En el tren de la izquierda: Almudena Grandes, una mujer columnista
La novelista se sumó con sus columnas a la tradición de pioneras como Maruja Torres, Rosa Montero o Montserrat Roig. ‘Escalera interior’ reúne sus artículos con escenas costumbristas ambientadas en alguno de los temblores provocados por la crisis del 2008
![La escritora Almudena Grandes en marzo de 2026.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/GVSPAF66SNDXLOOSDOCTJPWIK4.jpg?auth=456e9670ac77b97f428fc28a67e03bf6020c89c65d7c829d9840a83d18c1f53f&width=414)
El domingo 10 de octubre de 1999 fue un día importante para El País Semanal: fue la primera edición tras su remodelación y el cambio de nombre. La novelista Almudena Grandes ya era columnista de la revista. Se había incorporado de manera regular a principios del año anterior junto al lusófilo escritor italiano Antonio Tabucchi, el multifacético militante chileno Luis Sepúlveda y el entonces recién galardonado Premio Cervantes Guillermo Cabrera Infante. En la nueva etapa, que recuperaba a Maruja Torres entre otras firmas, Grandes se mantenía con nombres claves de las letras de la democracia: Antonio Muñoz Molina, Rosa Montero y Manuel Rivas.
“Llegué a la columna desde la literatura,” explicó Grandes en un congreso patrocinado por la Fundación Manuel Alcántara en el año 2014. “El primer sitio al que llegué fueron a los artículos de El País Semanal, que, para mí, fueron un problema muy grande… Cuando mi artículo estaba ilustrado, yo tenía que entregarlo veinte días antes de que se publicara… No podía escribir sobre la actualidad… No sabía qué hacer. Mi jefe en el Semanal, Álex Martínez Roig, me sugirió que por qué no elegía un título, por qué no le daba un marco argumental a la página y escribía relatos sobre vida cotidiana. Me pareció una muy buena idea. Entonces le puse Mercado de Barceló porque era el mercado que estaba en frente de mi casa y empecé a escribir… Como no podía ocuparme de la actualidad y como tenía que entregar muy pronto, yo poco a poco fui haciendo lo que sabía hacer. Entonces esos artículos cada vez eran menos periodísticos y más literarios.”
![Columna de Almudena Grandes en 'El País Semanal' del domingo 10 de octubre de 1999.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/JHPCFP2GP5ALJF55LBP4FH6E5M.jpg?auth=922c0d4927022aa9c04f9c39c3f0b1e3d83785084ffb4a8a84d5931047da718d&width=414)
Los artículos de esa primera etapa, recogidos en el libro Mercado de Barceló (2003), hicieron de un viejo mercado de abastos —que en aquel entonces se encontraba en declive— un acelerador de partículas construido para descubrir, a través de choques entre ideas distintas, los elementos más básicos de la sociedad española. Una cabeza de rape rodando por el suelo “con la imponente autoridad de un viejo monarca guillotinado” inspira una reflexión sobre el exceso ecológico que supone la basura orgánica. Un yogur descremado activa una diatriba contra el marketing del capitalismo tardío, que ha conseguido ejercer tanto control económico, social y psicológico que “hemos vuelto a vivir en nuestro cuerpo como en una cárcel.” Un monólogo disfrazado de conversación en la cola de la carnicería destapa algunos de los problemas, como el del fenómeno de la sobrecargada abuela niñera, obviados por el estado de bienestar.
Lo trataba todo, presentación, nudo y desenlace incluidos. Con sus artículos los domingos pretendió intervenir en el debate público en voz baja. Eludía los debates sobre lo que Nietzsche llamaba la Gran Política y se centraba en lo que la crítica norteamericana Emily Apter llama la política con p minúscula: momentos cotidianos no aparentemente políticos que, aún así, abren la puerta a una política colectiva duradera.
Con su columna, Grandes seguía la estela de las opinadoras totémicas que habían ayudado a marcar la pauta del columnismo español durante la transición y los años posteriores. En aquellos tiempos finiseculares, ni se había cumplido una década del fallecimiento por cáncer de mama de la mítica articulista (y mucho más) Montserrat Roig, que empezó por prestar su pluma a esa bomba rebelde de tinta y papel llamada Tele/eXprés. A Roig la sobrevivieron columnistas como Rosa Montero o Maruja Torres, que habían colocado un calzo en la puerta para las que querían experimentar con tono metódicamente vitriólico. Este grupo también contaba con Carmen Rico Godoy, hija de la gran Josefina Carabias, que, durante la Transición, ayudó colocar a Diario 16 como cabeza de serie del periodismo de opinión, dándole un toque temático irresistible a las firmas habituales como el mismo Diván de Carmen Rico Godoy, en el que sentaba cada lunes y viernes a su paciente, la sociedad española.
