“El Museo de Antropología es el espacio más democrático y generoso de México”
El director de la mayor institución de arte prehispánico de América, Antonio Saborit, reflexiona sobre sus 50 años de historia
“Soberbio”, “monumental”, “portentoso”, “extraordinario”. Era 1964 y la prensa mexicana describía así al nuevo Museo Nacional de Antropología (MNA) abierto el 17 de septiembre de ese año. México mostraba por primera vez su más extensa y variada colección de 3.500 objetos y documentos prehispánicos, que se convertiría en el museo más importante de su tipo en toda América. Cincuenta años después, tiene 250.000 piezas de todo México en su acervo —8.000 en exhibición— y cuenta en 11 salas de arqueología y 11 de etnografía la historia de las culturas nativas del país. A Antonio Saborit, historiador y actual director del museo, no deja de sorprenderle la cantidad de conocimiento que esta sede guarda sobre los aztecas, toltecas, olmecas o mayas. Tampoco oculta el orgullo que siente por resguardar como un tesoro las valiosas colecciones.
“El museo es el depósito de dos colecciones muy importantes: la arqueológica y la etnográfica; así mismo, el museo como contenedor guarda a la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia que es una de las bibliotecas más importantes de México, tenemos archivos históricos en el interior del museo también que son de gran relevancia para el estudio de nuestro pasado y el resto, el contenedor, el museo mismo es una de las obras de arquitectura más importantes del siglo pasado”, comenta mientras camina por la explanada principal del MNA, una creación del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez.
A Saborit se le ilumina el rostro cuando recuerda la primera vez que vio la fuente ‘El Paraguas’ en el centro de la explanada por la que ahora camina. Tenía ocho años y acudió en una excursión escolar para conocer el nuevo museo del que en todos los colegios se hablaba: “Debí venir en 1964 o en 1965, sin saber a dónde venía”. La tarea del museo no ha cambiado desde entonces, explica, sus salones están diseñados para que tanto mexicanos como extranjeros lleguen a él desconociendo todo y se vayan aprendiendo algo. “Cuando se fundó, se tenía en mente al museo como una herramienta en el proceso educativo; no fue un atractivo turístico el que se construyó. El Museo Nacional de Antropología se concibe como el espacio educativo más democrático y más generoso, porque no te pide un grado de educación como visitante, ni siquiera te pide tu identidad, y en su interior cualquiera puede continuar su proceso educativo”.
La invitación a ingresar al MNA de la Ciudad de México está varios metros antes de la entrada del museo, desde el Paseo de la Reforma, donde un monolito de 165 toneladas del dios azteca Tláloc —deidad de la lluvia— vigila el paso de los coches en la transitada avenida. En el interior, una enorme cabeza olmeca hallada en Veracruz, un Chac Mool maya cuidadosamente tallado en piedra proveniente de Chichén Itzá, una máscara de jade de Palenque, una réplica del Penacho de Moctezuma o un atlante de cinco metros de altura trasladado desde Hidalgo redondean la historia prehispánica de México. El director del museo camina por la sala Mexica, la de los hallazgos aztecas, y recomienda recorrer el museo con calma y poniendo atención a los detalles. De pronto se detiene frente a un mono tallado en piedra —el Mono Ehécatl—, dedicado al dios del viento-- una de sus piezas predilectas en una habitación llena de monolitos fijos alusivos a la serpiente. “Es diferente, porque muestra movimiento”, reflexiona. En la composición de cada objeto, Saborit encuentra no sólo historia sino también arte, que dice, no se aleja de los formas contemporáneas.
El interés por las miles de piezas del MNA ha llevado a algunas de sus colecciones a recorrer el mundo. De Holanda a Rusia y de allí a Australia, pero los objetos de mayores dimensiones suelen quedarse en México. “Es uno de los museos que más piezas presta, pero hay muchas que no son prestables. Las piezas no se hicieron para viajar, pero por otra parte también llevan el conocimiento a otros lugares. Algunas no pueden salir porque entraron antes de que se construyera la sala, como la Piedra del Sol y el monolito de la diosa Coatlicue (la madre de todos los dioses). Con una grúa se colocaron las piezas y luego se construyó, no hay forma de que salgan”, detalla Saborit.
Más de dos millones de personas acuden al año al museo, la mayoría son estudiantes y turistas. Algunos sucumben a la tentación de tocar los objetos, a pesar de que son advertidos de no hacerlo. “El proceso es acumulativo, la grasa de nuestra piel va manchando la pieza”, explica el director de la galería, mientras muestra parte de una serpiente emplumada tallada en piedra que tiene el evidente desgaste de una pieza que en un día puede ser vista hasta por 35.000 personas. El Museo Nacional de Antropología no pasa un solo día sin recibir exclamaciones como hace 50 años: “El museo nos pone frente a nuestras limitaciones, son muchas las piezas que nos hacen ver cuán poco es lo que sabemos, o al revés, cuánto es lo que todavía necesitamos saber para entender lo que tenemos enfrente”.
Babelia
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