Aleph era un juego, ¿no?
R. Toda obra está cerrada. A mí me ponen en los diarios, pero yo quiero ver si al señor Katchadjian agarran su obra y se la adelgazan. Es muy fácil hablar. Pero además, es patético. Por ejemplo, si yo a la Mona Lisa le pinto bigotes, ¿qué gracia tiene eso? Pero son cosas que pasan, precisamente, porque no tienen la fuerza del que crea.
P. ¿Borges le pidió a usted que defendiera su legado?
R. Me deja a cargo de su obra. Mi formación es otra y coincidía con la de él, porque fue criado por gente del siglo XIX, con principios de la palabra dada. Si di mi palabra yo la cumplo mientras viva.
P. ¿Le pasa a Borges más que a otros que le atribuyen obra apócrifa en Internet?
R. Sí, porque la gente piensa que de esa manera es Borges. Tardé ocho años de mi vida hasta que encontré a la autora del poema Instantes. Era un mensaje perverso para la juventud.
P. ¿Una de las cosas que más le dolió fue el libro Borges de su amigo, Adolfo Bioy Casares?
R. El Borges de Bioy Casares es una vergüenza, es muy desleal. Si una persona es un amigo, lo que te cuento es secreto de confesión.
P. ¿Por qué ha estado siempre en contra de traer el cadáver de Borges desde Ginebra? Tendría un gran entierro.
R. Borges deja su testamento, Los conjurados, y en él dice "Ginebra, una de mis patrias". La patria, como modelo, lo que a él le gustaría que fuese su país, es Suiza. Él pensaba que quedarse allí era como una llamada de atención, esperaba que fuese profético y todos terminemos en armonía, respetándonos y aceptando las diferencias.
P. ¿Cómo era Borges?
R. Era divino. Una persona muy alegre, muy divertida. Nunca pensó en el éxito, le gustaba escribir cuando la musa descendía. Y sino, leía cosas que le interesaban, estudiaba idiomas que le interesaban...
P. Pero tenía esa imagen de infeliz.
R. Es por el poema El remordimiento. Lo escribió dos días después de la muerte de su madre. Después me decía: mire María, todos somos felices e infelices, pero acá para la gente todo es dramático, la infelicidad para toda la vida.
P. ¿Es una vocación argentina?
R. Latinoamericana. Él me decía nunca escribas nada dos días después de que yo muera porque eso va a ser sentimental y llorón y la va a perseguir toda la vida como un sello. Porque acá la gente le gusta ser infeliz y está contenta pensando que otro es infeliz.
P. ¿Cómo eran sus viajes?
R. Nos divertíamos muchísimo. Lo que yo hacía era recordar los colores o cuadros que él había visto para darle la sensación de lugar nuevo en el que estábamos. Y él me decía una poesía que recordaba todo eso. Era una relación mágica, maravillosa. Una vez me dijeron que la nuestra fue la gran historia de amor del siglo XX, porque hace 30 años que partió y yo sigo con mi amor por él, sino no haría lo que hago, sería absurdo.
Babelia
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