El cigarrillo electrónico como mal menor
Una plataforma de médicos promueve su uso para reducir el daño del tabaco en contra de la opinión mayoritaria
El uso de los cigarrillos electrónicos como un método de reducción de daños para los fumadores es un campo de batalla en el que solo hay una verdad que todos comparten: estos dispositivos, sin ser inocuos, causan menos daño que el tabaco convencional. A partir de ahí, se dan dos conclusiones contrapuestas y, al menos en España, irreconciliables. Una, la que defienden las grandes asociaciones médicas, desde las de medicina de familia (Semfyc) a las de neumología (Separ) y el Comité Nacional de Prevención del Tabaquismo (CNPT): sí causan daño, los médicos no deben recomendarlos. La otra, con partidarios más dispersos, como la Organización de Médicos en Apoyo del Vapeo y de los Cigarrillos Electrónicos (Move), defiende su uso como ayuda para dejar de fumar o mantener la adicción a la nicotina pero con menos perjuicios. A estos últimos se suma la Plataforma para la Reducción del Daño por Tabaquismo, que se ha presentado esta mañana en Madrid.
El representante de la plataforma, Fernando Fernández Bueno, cirujano oncológico del hospital Gómez Ulla de Madrid, ha admitido que hay una "cierta actitud beligerante" por parte de las sociedades científicas españolas, pero afirma que "la evidencia científica" ha demostrado la utilidad de estos dispositivos, y confía en que con el tiempo los contrarios se convencerán. Ha puesto el ejemplo de Ignác Semmelweis, el galeno húngaro que a mediados del XIX consiguió que los médicos se lavaran las manos después de manipular un cadáver y antes de tocar a otro paciente. "A él le llevó 28 años, nosotros llevamos 14", ha dicho Fernández Bueno.
La plataforma, que de momento cuenta con una veintena de médicos, se basa en los estudios y medidas del Reino Unido, donde las sociedades científicas apoyan el uso de los vapeadores como alternativa menos nociva al tabaco. Por eso ha invitado a John Britton, presidente del Grupo de Tabaquismo del Real Colegio de Médicos británico. Para el médico español, la situación reclama nuevas medidas para reducir el tabaquismo, ya que la última encuesta del Ministerio de Sanidad señala que la tasa de adultos fumadores, el 34%, es similar a la que había antes de las leyes antitabaco, la primera de las cuales fue de 2005.
Britton ha comparado esta situación con la que había en el Reino Unido hace 20 años. Pero los británicos tienen actualmente poco menos de un 15% de fumadores, y la tasa no ha parado de bajar. Y, ha dicho Britton, en los últimos años la principal novedad ha sido, precisamente, la recomendación de que se usen los cigarrillos electrónicos para fumar menos.
El británico defiende que ya hay evidencia de que, a largo plazo, el daño de estos dispositivos será mucho menor que el que causa, en el mismo tiempo, el tabaco. "Tienen un 95% menos de tóxicos. Podrá haber algún muerto por cáncer de pulmón o por enfisema, pero serán muchos menos", ha dicho. De nuevo el mal menor. Y ha expuesto que este abordaje se ha aplicado con éxito, por ejemplo, cuando se decidió facilitar metadona y jeringuillas a los consumidores de heroína, o cuando se facilitan preservativos a las mujeres que se dedican a la prostitución.
También ha descartado que sean una puerta de entrada al tabaquismo. Los datos británicos muestran que de los 3,2 millones de usuarios del cigarrillo electrónico, el 51,6% ha dejado de fumar, el 44,2% sigue fumando, y solo el 4,2% era no fumador. Entre los adolescentes, los diversos estudios británicos señalan que entre un 4% y un 14% lo ha probado alguna vez, pero la tasa de fumadores en esa franja de edad sigue bajando.
Respecto a su utilidad para dejar de fumar –a pesar de lo difícil que es–, un estudio publicado el 30 de enero pasado en el New England Journal of Medicine por Peter Hajek señala que a las 52 semanas (un año), el 18,8% de quienes usan cigarrillos electrónicos como método de dispensación de nicotina se mantenía sin fumar, frente al 9,9% de los que emplearon otros sistemas (parches, chicles). Otro informe de las autoridades británicas señala que, entre quienes intentaron dejar de fumar, la mitad lo hace sin buscar otro apoyo, pero el cigarrillo electrónico se ha convertido desde 2011 en la ayuda favorita (la usa la tercera parte).
"Al enfoque de prevenir y de dejar el hábito, nosotros queremos incorporar una tercera vía, la de la reducción de daños", dice Fernández Bueno. "Por supuesto que no queremos que nadie vuelva a fumar, y lo primero que le digo a los pacientes es que dejen de fumar, pero necesitamos dar una respuesta a esos siete de cada diez que no quieren o no pueden", añade.
Frente a estos argumentos, Raquel Fernández Megina, de Nofumadores.org, es tajante: "La estrategia de la reducción de daños la lleva utilizando desde su inicio la industria del tabaco para poder seguir haciendo negocio a costa de la salud de sus consumidores y de los fumadores pasivos. Ya usó el argumento en los años cincuenta cuando introdujo el filtro en los cigarrillos y en los años setenta cuando introdujo los cigarrillos light. ¿Quién nos dice que ahora no nos están mintiendo de nuevo? No nos podemos fiar de una industria que lleva mintiendo durante décadas y lucrándose con la muerte y la enfermedad de sus consumidores".
Sobre los cigarrillos electrónicos y productos de tabaco calentado, "existen pocos estudios sobre las consecuencias de su consumo en la salud publica (la mayor parte de ellos financiados por la propia industria del tabaco) por lo tanto es recomendable seguir el principio de la prudencia porque en cualquier caso, como producto de tabaco, no está exento de riesgo y no existe ningún nivel de seguridad asociado a su uso", añade Fernández Megina.
