Una historia de amor
Saccomanno y Fernanda García Lao, la relación literaria y pasional entre un antiguo niño trostkista y una exiliada argentina (no psicoanalizada)
Él podría ser un general retirado de la guerra de Vietnam con esa piel gruesa, esos rasgos duros, la camisa vaquera, los jeans, el cabello cortado a ras por los lados. Sobre todo cuando se pone las Ray-Ban clásicas. Ella, si el tiempo no se apura, va a ser una mujer joven hasta la tercera edad. También jeans, apretados, una blusa negra asimétrica, el pelo corto con el flequillo derecho cayéndole hasta debajo del ojo. Un maestro de escritores, afamado tallerista, forjado en el peso bruto de la novela rusa y de la norteamericana. De 66 años. Una escritora de 48 cuyó papá le dijo que no a Videla cuando ella tenía diez y que tuvo que salir al exilio con lo poco que pudo recoger antes de salir todos de casa: un libro de Mark Twain, una muñeca. Admiradora de Valle-Inclán, lectora del Lazarillo, de la Celestina. Mallarmé, Valery, Apollinaire, Michaux. Francia y España. Guillermo Saccomanno recuerda que gracias a la biblioteca de su padre podía leer lo que le diera la gana de los clásicos que lo formaron. “De pibe”, leyendo a Zola y a Balzac.
–Cosas que yo detesto –dice ella.
–Más respeto –pide él.
Hace un año se conocieron y se enamoraron.
Dicen: “Fulminante”.
Fernanda García Lao es hija de Ambrosio García Lao, un exitoso productor de noticieros argentino que tuvo que irse de su país cuando la dictadura le ofreció un ascenso: dirigir la Universidad de Cuyo. A cambio de delatar a los opositores al régimen. Ambrosio les dijo que no. Ellos lo encerraron en una habitación y le sugirieron que se lo pensara otra vez. Tres horas más tarde abrieron la puerta y él les dijo que ya lo había pensado. Otra vez: no. Entonces se fue a casa y apuraron las maletas. Él, su esposa María del Amor, las tres niñas. Ambrosio García Lao llegó a España con un ansia: aprender lo antes posible todo lo que pudiese de su nueva tierra para facilitar la adaptación de la familia. Por el día trabajaba. De noche estudiaba. Geografía, historia, gastronomía. En 1983, en el primer día de sus vacaciones de verano, Ambrosio García Lao bajó a la playa, se metió en el agua y se ahogó. Su mujer y las niñas se volvieron tres años después a Argentina. Fernanda había crecido: se había hecho punk.
–Y Mendoza [su tierra de origen] era una provincia reaccionaria, muy conservadora –añade Saccomanno.
Yo soy una argentina no psicoanalizada” Fernanda García Lao
Cuando se conocieron a finales de la primavera de 2013 en un festival de novela negra, se intercambiaron libros. Él le dio uno suyo: Cámara Gesell. Ella le regaló el último que había escrito: Cómo usar un cuchillo. Para empezar. Pero ella se tenía que ir pronto a pasar una temporada en Francia. Antes de irse, él le dijo: “Yo te quiero coger la cabeza”. Una forma ruda de decirle que su intención era enamorarle la mente. Pactaron una cosa: se escribirían cartas para alimentar el amor y de paso tendrían una novela epistolar. Los personajes que eligieron tenían la naturaleza cambiada: un hombre con el corazón de una mujer –le correspondía a ella– y una mujer con corazón de hombre –a él–. El punto de partida de la fábula era que un cirujano le había puesto a cada uno el corazón del otro. Al juego le pusieron nombre: Amor invertido. Empieza en París. Ya la han acabado, porque ella ha regresado a Argentina, pero aún no la han publicado. Mientras hablan sentados en la cafetería de un hotel de Guadalajara, han venido a la Feria del Libro con su país, invitado de honor de esta edición, los dos se dicen cosas: Él, que le encanta que en la escritura de ella note “una sombra de amenaza”; ella, que él escribe “como una bestia desbocada, con frases eternas, como una boa”.
Saccomanno dice que de alguna manera, como ella es más joven que él, de otra generación, el intercambio epistolar era una vía propicia para Fernanda “para romperme los huevos”. Explica que por las lecturas de ella, tuvo que regresar a escuelas que había dejado hace tiempo: el surrealismo, por ejemplo. García Lao explica que entre ambos hay una diferencia sintáctica: “Él siempre abre y yo cierro. Él es el rey de las subordinadas y yo soy una fanática del punto”. Lo quiere, lo mira, lo vacila: “Eres James Dean con 40 años más”. Y también se califica a sí misma: “Yo soy una argentina no psicoanalizada”, dice, a cuento de que –pese a la intensa y dramática historia de su familia– de momento nunca le ha apetecido meterse por el camino autobiográfico. Tiene un acento único. Casi español del todo y casi argentino del todo. Saccommano también dice lo que es él en esencia: “Un hombre que de niño fue trostkista”. No viven juntos. Él en Villa Gesell, en la costa, a unos 400 kilómetros de Buenos Aires. Ella en la capital. Una cosa les gusta a ambos de igual manera: Roberto Arlt, el escritor argentino; lo quieren los dos a la vez. Cuando se van a tomar una foto, se levantan de los taburetes de la cafetería y se sientan en una banqueta negra con un fondo de tela negra detrás: posan de espaldas el uno del otro. Saccomanno con un cigarro rubio sin encender. En las siguientes fotos el cigarro pasa a la mano de Fernanda.
–Si os fallara la literatura, ¿también os fallaría el amor?
–No, también es una relación muy carnal –dijo ella.
Y justo ahí es cuando lo miró y le dijo que era James Dean con 40 años más. Te quiero coger la cabeza.
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