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Cada vez más solteras (y más felices): “Muchos hombres no saben estar a la altura”

Entre las mujeres, la decisión de no tener pareja es una tendencia al alza basada en la ruptura con la idea de que, para ser del todo, tienen que ser en relación a un hombre

Cristina Consuegra, en la playa de La Malagueta, en febrero de 2025.
Cristina Consuegra, en la playa de La Malagueta, en febrero de 2025. García-Santos
Isabel Valdés

Después de morir su abuelo, Cristina bromeó con su abuela un tiempo: “Venga, abuela, búscate un novio”. Su respuesta, siempre: ”Uno tuve, harta quedé“. Dice Cristina que ya lo dice también Karol G: “Que estar soltera está de moda”. Karol G nació en 1991, la abuela de Cristina, en el 33, Cristina, en el 79. Una viuda y dos solteras en tres generaciones a través de casi seis décadas que han servido no exactamente para que estar soltera esté de moda, sino para que las mujeres, si quieren, lo estén. Y cada vez quieren estarlo más aquellas con la edad en la que la sociedad (aún) supone que no deberían estarlo: a partir de los 30.

¿La razón? Un armazón nuevo que va quebrando el anterior cada vez más: la ruptura con la idea de que, para ser del todo, las mujeres tienen que ser en relación a un hombre. Ellas lo cuentan de múltiples formas.

Ana, de 48 años y de Barcelona: “En los últimos años ya no me siento presionada y soy la mar de feliz viviendo sola. Si llegara algún día alguien, sería estupendo; si no, no sufro”. Liliana Amaya, de 52 y de Bogotá: ”Estoy soltera por una decisión consciente. Aunque durante muchos años anhelé tener una pareja, casarme y formar una familia, no logré identificarme emocional ni intelectualmente con mis parejas”. Valeria Schapira, de 54, de Buenos Aires: “Me casé a los 30 porque era muy vieja para estar soltera y me divorcié a los 34 porque era muy joven para estar esposada“.

Pilar, de 38 y de Ciudad Real: “Me han llegado a decir que soy una yegua salvaje sin domar. A los años, esos mismos hombres me han dicho: ‘Ay, todavía no has encontrado ese hombre que sea capaz de domarte’. Ser independiente, autosuficiente, feminista y con las ideas claras hace que el número de posibles candidatos a pareja disminuya, por no decir desaparezca”. O Silvia, de Madrid, con 46: “Me gustan los hombres pero no nos llevamos por eso de que ‘calladita estás más guapa“.

Así una y otra y otra hasta casi 80 mujeres, las que han querido contar sus motivos para estar solteras a este periódico.

Detrás de sus historias late una frase que el demógrafo Albert Esteve intenta recordar durante unos segundos: “Ah, sí, que los hombres buscan mujeres que ya no existen y las mujeres hombres que aún no existen”. Él, director del Centro de Estudios Demográficos-CED y director de Investigación en el Departamento de Sociología de la Universidad Autónoma de Barcelona, analiza, entre otras cosas, la formación de la pareja y los mercados matrimoniales.

Y ahí están pasando cosas: “Tú vas al mercado matrimonial y no encuentras lo que buscas porque te sale muy caro o no satisface tus expectativas. Esta lógica asume, eso sí, que se va al mercado, pero ha habido una transformación brutal de los roles, sobre todo entre las mujeres, por ejemplo, en lo laboral”.

El desajuste entre las necesidades, los deseos, las perspectivas de vida y de las relaciones de los hombres y de las mujeres es cada vez mayor y está provocando dos tipos de soltería elegida. Una, minoritaria, la de las mujeres que la entienden como una forma de estar en el mundo, ni quieren ni buscan tener pareja; lo que no quiere decir que no tengan relaciones sexuales o con vínculos, ya sean esporádicas o sostenidas en el tiempo.

Es por ejemplo Amalia, profesora de 44 años, que vive en una ciudad castellanoleonesa: “Nunca en la vida he tenido ganas de tener pareja, pero sí hijos. He vivido la vida como he querido, teniendo sexo cuando me apetecía, pero siempre con la sensación de que no quería compartir mi vida con nadie más que con mi familia y amigos. Hace dos años tuve a mi hija como madre soltera y me he reforzado en la idea de que esta es la vida que quiero”.

Y está la mayoritaria, la de las que sin estar buscando activamente, llegó un momento en el que decidieron que no querían mantener una relación con los hombres que conocían porque no cumplían con lo que entienden que es un mínimo para convivir.

