Nona Fernández: “Contar la memoria histórica puede contener humor, chatarra y pop”
La escritora chilena reflexiona sobre cómo la literatura ha fracasado en el ejercicio de contar el pasado y reivindica la constante actualización de la historia con el lente del hoy: “Nos siguen controlando con el discurso del miedo”
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Hace poco más de 50 años que Augusto Pinochet mandó una comitiva al norte de Chile para entrenar al ejército de las regiones. Lo llamaron la caravana de la muerte. Decenas de militares entrenados aterrizaron en Calama y Antofagasta a mediados de octubre de 1973 y persiguieron a los “comunistas” o a cualquier sospechoso de serlo. Estos fusilaban a decenas de vecinos sin preguntar siquiera, frente a los desentrenados milicos del norte para aleccionar cómo es que se iban a dar las cosas de ahora en adelante; cómo es la mano. La operación terminó con el asesinato de 93 hombres menores de 66 años. Décadas después, Nona Fernández (Santiago de Chile, 53 años) fue invitada a participar en un bautizo de estrellas en honor a las víctimas de ese brutal suceso. Cuando se sentó frente a una de las viudas para conocer su historia, esta empezó a contar de carrerilla lo que había explicado mil veces. “Lo mataron así y asá, tenía puesto esto...”, cuenta Fernández. “Yo la paré en seco y le pedí que me contara cómo se habían enamorado. Y en ese instante le volvieron a brillar los ojos y pasé de tener enfrente a una viuda a tener a una chica de 18 años que coqueteaba con otro joven en la micro”, dice. “Uno no echa de menos al muerto, echa de menos la vida que le robaron”, zanja.
Esa capacidad de Fernández de narrar desde el margen sin perder el rigor, la dignidad y el sentido de justicia hace de sus obras un faro para quien se pregunte: ¿hasta dónde fuimos capaces de llegar? Lo que más ronda su cabeza ahora es cómo convocar a la sociedad a repensar el pasado. “Lo que está claro es que no puede seguir siendo solo desde la victimización. Contar la memoria puede contener humor, chatarra y pop”, cuenta en la terraza de un hotel en Jericó, en el corazón colombiano de Antioquia. Aquí se celebró a finales de enero el Hay Festival, organizado por la Caja de Compensación Familiar de Antioquia (Comfama). En este mismo país estuvo investigando y releyendo el Informe Final de la Comisión de la Verdad, que narra las seis décadas de conflicto armado en Colombia. Fruto de su visión y la de otros nueve autores internacionales, se publicó el libro de Verdades compartidas.
Esta mujer inquieta, que reconoce no tener casi nunca las respuestas, vive haciéndose preguntas. Su trabajo tiene mucho más de cuestionar que de responder. “He escrito tratando de responderle a esa niña que fui”. En 2023, Fernández publicó ¿Cómo recordar la sed? (Historiográfica, 2023), un ensayo que fue una vez performance y que habla de los años en que la sociedad chilena convivió con La Moneda en ruinas, tras el bombardeo del propio ejército. “Muchos chilenos olvidaron esa estampa por el propio trauma. Pero olvidar es un riesgo tremendo”.
Pregunta. Usted tenía tres años cuando bombardearon La Moneda. ¿Cómo le contó su familia lo que sucedió?
Respuesta. La verdad es que nunca había pensado en cuál fue mi primer relato… Yo vivía relativamente cerca, a 12 cuadras. Tengo un recuerdo, pero posiblemente sea inventado, de haber visto por una ventana de mi casa el paso de los aviones militares. Y recuerdo que mi abuela me dijo que me metiera debajo de la mesa. Después fui organizando el relato, pero vivía con normalidad encerrarme en la casa a partir de las 20.00, vivir de puertas adentro, los toques de queda… Las vivía con normalidad porque no conocía el contraste.
P. Los mayores que habitaron ese centro con La Moneda bombardeada no recuerdan cómo era vivir con escombros. Olvidar es parte de superar un trauma. ¿Cuál es el problema de que una generación olvide?
R. Yo pensé que eso solo le pasaba a mi madre, pero no. Le pasaba a mucha gente y muchos otros trataban de no pasar por ahí para no verla, porque era doloroso. Ese bombardeo fue un símbolo. Creo que solo en Argentina un ejército ha bombardeado la casa de Gobierno. Pero el olvido es un riesgo tremendo. Me costó entender que a veces no se puede forzar a la gente que vivió hechos traumáticos a revivirlos. Y para eso estamos nosotras, esa otra generación que no vivimos el hecho de lleno...
P. ¿Desde dónde se puede convocar a la sociedad a recordar?
R. Ese es el gran desafío que tenemos ahora. Desde luego, no desde la victimización. Esto puede sonar hasta soberbio, pero a mí me pasaba que cuando leía sobre la memoria, había una solemnidad y una victimización tan poderosa que me expulsaba. No tenía las herramientas para entrar a ese lugar. Quise romper eso y he encontrado algunos mecanismos, pero que no son receta. La historia hay que apropiársela. Contar la memoria puede contener humor, chatarra, pop… O lo que sea necesario para poder contarse. Con el alza del negacionismo, pienso que también desde la literatura se fracasó.
