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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las esquinas del tiempo

Alonso Cueto

Cinco esquinas, el título de la novela que tiene proyectada Mario Vargas Llosa, es un término familiar para cualquier limeño experimentado. Se refiere a un punto de encuentro de cinco calles, en la zona de Barrios Altos, donde se cruzan autobuses, coches y peatones avezados. Ahora que estoy aquí el mundo parece gobernado por las oscilaciones de un semáforo que sirve a las cinco calles y que funciona como un faro en la incertidumbre. La zona, que está atravesada de montones de desperdicios, fachadas de rejas y paredes desolladas y pintarrajeadas, está lejos de lo que alguna vez fue. Hasta hace menos de cien años, este barrio aristocrático sirvió a su vez a la bohemia en sus tiempos de esplendor. César Vallejo, Ricardo Palma y el compositor Felipe Pinglo Alva mencionan en algunas de sus cartas sus estancias en los Barrios Altos (bautizados así porque se trata de una zona más alta que el resto de la ciudad y también por ser territorio de la aristocracia).

Esta mañana, cuando le propuse a un amigo acompañarme a Cinco esquinas, él aceptó con muchas reticencias, diciéndome que es posible que no saliéramos vivos de aquí. Los maleantes que aún pululan en la zona son parte de la historia urbana. Uno de ellos fue el mítico Tatán (llamado en honor a su héroe de la selva), un delincuente tartamudo y feroz. Su novia, la Rayo, era conocida por la velocidad con la que podía robar carteras y huir de la policía. Le contesto a mi amigo que siendo domingo es probable que los delincuentes hayan ido a misa o que estén viendo el fútbol (es la final del Campeonato, felizmente), de modo que podemos andar tranquilos. No parece muy convencido.

Cuando caminamos por sus calles, cuidadosamente destrozadas, y preguntamos por direcciones, sin embargo, la gente no deja de ser amable. Algunas mujeres caminan solas y mi amigo me advierte de que son parte de la comunidad y que los maleantes no se atreverían a tocarlas. Cerca de aquí están la Morgue Central, el Congreso de la República y el convento de la Buena Muerte, además de numerosas iglesias como la del Carmen.

Lima, a pesar de sus visos de modernidad, corteja la nostalgia

En la calle del Jirón Junín, que parte de Cinco esquinas, está la Quinta Heeren, una ciudadela de casas polvorientas y fastuosas que el arquitecto Oskar Heeren, de origen alemán, diseñó a fines del siglo XIX. Todas son casas concebidas en imitación del estilo de arquitectura austrohúngaro. La Quinta Heeren que hoy luce abandonada alguna vez albergó las embajadas de Japón, Bélgica, Francia, Estados Unidos y Alemania. Daniel Rodríguez, que acaba de filmar aquí su película de terror No estamos solos, me dice que es una zona pródiga en fantasmas. Fue aquí que en 1928, es decir, en los tiempos de boato, se produjo un famoso suicidio. El empresario japonés Seiguma Kitsutani se hizo el seppuku, debido a la vergüenza que le causaban sus problemas financieros, aunque hay versiones según las cuales su decisión obedeció a algún desastre de amor con una mulata del barrio. Pronto lo siguieron su esposa y sus hijos. Hoy es uno de los fantasmas más locuaces en un lugar poblado de colegas suyos.

En uno de sus apuntes de viaje, el escritor Paul Groussac observó que todo en Lima le daba la sensación de “una grandeza venida a menos”. Esta es una definición exacta de Barrios Altos y de Cinco esquinas, y una de las explicaciones de por qué la ciudad, a pesar de sus visos de modernidad, sigue cortejando la nostalgia como un modo de vida. Desde estas calles, en cuyas casas lujosas y polvorientas, se esconde aún un sombrero o alguna joya de tiempos remotos, Vargas Llosa se sigue preguntando en qué momento se había jodido, o no, el Perú.

Alonso Cueto es escritor peruano.

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