La postura no es solo española. El viernes 22 de febrero, Arūnas Vinčiūnas, jefe de Gabinete del comisario europeo de Sanidad, Vytenis Andriukaitis, en una visita a España afirmó que estaban preparando un estudio al respecto. "Todavía no sabemos si el cigarrillo electrónico ayuda a dejar de fumar o es una puerta de entrada al tabaco. Si la industria dice que es un modo de dejar de fumar, ¿por qué se lo venden a los no fumadores?", se pregunta. A falta de ese estudio encargado, que estará terminado a finales del año que viene, Vinčiūnas mantiene que "está claro que no son sanos [en una entrevista hace una semana los llamó "veneno"]. Es inhalar algo que no es solo aire, que es para lo que están hechos los pulmones". "Otra cosa es que sean más sanos que el tabaco".
Fernández Megina coincide: "Para que se pudiera hablar de reducción de riesgos en el consumo de los cigarrillos electrónicos y el tabaco calentado deberían ser usados bajo receta médica y dispensados en las farmacias. A nadie se le ocurre que la metadona se pueda comprar en una tienda o estanco a demanda".
En el reciente congreso de la CNPT, en Toledo, se trató el tema, y Francisco Rodríguez Lozano, presidente de la Red Europea para el Fin del Tabaco (ENSP), resume así la mesa que se dedicó al tema: "La conclusión que saqué es que los escenarios del Reino Unido y España son completamente distintos. La reducción de daños es un instrumento que los médicos usamos cuando es necesario y la utilizaríamos aquí en los pacientes absolutamente irreductibles a otros tratamientos. Probablemente en el Reino Unido tiene su sentido, pero es que allí hay una prevalencia muy baja de tabaquismo, hay servicios donde se ayuda a la gente a dejar de fumar, el precio del tabaco es muy alto, las cajetillas de cualquier marca son idénticas... Aquello es otro mundo, y allí el que fuma es el irreductible", expone. Y, por eso, argumenta, en España "habría que pasar por todo eso antes de plantear una estrategia de reducción de daños, y en cualquier caso debería ser instaurada por un profesional sanitario, no por la propia industria. La metadona por ejemplo es excelente como terapia de reducción de daños en heroinómanos, pero jamás se nos ocurriría su libre dispensación o venderla en El Corte Inglés o los duty free de los aeropuertos, como ocurre con el IQOS [tabaco calentado]".
"Nuestra gran preocupación es que muchos fumadores que podrían dejar de fumar con mucha voluntad se planteen seguir enganchados a un producto, probablemente menos peligroso, pero peligroso también, por no hacer el esfuerzo que cuesta dejar de fumar y porque se creen datos absolutamente falsos como que son un 95% menos peligrosos que el tabaco convencional", concluye Rodríguez Lozano sin cerrar el debate.
Una ciencia variable
El debate sobre la utilidad y el peligro de los cigarrillos electrónicos es feroz. A cada estudio, cada afirmación en un sentido y en otro cada bando dedica su empeño en difundirlo o desmontarlo en función de sus posturas. Por ejemplo, uno reciente publicado en JAMA, la revista de la Asociación Americana de Medicina, sobre su uso el inicio del tabaquismo.
El trabajo revisó más de 6.000 casos de adolescentes (la edad media es de poco más de 13 años) del grupo estadounidense Population Assessment of Tobacco and Health Study (2013-2016), y concluyó que entre quienes probaban alguna vez el cigarrillo electrónico, el 20,5% después fumaba pitillos, frente a un 3,8% de los que empezaban y seguían con tabaco.
"Los cigarrillos electrónicos que contienen nicotina (la mayoría, y sobre todo ahora en la era Juul) generan adicción a la nicotina. Paliar esta adicción puede pasar por consumir cualquier producto que contenga nicotina y el tabaco tradicional es de los productos más accesibles en este sentido", coincide Regina Dalmau, presidenta del Comité Nacional de Prevención del Tabaquismo.
"En el Reino Unido, y también en EE UU, a pesar de la pretendida epidemia de cigarrillos electrónicos, las tasas de tabaquismo se encuentran en plena caída y en mínimos históricos, incluyendo la franja de menores de edad desde que el e-cig entró en escena", responde Carmen Escrig, de Move (Movimiento de Organizaciones Médicas a Favor del Vapeo) en España. "Esto nos muestra que la inmensa mayoría de consumidores de cigarrillos electrónicos eran previamente fumadores y que lo utilizan precisamente para dejar de fumar, incluyendo los jóvenes", añade. "Si el cigarrillo electrónico fuera una puerta de entrada al tabaquismo, estas estadísticas estarían aumentando en vez de disminuir".
Además, Escrig ofrece otro ángulo al enfoque: "Se puede extraer de esos resultados que es posible que muchos jóvenes, que tienen interés en probar cosas, se decanten por los cigarrillos electrónicos y gracias a ello nunca empiecen a fumar, mientras que en ausencia de cigarrillos electrónicos podrían haber comenzado a fumar ya que habría sido la única opción de probar algo".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Más información
Archivado En
- OMS
- Philip Morris Inc.
- Cigarrillo electrónico
- Comisión Europea
- Ley antitabaco
- Legislación española
- Restricciones tabaco
- Restricciones consumo
- Tabaquismo
- Tabaco
- ONU
- Adicciones
- Enfermedades
- Unión Europea
- Consumo
- Salud pública
- Organizaciones internacionales
- Empresas
- Europa
- Política sanitaria
- Medicina
- Economía
- Relaciones exteriores
- Sanidad
- Salud