Aun así, la situación de la mujer columnista seguía estancada en una época trasnochada. La existencia de figuras como Roig, Montero, Torres o Rico Godoy eran las excepciones. “Las mujeres de nuestra generación no éramos ni tertulianas, ni columnistas, éramos solamente periodistas,” detalló Consuelo Álvarez de Toledo en el congreso del 2014, haciendo referencia a las periodistas de la Transición. “Éramos periodistas de agencia que teníamos que correr por los pasillo,s porque nuestro mérito era dar la notica antes que los demás. Eso enseñaba mucho.”
Esta realidad se extendió hasta la primera década del siglo XXI. Un estudio de los siete principales diarios nacionales (incluido EL PAÍS) durante los primeros años del nuevo mileno, realizado por la catedrática María Jesús Casals, reveló que solo 21 de los casi 200 columnistas, o un 10,5 por ciento, eran mujeres. Las mujeres columnistas solo contribuían un seis por ciento de la producción columnística del país. La divergencia entre las dos cifras, ambas bajísimas, se explica por el hecho de que, mientras casi tres docenas de hombres publicaban una media de casi dos columnas por semana, la única mujer que alcanzaba la misma tasa era Carmen Rigalt de El Mundo.
Eso sí, en El País Semanal había más paridad. Las mujeres columnistas formaban una minoría sustancial. Entre los nombres que poblaban el territorio se encontraban, junto a autores recurrentes como los de Antonio Gala, Terenci Moix o Muñoz Molina, los de Montero, Torres, Grandes y la sexóloga Elena Ochoa. También solían aparecer los de Elvira Lindo, Paz Padilla, o Shere Hite. La mayoría de estas mujeres llegó al columnismo, al igual que Grandes, desde la literatura. El resultado fue una aglutinación extraordinaria de talento inigualable por otras revistas y otros periódicos de la época.
Los columnistas del EP[S], hombres o mujeres, en gran medida eran escritores. La única publicación que tal vez amenazaba con alcanzar los números del dominical al respecto yacía en otra esquina del mismo periódico: la sección de opinión, que en aquel momento contaba con las firmas de Javier Marías, Vargas Llosa, y unos cuantos escritores más. Aun así, había una diferencia que no se puede soslayar. Exceptuando a Montero, Torres, la futura directora Soledad Gallego-Díaz y una tribuna ocasional de Cristina Peri Rossi, la sección de opinión de EL PAÍS apenas contaba, durante sus primeros veinte años de vida, con firmas femeninas.
En otoño del 2004, tras un año y pico de baja, Grandes retomó su columna. Estrenó la segunda etapa con nueva cabecera: Escalera interior. Éste sería el nombre con el que llegaría la columna hasta el 27 de noviembre de 2021, cuando, el mismo día que falleció por un cáncer con la que había vivido durante más de un año, se publicó su última entrega.
Con el título ‘Unos ojos tristes’, esa última entrega es la que abre la colección de artículos Escalera interior (Tusquets), editada por Elisa Ferrer. El artículo trata un fenómeno que había ido cobrando cada vez más importancia en su pensamiento: la creciente enajenación que sentía de cara a ciertas tendencias vinculadas con la izquierda. En este caso se trataba de la moda quinqui, que había visto un deslumbrante resurgimiento en la cultura contemporánea. Pero a Grandes le hizo recordar una figura prácticamente olvidada: la de El Lute y aquel grupo marginalizado de los sesenta. “Fue la primera vez que un mundo ajeno se hizo parte del mío,” aseveró. “Lo que yo recuerdo ahora, en esta marea de botas de charol rojo y de nostalgia de una estética maldita, es el abismo de tristeza en los ojos de un hombre abatido no por la policía, sino por el destino”. Grandes no dejaría pasar desapercibida cualquier apropiación cultural que ignorase la historia de la que también se apropiaba.
