‘Todo va a mejorar’, de Almudena Grandes: una obra visiblemente truncada
La obra póstuma de la autora, con un capítulo redactado por Luis García Montero, habla de resistencia y solidaridad en un mundo distópico pero probable
Claro que esta no es una novela sin más, porque fue el refugio de Almudena Grandes el último año de su vida y porque fue un proyecto que no alcanzó a terminar, nacido del estupor y la rabia del confinamiento de marzo de 2020. La reclusión en las burbujas domésticas mientras el coronavirus parecía acechar en la calle creó un caldo de cultivo propicio a la desfiguración de la verdad. La información, de pronto, se tornó sospechosa y cundió el recelo —para algunos, la certeza— de que se estuvieran ocultando las razones de aquel cese abrupto de la realidad. En esa coyuntura de indefensión ciudadana, ¿cómo no imaginar el rendimiento político que podría obtenerse moviendo las palancas adecuadas? Bastaba con crear un movimiento populista (el Movimiento Ciudadano ¡Soluciones Ya!) que, despreciando la inoperatividad de los partidos tradicionales, ofreciera soluciones (económicas, ecológicas, casi escatológicas) desde un modelo de gestión del Estado inspirado en la eficiencia empresarial y, una vez ganadas las elecciones, ejercer el poder sin remilgos; por ejemplo, desconectando el país de internet mediante un Gran Apagón, diseminando —o desterrando— a los activistas potencialmente molestos en los pueblos de la España vaciada, derogando la Constitución o disolviendo la Policía Nacional y la Guardia Civil para crear un Cuerpo Nacional de Vigilantes nutrido, sobre todo, por gorilas de discoteca…
Esa es la España pavorosa que imaginó Almudena Grandes, un inmenso Centro Comercial Virtual formado por una aborregada población de consumidores que, bajo el eslogan de “Todo va a mejorar”, es vigilada y aislada comunicativamente mientras se la bombardea con las mentiras y miedos fabricados desde el aparato del Estado. En la novela el villano es un empresario, el Gran Capitán, que ha ideado ese mundo feliz posdemocrático con el auxilio de hackers y virólogos (provocadores de la Tercera y Cuarta Pandemia), pero los peligros que simboliza tienen encarnaciones menos improbables y más próximas, como los populismos autoritarios, el control sesgado del mundo digital, los instintos básicos del capitalismo hiperconsumista o la depauperación de los valores y derechos humanos individuales. Estos y otros temores son los que empujan el proyecto de esta fantasía futurista con una evidente función de alerta y admonición, como es consustancial al género distópico. Pero aquí la distopía está pasada a través del realismo costumbrista que tenazmente defendió la escritora y que, en su denotación pormenorizada de personajes y circunstancias accesorias, puede antojarse contraproducente para ese propósito.
Si en ‘Los besos en el pan’ fue la crisis económica el muelle que la empujó, ahora ha sido la constatación de la vulnerabilidad de los ciudadanos ante el fraude informativo, acosados por un enjambre de falsedades y tergiversaciones
La armazón de la trama, con todo, es sólida, pese a que la presentación prolija de héroes (quienes constituirán un núcleo de resistencia) y villanos (el ideólogo del MCSY y su cohorte) ocupe más de la mitad del libro y demore el inicio de la acción. Ese lento desfile de criaturas que se disponen en el tablero del relato hace que el desenlace de la fábula, al carecer de un desarrollo suficiente, resulte precipitado y, con ello, debilite su verosimilitud narrativa. No me cabe duda de que, de haber tenido ocasión, la escritora hubiera estibado más equilibradamente la estructura de una novela escrita por imperativo ético, como había sucedido en 2015 con Los besos en el pan. Si en ésta fue la crisis económica el muelle que la empujó, ahora ha sido la constatación de la vulnerabilidad de los ciudadanos ante el fraude informativo, acosados por un enjambre de falsedades y tergiversaciones. Y en las dos novelas el resquicio de esperanza que se abre es el mismo: la capacidad de organización y resistencia de la gente sencilla, la solidaridad de quienes están habituados a perder, pero también a incorporar el impulso de su fe o sus demandas en el vivir cotidiano, donde coexiste con las benditas trivialidades, con los placeres del paladar (como las rosquillas de Inés y la alegría o, aquí, los pasteles de Enrique Duarte) o de la exultación erótica, tan frecuentes ambos en el realismo integralista —esto es, que integra lo alto y lo bajo, lo sublime y lo primario— de Grandes.
Aunque Todo va a mejorar no cuenta entre sus mejores novelas —y el haber quedado truncada y sin la revisión final no es una causa menor—, sí es un ejemplo de la épica intrahistórica que la escritora practicó brillantemente y que supo tejer con el heroísmo en minúscula de gentes llamadas a desaparecer en el sumidero de la historia, pero sin los cuales la historia hubiera sido muy distinta. En el don de perseverancia de estos hombres y mujeres radica la esperanza de escapar a las realidades mendaces y apócrifas con que otros los aprisionan. Ese vislumbre de optimismo ocupa el único capítulo que quedó sin redactar, ‘Transición’, y que, a petición suya y según sus instrucciones, ha escrito con certera sobriedad Luis García Montero. Es ahí también donde madura como traidor y héroe —a la manera borgiana— un personaje, Rodrigo Sosa, al que conviene estar atentos. Lo ha estado y mucho García Montero, porque de un pasaje estremecedor en el que Sosa lucha consigo mismo entre desconectar a su esposa de las máquinas que la mantienen viva o no hacerlo y así persistir en el consuelo “mientas él pudiera lavarla, peinarla, acariciarla”, el poeta ha tomado la cita que abre su poemario Un año y tres meses. Y mediante ese gesto ha entrañado para siempre en sus versos de duelo las páginas de Todo va a mejorar.
Todo va a mejorar
Autora: Almudena Grandes.
Editorial: Tusquets, 2022.
Formato: tapa blanda (504 páginas. 21,90 euros), tapa dura con sobrecubierta (23,90 euros), y e-book (10,99 euros).
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