Nona Fernández: “En Chile no hemos salido del espacio fatal de la dictadura”
La escritora publica en España la que fue su primera novela, ‘Mapocho’, sobre la dolorosa historia reciente de su país
Esta mujer, escritora, actriz, guionista, tiene 49 años, casi tantos como desde que se desató la esperanza en su país, Chile, con la llegada al poder de Salvador Allende, mítico líder que prometió “más pasión y más cariño” y se encontró, en 1973, cuando ella, Nona Fernández, tenía dos años, que aquella revolución fue secuestrada, encarcelada, fusilada por el golpe de Pinochet. Desde chica, Fernández memorizó el discurso en el que el presidente auguraba un país en el que triunfara la ternura, y desde que es escritora todo lo que pasó mientras ella se iba haciendo adolescente y adulta fue transparente en las obsesiones de su prosa. Consecuencia de esa pasión (y de ese cariño) es, por ejemplo, Mapocho (2002), su primera novela, que aparece ahora en España, publicada por Minúscula. Chilean Electric (2015), igualmente en Minúscula, y La dimensión desconocida (Random), de 2016, completan una especie de trilogía que muestra, desde la escritura, que no siempre el testimonio de la realidad tiene que pelearse con la belleza de la literatura. Esta entrevista se realizó a través de Zoom; tras la figura de Nona aparecían libros, relojes, juguetes y una guitarra vieja, como en el cuarto de una muchacha que mantiene en casa todos sus recuerdos.
Pregunta. Toda la vida bajo una dictadura es el asunto que marca su escritura. Escribe, dice usted, “para iluminar con la letra la temible oscuridad”.
Respuesta. Así es. Mapocho inaugura un proyecto literario cuyos límites sigo rondando. Ha sido un recorrido para enfocar la historia reciente. Yo misma me he preguntado por qué tanta obsesión con el tema. La idea misma de haber votado recientemente [en el plebiscito para acabar con la Constitución de la dictadura] responde a todas las preguntas que me hago. Y es que el presente de Chile ha estado ligado siempre a la dictadura. Hemos tenido una democracia muy frágil, la dictadura ha intervenido en nuestras vidas. Imagina vivir en un país que ha estado, casi desde que yo nací, pautado desde esas lógicas totalitarias, hasta cuando llega la democracia, que se desarrolla como un pacto con la dictadura. Tenemos políticos que trabajaron con ella. No hemos salido nunca de ese espacio fatal.
P. Dedos amputados, ombligos, mugre, cicatriz… son palabras que se repiten en sus libros, como heridas de ese tiempo que nació en 1973. Dice un personaje: “Nací maldita. Fui a dar al fin del mundo, al fin de todo. Chile, el culo del mundo. No hay alivio, no paz en todo esto. Santiago cambió el rostro, como una serpiente desprendiéndose de su piel usada”. Eso es “iluminar con la letra la temible oscuridad”.
R. Si pensamos en Chile como un cuerpo, ha sido un cuerpo terriblemente vilipendiado y ensuciado y abusado. Cuando ese cuerpo es tu país, tú eres parte de ese país, de ese cuerpo, y tu cuerpo también vive y sufre esos malestares. Es difícil evitar un escenario donde el dolor ha estado tan presente durante mucho tiempo y luego se ha tratado de invisibilizar o se ha lanzado al río como si fuese una basura más. Nos toca habitar un cuerpo específico y no sabemos cómo llegamos a él. Lo mismo ocurre con nuestro país, nuestro barrio, nuestro contexto. Lo viví, también cuando escribí Mapocho, como una maldición: ¿por qué me tocó a mí? Un hechizo, una maldición de la que no hay cómo salir. Es como un sitio por el que andamos pisándonos la cola… Hace poco vimos acá la imagen de un joven que cayó al río. Lo empujaron los carabineros y el joven cayó a ese río mugriento y sucio, en medio de la ciudad… Nuevamente hemos visto esos cuerpos lanzados al [río] Mapocho, con la antigua impunidad… Es nuestro río, y es hermosamente horrible, sucio, feo, instalado en el corazón de la ciudad, y a pesar de todo seguimos lanzando cuerpos ahí. Ojalá lo que está ocurriendo sirva realmente para romper este hechizo de mierda.