![La pianista Rosa Torres-Pardo en el homenaje póstumo a Almudena Grandes celebrado en noviembre de 2022 en el Teatro María Guerrero de Madrid,](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/U7UO4EUD2RGIRNY4CSH7MCJNLA.jpg?auth=cf60f14ba0db5f17301ccd7e4b47f5397540250038468edd9da0b143acd236af&width=414)
Había otros columnistas que veían la izquierda pasar por delante como si estuviesen parados en un andén. Solo falta recordar las polémicas de la última década que protagonizaron Javier Marías sobre Gloria Fuertes y el movimiento #MeToo, Savater sobre la pederastia en la Iglesia y el cambio climático o Vargas Llosa sobre los países que “votan mal.” Estos y otros escritores pasaron en gran medida de escribir para revelar a escribir para provocar, sin intentar comprender por qué el mundo político que pensaban conocer como la palma de su mano ahora les parecía un pantano inhóspito que mejor ni pisar. La Grandes de 2008, la de la polémica columna sobre la Madre Maravillas, tal vez habría hecho lo mismo. Pero la última Grandes, como atestigua esta nueva colección, nunca se apeó del tren de la izquierda. Observaba los mismos acontecimientos con esa característica melancolía de izquierda que han analizado Enzo Traverso y tantos otros. Nunca se apagó su curiosidad por los vaivenes de la política contemporánea, pero reconocía muy bien que a veces resultaba mejor guardar la indignación no para los fenómenos que la gente no veía, sino para aquellos que la gente no quería ver.
Esa indignación la desató en artículos como ‘Ayer, hoy, mañana’, del 2019, conmemorando el octogésimo aniversario de la caída de Barcelona durante la Guerra Civil. “Es un buen momento para recordarlo,” reza la primera oración. Pronto empezamos a sentir la furia. “Huyeron… huyeron… huyeron… huyeron.” El metrónomo retórico de Grandes es, para sus lectores, ineludible. Subraya una orientación tanto estética como moral. Sabía que era necesario mantener viva la rabia sobre las víctimas de la Guerra Civil para que, con el paso del tiempo, no pasasen a ser otro sedimento cualquiera en el acantilado de la conciencia colectiva española.
Pero a veces podía pasarse. El artículo recordando a las víctimas termina con esta sentencia: “Quienes salieron de sus casas para echar a andar por una carretera no eran hondureños. Quienes surcaron el Mediterráneo en barcos abarrotados para no obtener permiso de desembarcar en puerto alguno no eran africanos. Quienes cruzaron ríos a nado… se apellidaban García, Martínez, Fernández, López. Habrían podido ser sus abuelos, o los míos.” Las alusiones son contundentes. Pero también son incómodas. Sí, los españoles exiliados también fueron refugiados, pero aquellos hondureños y africanos—sean españoles o no, habrían podido ser familiares nuestros o no—también se merecen la misma rabia que nuestros posibles antepasados.
Muchos de los textos de Escalera interior trazan escenas costumbristas ambientadas en alguno de los temblores secundarios de la crisis del 2008. Muchos empiezan en media res. Y muchos, a diferencia de los artículos de la primera etapa del Mercado de Barceló, lanzan un comentario político explícito, sin ese complejo de inferioridad columnística más bien propia de aquellos escritores de habla inglesa (véase Zadie Smith, Rachel Cusk) que muy de vez en cuando prestan sus opiniones políticas a la esfera pública. Las escenas toman lugar en una España ya marcada por Skype y WhatsApp y una crisis que no deja de agobiar, frustrar y quebrar familias, amistades o cualquier otro tipo de relación personal. Son artículos al estilo de Larra, atravesados por la mirada antropológica de Galdós y la crítica social de Blasco Ibáñez.
La colección termina cerrando la historia con la que empezó: el cáncer. “El cáncer,” explica, “es una enfermedad como otra cualquiera, desde luego un aprendizaje, pero nunca una maldición, ni una vergüenza, ni un castigo.” Ni tampoco un motivo para la escritura. A diferencia de otros autores, como la británica Jenny Diski, cuya diagnosis fue el motivo para escribir lo que serían 17 episodios de sus memorias en tiempo real para el London Review of Books, Grandes hizo todo lo contrario: no lo volvió a mencionar. Al final serían unas siete semanas las que escribiría con el conocimiento público de su condición. En sus últimos artículos, no faltan referencias a la mortalidad: la fatalidad de la Cumbre Vieja, la muerte de su madre, la incertidumbre vital de un joven kurdo iraní llamado Karim. No faltan referencias, salvo a la suya.
Pepa Bueno, directora de EL PAÍS, y Luis García Montero presentarán ‘Escalera interior’ el próximo 12 de febrero a las 19.00 en el Espacio Fundación Telefónica de Madrid.
![Portada de 'Escalera interior', de Almudena Grandes](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/QHV45GRJURB7RGHAXXDN7GTYUY.jpg?auth=5b29b383408b5dc8967dab7784eba704fcbbf7eb0db000a38b4ba12bf1317d13&width=414)
Escalera interior
Tusquets, 2025
464 páginas
21,90 euros
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