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Los que no se vacunan: negacionistas, dudosos o con la infección reciente

Todavía faltan por pincharse 7,7 millones de personas mayores de 12 años, la mayoría jóvenes que están en plena campaña vacunal, pero el avance del coronavirus ya se ha estancado en los mayores de 40

Vacunacion Covid
Una enfermera vacuna a una persona sin hogar en BarcelonaAlbert Garcia (EL PAÍS)
Jessica Mouzo

En España faltan por vacunarse 7,7 millones de personas mayores de 12 años. La mayoría son jóvenes en pleno proceso que completarán su pauta a lo largo de las siguientes semanas. Pero también hay una pequeña porción entre los grupos convocados hace meses que no han recibido ningún pinchazo: un 7,4% en el colectivo de entre 50 y 59 años y un 15,4% de los cuarentañeros. La vacunación en estos grupos avanza ya muy lentamente y, sobre todo entre los primeros, el porcentaje está estancado. Alrededor de dos millones de mayores de 40 años no han recibido ni una dosis. Los expertos insisten en que, en conjunto, el ritmo de inyecciones es muy favorable, pero quedarán nichos difíciles de alcanzar, porque los implicados no pueden o no quieren vacunarse. E ilustran algunos de los perfiles claros de las personas que actúan así: los negacionistas, los que tienen dudas, los que tienen contraindicaciones, los que acaban de pasar la infección y tienen que esperar un tiempo para pincharse e, incluso, un grupo cuyo estado vacunal no se ve reflejado en las estadísticas, como son los extranjeros en situación irregular.

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La Comunidad Valenciana ha sido la primera en lanzar una campaña para repescar a estos rezagados. Les mandará mensajes con varias fechas posibles para que puedan elegir y vayan a pincharse. Ya no hay problema de dosis: entre la llegada masiva de viales de esta semana, las vacaciones y que cada vez queda menos población por inmunizarse, algunas autonomías, como Murcia y País Vasco, incluso tienen huecos y están llamando a su población para que acuda a los centros de vacunación.

España, sin embargo, sigue con un ritmo de inyecciones envidiable. Con un 62,2% de la población con pauta completa, solo Canadá está por delante entre los 50 países más poblados del mundo, según Our World in Data, un repositorio de la Universidad de Oxford. No se ha llegado todavía al punto de estancamiento que muestran otros países, como Estados Unidos, Israel, Alemania o Francia. Los expertos consultados abogan por mantener el proceso sin dar incentivos ni tampoco penalizaciones a los no vacunados, informa Pablo Linde. Fernando García López, presidente del Comité de Ética de la Investigación del Instituto de Salud Carlos III, sostiene que “es mejor convencer que coaccionar, algo que puede polarizar”. “En España no existe un grupo antivacunas importante contra el que haya que luchar, como sucede en otros lugares”, afirma.

Una encuesta realizada en junio por la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT) señala que los reticentes totales a recibir el medicamento son apenas un 4% de los ciudadanos, cuando en octubre pasado eran casi un tercio de la población. Amós García, presidente de la Asociación Española de Vacunología, opina que “los antivacunas son absolutamente marginales aquí, un grupo minoritario, y no van a tener peso en la campaña vacunal. Yo no perdería mucho esfuerzo en este grupo”, zanja, porque considera que convencerlos es imposible.

No hay cifras oficiales del rechazo a la vacunación ni tampoco del motivo exacto de la negativa. Carlos Orquín, de 32 años, es periodista, pero trabajó unos meses como administrativo dando citas para vacunas en un hospital de Barcelona y contó sus vivencias en este diario. Los noes se marcaban como “no quiere” o “dudas”. Los primeros, señala, eran tajantes “y la conversación se acababa enseguida”, no había mucho margen para el debate; los segundos, en cambio, exponían sus reticencias, pero había opción para repescarlos: “Estos últimos tenían miedo y muchas dudas. Muchos decían que se iban a esperar a más adelante”, agrega.

El Ministerio de Sanidad estima que los noes rondan el 0,6% entre la población consultada, pero una portavoz matiza que en este porcentaje pueden estar tanto antivacunas como personas que no han respondido al teléfono cuando se les ha llamado. En las comunidades bailan las cifras en torno al 1%: en Castilla-La Mancha hay un 1,17% de rechazos, aunque no concretan los motivos; en Canarias es del 1% y en la Comunidad Valenciana, el 1,13% de la población convocada para vacunarse ha rechazado expresamente hacerlo (también están aquí las contraindicaciones médicas), según manifestó la pasada semana la consejera de Sanidad, Ana Barceló; en Andalucía, el rechazo es del 0,63%, según la Consejería de Salud.

En Sanidad no preocupa el rechazo de la población general, pero sí en algunos colectivos, como en el de los trabajadores sociosanitarios. Aunque el porcentaje sea mínimo, están en contacto con personas muy vulnerables y cada profesional de este grupo que rechace la inyección puede causar una tragedia al introducir el virus en una residencia de ancianos, por ejemplo. Al menos cinco comunidades autónomas han pedido la vacunación obligatoria para estos profesionales y, en algunos casos, también para los sanitarios, pero es algo que el ministerio no plantea hoy por hoy. El pasado miércoles, la titular del departamento, Carolina Darias, presentó un documento de recomendaciones técnicas para extremar las precauciones en estos centros que incluía la realización de dos pruebas semanales para los empleados sin vacunar e incluso valorar la posibilidad de cambiarles de puesto de trabajo.

