Torturadores redimidos, edipos mexicanos
"Sé que el perdón y la reconciliación quedan muy bien en el cine melodramático. Y que hay que olvidar los antiguos horrores en nombre de la convivencia. Y que el director nos está contando lo que ocurrió en la realidad. Pero no acabo de entender las razones de ese perdón".
En El puente sobre el río Kwai, una película grandiosa en todos los sentidos, vimos cómo los soldados japoneses intentaban quebrantar la moral de los oficiales ingleses introduciéndolos en casetas subterráneas y torturantes para que aceptaran trabajar en la construcción de un ferrocarril y de un estratégico puente. Ocurría en un lugar selvático situado entre Birmania y Thailandia. En Un largo viajeel director australiano Jonathan Teplitzky regresa a aquel lugar pavoroso para contarnos el testimonio real de Eric Lomax, un oficial británico que lo sabía todo sobre trenes y al que los japoneses trituraron física y mentalmente al descubrir que había fabricado una rudimentaria radio. Aunque la guerra terminara hace décadas y este hombre lograra sobrevivir a ese infierno, tanto él como sus antiguos compañeros de infortunio están rotos por dentro y con síntomas de que esas heridas son a perpetuidad. Algunos deciden acabar con esos recuerdos lacerantes y ese dolor insoportable colgándose de un puente, otros se integran como pueden en la vida civil, alguno sueña con la posibilidad de la venganza, con encontrarse con aquellos que se ensañaron con él hasta convertirle en una piltrafa y aplicarles idénticas torturas.
El estado mental de ese superviviente, al que su esposa intenta aliviar y salvar, sus permanentes fantasmas, su intolerable memoria del espanto, está descrito con vocación de intensidad, con agradecibles elipsis en el infinito catálogo de torturas, con el abusivo empleo de la música para implicar al espectador en una desesperación que no necesita ser subrayada, con la sólida personalidad de ese buen actor llamdo Colin Firth y la presencia entre innecesaria y tópica de Nicole Kidman, señora a la que cada vez me cuesta más reconocer por los excesivos experimentos que ha hecho la embellecedora cirugía en su rostro. Pero el lenguaje para narrar esa terrible historia es académico, con escasa capacidad para removerte. Y la segunda parte, que describe el encuentro de la víctima con su antiguo torturador, me provoca cierto estupor. El antiguo sádico ha sido redimido, sufre inconsolablemente por la barbarie que practicó con gente indefensa, la surrealista excusa para su comportamiento es que sus superiores les engañaron asegurándoles que iban a ganar la guerra. Y sé que el perdón y la reconciliación quedan muy bien en el cine melodramático. Y que hay que olvidar los antiguos horrores en nombre de la convivencia. Y que el director nos está contando lo que ocurrió en la realidad. Pero no acabo de entender las razones de ese perdón. No debería existir jamás para los que han practicado esa forma superior de la abyección llamada tortura. Esos monstruos tan humanos no se redimen nunca. Si la venganza no es posible, al menos que funcione la justicia.
La película mexicana Club sándwich, dirigida por Fernando Eimbcke, es probable que tuviera cierta gracia si fuera un cortometraje, pero la anécdota está alargada hasta la exasperación. El argumento nos ofrece pistas iniciales sobre esa madre soltera y su hijo quinceañero que comparten habitación en un hotel, se masajean con crema para protegerse del sol, coleguean, demuestran excesiva complicidad. A los diez minutos, con el niño enfundándose el biquini de la madre y masturbándose, ya sabemos que Edipo anda por ahí. Pero la aparición en sus vacaciones de una adolescente gordita y pintoresca nos confirma que Electra también está presente. Está claro que el director pretende ser sugerente, humorístico y sutil con temática tan escabrosa, que pretende contar la inevitable ruptura, los celos, la constatación de que todo va a cambiar entre dos personas que solo se han tenido la una a la otra, cuando una de ellas es asaltada por las tentaciones de la adolescencia y la necesidad de volar. Comprendo las intenciones del director , pero su método para retratar las fases de ese desencuentro me resulta muy cansino.
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