Versos de amor para despedir a Almudena Grandes
En los poemas dedicados por Luis García Montero a la muerte de su esposa se impone el sentimiento amoroso a la dimensión fúnebre
No corren buenos tiempos para la elegía en una sociedad que se empeña en vendernos sucedáneos de vida eterna. Sin embargo, el descenso a los infiernos de Dante y el dolorido sentir que destilan los sonetos de Garcilaso no se explican sin la alargada sombra de Beatrice Portinari ni la definitiva ausencia de Isabel Freyre. El último libro de Luis García Montero, Un año y tres meses, está dedicado a la que fue pareja del poeta: Almudena Grandes, fallecida en noviembre de 2021. Desde estas coordenadas biográficas, uno tendría la tentación de abordar el volumen como la cara B o el reverso sombrío de Completamente viernes, en la medida en que la plenitud amorosa de antaño se sustituiría ahora por el desgarrón afectivo. El primer poema de Un año y tres meses (‘El misterio y el secreto’) parece avalar ese paralelismo a la inversa, pues su rótulo dialoga con el texto inaugural de aquel cancionero (‘Hombre de lunes con secreto’): no obstante, mientras que en 1998 el secreto se interpretaba en clave erótica, en 2021 adquiere las connotaciones de un desalentador diagnóstico clínico. A pesar del cambio en los tiempos verbales, no estamos ante la antítesis del proyecto anterior, sino ante una entrega con personalidad propia, donde la concepción del amor como compañía cómplice acaba imponiéndose a la dimensión funeraria que a veces planea sobre los versos.
La división en tres partes numeradas permite asistir al declive y la muerte de la amada, a la aceptación del daño y a la reconstrucción de la experiencia. En el primer apartado, los paseos a la hora del crepúsculo y las lecturas comunes alternan con los cuidados paliativos o con la ficción de un orden que deja al descubierto la intemperie anímica: “Que todo esté en su sitio / es el mayor desorden que pueda imaginarse”. La metáfora germinativa del agua permea estas piezas: si en ocasiones el mar actúa como confidente de una esperanza dubitativa (“Orillas del mar, / dejadnos soñar”, escribe el autor, glosando una cantiga neopopular de Góngora), en otras ocasiones el jarro de agua fría de un informe médico o el agua negra que inunda la casa se erigen en imágenes negativas. En esta senda alegórica, hasta el Madrid convocado en las novelas de Almudena Grandes se resemantiza como un campo de batalla que ya no remite a la tragedia interminable de la Guerra Civil, sino a una resistencia silenciosa y a una contienda que se libra “en las trincheras últimas de nuestros corazones”. Ante la inminencia del desenlace, la épica subjetiva de la poesía de la experiencia, que reflejaba la peripecia transferible de un individuo urbano, se limita a registrar la cotidianidad de un yo póstumo que asume su condición de muerto viviente: “Uno de los dos muertos debe seguir de pie”.
En la segunda sección, “el amor de siempre” se va convirtiendo en memoria, al tiempo que los rituales domésticos se vacían de sentido. La inserción de flashbacks puntuales contribuye no tanto a airear la acción como a reemplazar el viaje físico por el itinerario mental: pruebas de ello son el recuerdo de las ruinas de Cartago, cuando “cada latido de la luz / formaba parte de nosotros”, o la evocación de los trayectos en avión, en los que la amada solía reposar la cabeza en el hombro del poeta. El espacio aéreo y sus códigos, que inspiraron a García Montero el celebrado ‘Life vest under your seat’ (Habitaciones separadas), funcionan ahora como espejismo del pasado o simulacro de una inmortalidad religiosa contra la que el sujeto se subleva con tono imprecatorio: “¿Puede hacerse el amor en vuestro cielo? / ¿Hay caricias de sol a media noche?”. Junto con la pesquisa existencial, el autor recicla aquí los iconos de la tradición literaria (“De la triste figura”) para ejemplificar su desigual pelea con los molinos de viento. Con todo, esa resurrección de un Quijote belicoso y romántico, que contrasta con el personaje ilustrado que había protagonizado ‘Las confesiones de don Quijote’ (La intimidad de la serpiente), no está reñida con el valor testimonial del discurso lírico. De esa faceta dan fe ‘La mudanza’, que organiza en cajas de cartón los símbolos de una intimidad compartida, y ‘Las escrituras’, a la vez testimonio ológrafo y planto manriqueño que desemboca en “la mar del cementerio / cultivado y civil / en donde está su tierra”.
El último apartado consta únicamente de la composición que da título al libro. La demarcación temporal (“un año y tres meses”), que tiene mucho de condena irrevocable, aparece presidida por unos versos de Joan Margarit en los que el autor catalán hablaba de la misteriosa felicidad de sus días finales. La crónica retrospectiva del poema pasa revista al viacrucis de la enfermedad (“No me quejo de las debilidades / o de la Navidad sin cabellera / o de la extraña forma de despedir el año / cuando el amor pasó por el quirófano”), pero termina apuntalando una serie de convicciones no perecederas: los libros, la militancia o “la factura de querer / de un modo tan completamente viernes”.
En definitiva, tomándole prestado el sintagma a Almudena Grandes, he aquí un auténtico Atlas de geografía humana que renuncia a los picos del patetismo y a los valles del desánimo. Las palabras para una despedida de Un año y tres meses están recorridas por una firme defensa de los vínculos y por una luminosa melancolía. Una conmovedora lección de duelo.
Un año y tres meses
Tusquets, 2022
80 páginas. 16,90 euros
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