Llegar a vacunar al 100% de la población susceptible es un imposible, asumen los especialistas. Para empezar, porque siempre hay un grupo, aunque minúsculo, de personas que no se pueden vacunar porque tienen contraindicaciones médicas, ya sea por alergias a algún componente de la vacuna o por interacciones con otros fármacos que consumen. “Como los alérgicos al polietilenglicol, que es como la gota en la que van las vacunas a las células”, apunta Alberto Infante, profesor emérito de Salud Internacional de la Escuela Nacional de Sanidad del Instituto de Salud Carlos III. “Y también las personas con alergias múltiples o graves se miran con lupa. Hay que ver cada caso”, señala. La Sociedad Española de Alergología e Inmunología Clínica ha matizado, en cualquier caso, que las vacunas no están contraindicadas de forma general en personas con cualquier tipo de enfermedad alérgica.

Entre los que no pueden y los que no quieren, sin embargo, también hay otro colectivo que baila en la incertidumbre. Son los que, sin ser antivacunas radicales, tienen dudas. Los que temen sus efectos, los daños colaterales y su eficacia. El presidente de los vacunólogos matiza: ”Tienen dudas porque tienen miedo, pero con esta gente se puede hablar y dialogar”. Y también, como tercia Toni Trilla, jefe de Epidemiología del Hospital Clínic de Barcelona, tercia, ”pueden ser convencidos con el tiempo”. En este colectivo, añade, existe un subgrupo de “apáticos” que también se ha visto en Estados Unidos: “Son personas que no piensan en vacunarse, pasan. Están de vacaciones o trabajando y no les valen los argumentos de que esto es salud. No sé si tendríamos de esto en España”, sopesa el experto.

Otro colectivo que no se puede vacunar, y ahora más numeroso entre los jóvenes tras la quinta ola, es el de las personas que acaban de pasar la covid. Según la estrategia vacunal de Sanidad, si tienen menos de 65 años tienen que esperar seis meses hasta iniciar o completar la pauta vacunal, un tiempo que la Generalitat de Cataluña ha reducido a dos meses en esta comunidad. En este último medio año se han contagiado más de un millón y medio de personas de todas las edades. Quienes tengan que esperar por haber superado la enfermedad quedarán rezagados, admite Infante, pero sostiene que no son un problema: “Normalmente se acabarán vacunando porque le han visto las orejas al lobo”.

Migrantes en situación irregular

El último grupo que se escapa del sistema e, incluso, de las estadísticas son las personas en situación administrativa irregular. Ni siquiera están dentro del cómputo de los 9,2 millones que faltan por vacunar porque no aparecen en ningún registro. Según Pedro Campuzano, referente sanitario de programas estatales de Médicos del Mundo, son, sobre todo, personas sin tarjeta sanitaria, como los migrantes en situación irregular o gente que está en situación regular, pero sin el documento de acceso al sistema de salud, como pueden ser los ascendientes reagrupados. Sí está contemplado que estas personas se vacunen, pero es difícil dar con ellas. “Hay una parte que puede tener miedo a relacionarse con la Administración y exigir sus derechos, sobre todo los que van a buscar la vacuna de forma proactiva. Pero también hay un efecto de los bulos y no se quieren vacunar, aunque esto ha ido mejorando con el tiempo. Precisamente, una parte de nuestro trabajo de mediación cultural es la educación para la salud”, resuelve Campuzano.

Las personas sin hogar son otro colectivo vulnerable, igual que los que viven en asentamientos sin residencia fija. Estos perfiles, para los que la estrategia ya prevé la vacuna monodosis de Janssen para tenerlos protegidos de un solo pinchazo, son difíciles de localizar y requieren estrategias proactivas. En Barcelona o Madrid ya se realizaron campañas específicas con las personas sin hogar y en Sevilla también se intenta acercar a este colectivo a los puntos de vacunación.

Pero faltan más estrategias proactivas, reclama Campuzano: “En las autonomías los protocolos están, pero sobre el terreno no está siendo fácil porque no se conoce la normativa o las personas no conocen esta posibilidad. No se ha hecho una acción proactiva para comunicar que esta posibilidad existe. Se pierden, les lían y los llevan de un lado para otro. Ese es uno de los cuellos de botella”, zanja.

Los expertos señalan que, una vez conseguida la vacunación del grueso de la población hay que analizar los nichos de escape y reforzar las estrategias de captación con campañas diseñadas a medida. Amós García señala que ”cuando se llegue al 70% [el último hito marcado por el Gobierno para alcanzar a finales de agosto] hay que seguir construyendo. Los negacionistas distorsionan la situación y hacen mucho ruido, pero tienen poco peso”. Hay que seguir vacunando, concuerda Infante: “Nos queda un mes para ver cómo terminamos. Llegaremos con mucha población cubierta con más de 40 años y será menor por debajo de 30. Pero de ahí no hay que sacar que los más jóvenes no se han querido vacunar, sino que a lo mejor no les ha venido bien. La autocita tiene límites. Hay que ser proactivos y llamar y volver a llamar. A partir del 1 de septiembre, al grupo de 18 a 30 años, hay que localizarlos y volverles a ofertar la vacuna”.

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Sobre la firma

Jessica Mouzo
Jessica Mouzo es redactora de sanidad en EL PAÍS. Es licenciada en Periodismo por la Universidade de Santiago de Compostela y Máster de Periodismo BCN-NY de la Universitat de Barcelona.

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