La extinción de especies es 35 veces más rápida desde la aparición de los humanos
Un estudio muestra que en los últimos cinco siglos han desaparecido 73 ramas completas del árbol evolutivo
En un libro sobre el futuro de la inteligencia artificial, el profesor del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) Max Tegmark plantea un escenario absurdo y aterrador: si no fuésemos capaces de transmitirles con precisión nuestros objetivos, las máquinas podrían adoptar un objetivo propio muy alejado de nuestros intereses, como transformar en clips metálicos todos los átomos del universo, incluidos los de nuestros propios cuerpos. Criticados por lo extravagante de su fin, la mente mecánica podría excusarse en que fue entrenada observando a sus creadores. En las últimas décadas, la inteligencia humana ha logrado una expansión de la especie sin precedentes gracias a un uso del ingenio para, con una eficiencia homogeneizadora terrorífica, convertir a los otros seres vivos en alimento para mantener a más humanos y en productos para hacerles la vida más agradable. Esa especie, cuyos ancestros tuvieron momentos críticos en los que fueron poco más de mil individuos, supone ya el 36% de todos los mamíferos que existen. Otro 60% son animales como las vacas, criados para alimentar personas, y solo un 4% son animales salvajes.
Pese al impacto de la humanidad sobre los ecosistemas terrestres, solo suponemos el 0,01% de la biomasa del planeta. Sin embargo, los humanos continúan su avance, reduciendo el espacio para otros animales y quedándose cada vez más solos. Esta sexta extinción masiva, después de otras producidas por meteoritos, como el que acabó con los dinosaurios, o procesos geológicos extremos, es la primera causada por un solo animal. Y el impacto no se ciñe a especies aisladas. Según un artículo que hoy se publica en la revista PNAS, se están mutilando ramas enteras del árbol de la evolución. Animales como el tigre de Tasmania o el delfin del Yangtsé fueron los últimos de su género, un concepto que agrupa a varias especies relacionadas entre sí.
El trabajo, liderado por Gerardo Ceballos, investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México, examinó 34.600 especies de 5.400 géneros de vertebrados durante los últimos 500 años a partir de bases de datos como la de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. En ese tiempo, 73 géneros se extinguieron a un ritmo 35 veces más veloz de lo que cabría esperar si hubiese seguido la velocidad de los 65 millones de años previos. Sin la influencia humana, habrían sido necesarios 18.000 años para ver desaparecer tantos géneros. Según los autores, al menos un tercio de los vertebrados conocidos están perdiendo población y se ven arrinconados en ecosistemas cada vez más pequeños. Al principio del siglo XX había 10 millones de elefantes. Hoy hay menos de medio millón y han desaparecido de muchos de los países que habitaban hasta hace poco.
La pérdida de un género entero puede tener un impacto en el funcionamiento de un ecosistema completo. La homogeneización impuesta por los humanos en su entorno está haciendo desaparecer también un equilibrio beneficioso para nuestra existencia y cambiando el curso de la evolución. “En el este de Estados Unidos desaparecieron los grandes depredadores, osos, pumas, lobos, y aumentaron los venados de cola blanca de una manera estratosférica, y también de ratones. Los venados y los ratones son hospedadores de unas garrapatas que transmiten una enfermedad muy grave que es la enfermedad de Lyme. Eso ha hecho que haya millones de casos por año en EE UU”, ejemplifica Gerardo Ceballos. En un tono menos pragmático, Paul Ehrlich, profesor de la Universidad de Stanford y coautor del estudio, dice que “estamos perdiendo los únicos compañeros vivos que conocemos en todo el universo”.
La pérdida de biodiversidad y la sobreexplotación del espacio salvaje está facilitando el salto de enfermedades entre animales y humanos, como sucedió con la covid, pero también está destruyendo recursos que pueden servir para mejorar la salud humana. Uno de los géneros desaparecidos es el de las ranas incubadoras gástricas (Rheobatrachus), que vivían en los bosques tropicales de Queensland, en Australia. Estos animales tenían un peculiar sistema reproductivo. Las hembras se tragaban los huevos fertilizados y convertían sus estómagos en úteros donde crecían los renacuajos. Como las ranas tenían que apagar la secreción de ácido en su estómago para proteger a sus crías, eran un interesante modelo de investigación para enfermedades como el reflujo gástrico y los cánceres asociados, pero ya no queda ninguna sobre la Tierra. Animales como estos, pese a su escaso número, pueden además desempeñar un papel importante en el mantenimiento de equilibrios ecológicos.
Ceballos afirma que sus datos son una llamada a la acción y que “si no actuamos en la escala necesaria, habrá un colapso de la civilización. El ser humano no se va a extinguir, pero se darán estas situaciones de las películas apocalípticas en las que solo sobreviven los más fuertes”, añade. En el pasado, después de cada gran extinción, que en ocasiones han llegado a aniquilar más del 70% de la vida en la Tierra, el árbol de la vida se reconstruyó con la lenta aparición de nuevas especies. “Pero fueron necesarios 15 o 20 millones de años y la humanidad no puede esperar tanto”, advierte Ceballos.
Para evitar o mitigar el colapso, los autores demandan una inversión sin precedentes, con una especial atención a la conservación de los bosques tropicales, que son los lugares donde mayor biodiversidad se encuentra. “Esto tal vez costaría 400.000 millones de dólares, que es una cantidad importante, pero si seguimos como hasta ahora habrá un colapso mucho más generalizado de lo que estamos viendo”, alerta Ceballos. Pese al grado de comprensión del problema que estudios como el que hoy publica PNAS ofrecen sobre la dimensión del desafío ecológico al que se enfrenta la humanidad, la única especie inteligente conocida del universo está cada vez más cerca de asfixiarse con su propia eficiencia para sobrevivir y reproducirse.
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