P. ¿Cómo explica usted lo que pasó con el proceso constituyente en Chile?
R. Lo primero es entender que nadie entiende nada. (Risas). Pero pondría la lupa en el estallido social de 2019 que fue feroz. Brutal. Muy interesante en materia de estudio porque habla de un hastío frente a un modelo. Pero creo que se leyó muy mal, porque se creyó que era un estallido de izquierdas. La ciudadanía, que tiene el neoliberalismo en el ADN, quiere soluciones rápidas. No nos interesan los procesos políticos ni el color de quien esté solucionándolo. Y el primer proceso constituyente se construyó desde ese lugar; se pretendió una Constitución que fuera tremendamente de izquierdas, muy progresista. Y, claro, no ocurrió. Lo que vino después fue la revancha conservadora, de la derecha más troglodita. Yo voté en el último plebiscito para quedarme con la Constitución de Pinochet. Es muy fuerte. Creo que la caja de pandora se abrió en el estallido social y ahora estamos viendo qué hacemos con eso.
P. Una de las razones por las que se rechazó con más vehemencia la primera propuesta era por el tema de la plurinacionalidad. ¿Qué papel han jugado las poblaciones indígenas en ese reconstruir la memoria?
R. El conflicto entre el Estado de Chile y los mapuches existe aún hoy. Y el diálogo ha sido muy difícil. El mismo Gobierno ha intentado dialogar, pero no de la mejor manera. Creo que eso tiene que ver con que, cuando convives con otro pueblo, no puedes estar encima de ellos. Tienes que estar con ellos. Existe aún mucho desprecio por el indio. La plurinacionalidad no la entendió la sociedad.
P. ¿En algún momento Chile va a vivir con una Constitución tan progresista como la que propuso?
R. Uy… me encantaría decirte que sí. Hay cosas maravillosas que hasta parecían ciencia ficción. Tenemos que reivindicar el derecho a la esperanza. Porque nos ilusionamos. Por un momento nos creímos superhéroes. Y pensamos: esto lo vamos a hacer para el mundo. Pensemos que sí, quizá en un futuro. Aunque no lo voy a ver yo.
P. Usted dice que la memoria en América Latina se tiene que recordar de manera colectiva. ¿Por qué a los chilenos les pertenece también el conflicto armado en Colombia y a los colombianos la dictadura?
R. Eso es algo que estoy pensando ahora, pero creo que nos hemos ensimismado en nuestros procesos. Como si nadie más que Chile pudiera entender lo que es una dictadura o una postdictadura. La trama política y social del conflicto armado a lo mejor no la vamos a entender del todo nunca, pero no me cuesta comprender el dolor de quien padeció la dictadura argentina. Estamos viviendo procesos políticos parecidos: Gobiernos de izquierda, terror al fantasma de la derecha troglodita elegida de manera democrática, con Bukele, Milei… Esta es una trama latinoamericana.
P. La gente le teme a la inseguridad pero no a la pérdida de la democracia...
R. No, no. Es que hay algo que ocurre en la actualidad y es que existe una despolitización completa. La gente no tiene pensamiento político. Y no digo partidista, digo a vivir en una comunidad, entender que no me sirven mis derechos sin que los tuyos estén garantizados… Esa idea de democracia, a la gente no le importa. Y por eso no lo valora. Por eso nos siguen controlando con el discurso del miedo.
P. Usted habla del fracaso de la literatura a la hora de contar el pasado chileno. ¿Qué responsabilidad han tenido las editoriales?
R. Yo siempre me he mantenido muy al margen del mercado. No sé escribir para las modas. Y nunca se me ha pedido tampoco. He tenido ese privilegio, pero hay algo que ocurre con el mercado y es que todo lo copta. La memoria, el feminismo… se vuelven marketing. E inmediatamente se vuelven ligeros, una chapita y desaparecen.
P. Se vuelven camisetas de Zara...
R. Totalmente. A quienes nos interesan algunos temas nos toca estar muy atentas para no caer en la moda y no estar buscando en la vitrina.
P. El título de su última obra es de un epígrafe de una de las obras del filósofo y director de cine Chris Marker. ¿Está Chile cerca de volver a pasar sed?
R. Es precioso ese título… Hay dos maneras de entenderlo. La primera es cobijarme en esa cita, por supuesto. El recuerdo no siempre se puede clausurar en la palabra. ¿De dónde viene la sed? ¿Cómo recordamos el miedo? Podemos verbalizarlo, pero la mitad se va a quedar fuera. Y, por otra parte, el tema específico de la falta de agua. Yo vivo en Santiago de Chile y mis recuerdos de infancia eran unas lluvias increíbles, el río Mapocho siempre se salía de madre… Y ahora, cada vez que llueve, aplaudimos. Hoy es un hilo que es pura tierra. Y están esos grandes puentes de lo que hubo. Y ya no hay nada. Siempre hablamos de los procesos políticos y hacia dónde vamos, pero tenemos que pensarlos desde la ecología. El planeta tiene un deadline [fecha límite] súper claro. Todas deberíamos de estar pensando en cómo detener esta debacle.
P. ¿Leeremos a Nona escribiendo sobre ecología?
R. Mi escritura siempre enreda todo… Se me identifica con la memoria, pero el feminismo y la ecología siempre han estado, pero creo que voy a subir los decibelios sobre ecología para que tomen más protagonismo. Es imprescindible.
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