P. En ese libro aparecen las palabras fin y luz como faroles. ¿Ha habido alguna luz que haya animado alguna vez en este tiempo su visión de Chile?
R. No sabría escribir si no es sobre la realidad. Mapocho es lo más de ficción que he hecho, pero la realidad se ha vuelto tan poderosa… Incluso en La dimensión desconocida intenté escribir a lo Le Carré, con espías… Pero era tan feroz la realidad de la que me ocupé que solo pude organizarla como un documento a cuyo material había que darle un sentido literario… La ficción, en cualquier caso, es un espacio tremendamente subversivo. Pero la realidad me ha convocado. No sé si me ha asfixiado, pero me ha traído cada vez más a observar y a dar algo de luz a estos lugares que están en sombra en Chile.
P. Hay escenarios que parecen de ficción entre esas luces en Mapocho. El conquistador Valdivia fabrica un encuentro sexual con el aborigen Lautaro; el coronal Ibáñez, que tiene parecido con Pinochet, se traviste en un burdel…
R. Originalmente quería escribir sobre los muertos del golpe militar que cruzaron el río, pero leyendo sobre el pasado me di cuenta de que había muchos más muertos… Ibáñez existió, se dedicó a perseguir a los degenerados, y mira lo que pasó.
P. ¿Es lícito imaginarlo también como una caricatura de Pinochet?
R. En la imaginación de quien lee todo puede ocurrir, pero no le conocemos a Pinochet una historia secreta de esa índole. Con Ibáñez si me pareció verosímil esa historia. Por su obsesión con respecto a los degenerados y porque desconfío de la exhibición de virilidad extrema de los militares o futbolistas, por ejemplo.
P. ¿Cuál sería su retrato hoy de Pinochet?
R. Es un retrato difícil. Es una gran sombra para mi generación y para Chile en general. Un hoy negro que todo lo chupa. Lo que él generó, los tentáculos que tuvo, constituyen una sombra negra que nos sigue penando. Un personaje abyecto, sumamente abyecto.
P. Escribe sobre Chile, y luego sobre su casa, metáforas parecidas: “Dicen que Chile era una casa vieja, larga y flaca como una culebra”, y “Su casa de infancia es larga y flaca, como una culebra”. La casa y el país, culebras parecidas…
R. De niña habité en una casa así. Pero siempre he tenido esa idea de que nuestras pequeñas casas son un país y que a la vez el país es una casa también. Y que la vida de cada ciudadano o ciudadana está contaminada de lo que ocurre en esa gran casa país y viceversa.
P. Su literatura cumple la misión de contar la realidad, pero no renuncia a la belleza de la escritura.
R. Gracias. Mi empeño es la literatura, hacer de esto algo bello, no para distanciar el dolor ni la ferocidad de los hechos, sino para poder transformarlo en algo luminoso. No soy periodista, no quiero escribir libros de investigación, o documentales. Mi territorio es la literatura, la poesía. Trato de generar belleza y hacerlo con estos materiales que parece que no la tienen… Mapocho está escrito para evidenciar ese hechizo de mierda, para que nadie descanse tranquilo. Espero que mi literatura ahora, a partir de los recientes hechos chilenos, pueda encontrar más luz…
P. Hay, entre otros, un tesoro que usted guarda, el discurso en el que Allende inaugura su mandato y reclama “más pasión y más cariño”. Dos años después de su proclama, que usted se aprendió de memoria, fue asesinado. ¿Esa apelación a la pasión y al cariño sirve de lema para hoy?
R. Sin duda. En la revuelta chilena reciente se pusieron de manifiesto, como exigencias, las grandes demandas que formaban parte del programa de Unidad Popular [coalición de partidos de izquierda que llevó a Allende al poder]. Es como si hubiera habido un paréntesis entre 1973 y ahora mismo. Quizá ese paréntesis es parte de ese hechizo de mierda o de esa maldición. Y el de Allende fue un discurso hermoso, que ahora ha circulado mucho en este nuevo escenario.
P. ¿Sería constituyente si la llamaran ahora a configurar la nueva Constitución?
R. Me gustaría trabajar para quienes sean designados, pero no soy la más indicada. Y me gustaría que esa expresión, “más pasión y más cariño”, marcara esa carta magna que proponen.
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