En ninguno de los dos casos hay un “no al amor” o “el amor no existe”, es un “el amor es otra cosa que lo que ha venido siendo”. En lo que no creen es en el tipo de relaciones ―patriarcales, machistas, de mayor o menor sometimiento― que agotan, desde hace siglos, a millones de mujeres. Buscan formas nuevas.

María García Cabrera, 38 años, dueña de la Librería Nöstlinger, en Valencia

“Si aparece un señor adulto funcional, desertor de la masculinidad hegemónica tradicional y con una responsabilidad afectiva básica con el que compartir mi vida, pues mira, genial y si no, pues también. No tengo tiempo ni ganas para hacer de madre de nadie y verme en una rutina en la que la carga mental de las cosas que hace mi pareja me coman viva por dentro”.

¿Qué pasa, qué lleva años pasando? Olga Belmonte García, profesora de la Universidad Complutense de Madrid en excedencia y ahora investigando y escribiendo sobre la soledad, sintetiza: “¿Hasta qué punto necesitamos a alguien para que tenga sentido nuestra vida? ¿O que ese alguien tenga que ser una pareja? Eso nos hace pensar que una forma plena de estar en el mundo es estar con otra persona”.

“Poco a poco”, añade, las mujeres se han dado cuenta de que “es un elemento cultural: que se puede estar en el mundo de muchas formas. La soltería es un “no” a todo lo que ha sido la vinculación familia-casa-obediencia”.

Esther Álamo, 44 años, cocinera, Santa Cruz de Tenerife

"El amor no debe ser una contracción de tu forma de ser y estar, debe ser una expansión de tu forma ser y estar. Las relaciones ahora me parecen más complicadas que antes, especialmente después del confinamiento, aunque creo que se juntan muchas cosas: el ajetreo de la propia vida, la precariedad de los trabajos agota la salud mental y dosificar la energía que tienes disponible para una pareja a veces es un esfuerzo, la poca salud emocional que tenemos a la hora de gestionar según qué emociones, la edad, la madurez, etc. Son muchas cosas, pero sí reconozco que el hartazgo de los tíos, tanto en lo laboral como en lo personal, viendo lo que pasa alrededor, pone muy fácil la elección de ser soltera. Tienen dos opciones: el feminismo o seguir como ofendiditos. Esto facilita mucho que cada vez los identifiquemos más rápido y tengamos muy claro que no hay por qué aguantarlo".

Federico García-Lorca escribió Bodas de sangre en 1933.

Madre: ¿Tú sabes lo que es casarse, criatura?

Novia: Lo sé.

Madre: Un hombre, unos hijos y una pared de dos varas de ancho para todo lo demás.

Novio: ¿Es que hace falta otra cosa?

Los “mundos pequeños”

Son los “mundos pequeños” de los que habla Cristina Consuegra, que, antes que nada, quiere explicar que cree en la pareja, firmemente, “en el cuidado y la complicidad”, pero también cree que los hombres, ahora, muchos, “no saben estar a la altura” de la nueva realidad, del nuevo contexto social.

Cristina Consuegra, gestora cultural, malagueña y a mitad de los 40

"El año pasado conocí a un par de hombres. Hombres que venían además de un fortalecimiento intelectual, pero me di cuenta de que querían llevarme a un mundo pequeño porque ellos no saben o no pueden o no quieren llegar a nuestro mundo de conquistas y desde ahí acompañarnos. Si su bienestar implica un malestar para mí, por ahí no estoy dispuesta a pasar. He decidido que el mejor estado para mí, un estado gozoso y además de plenitud encontrada, es el de estar soltera. Aunque yo haya llegado a él de manera no deseada, me está dando un mundo nuevo del que pienso disfrutar”.

Cuántas hay como Consuegra es imposible saberlo. Estadísticamente ella no es soltera sino separada, y, en cualquier caso, soltera es “no casada”, pero no significa que no se tenga pareja. Con ese matiz, según el Instituto Nacional de Estadística, en España, solo en la treintena, hay más de 1,6 millones de solteras; en sus 40, más de un millón. En 2002, las treintañeras solteras eran la mitad (algo más de 800.000), y las de 40, aún menos: alrededor de 300.000.

En el número de separadas y divorciadas se ve cómo ha ido cambiando la perspectiva en torno al matrimonio. En 2002, había casi 63.000 mujeres entre los 30 y los 35 que se habían separado o divorciado, en 2024, eran algo más de 35.000; no porque se separen menos, sino porque o no llegaron a casarse o aún no lo habían hecho. Sin embargo, entre las de 45 a 49 años pasaron de 109.000 a más de 247.000 en ese mismo periodo.

Ángela Mora, 39 años, militar, Madrid.

“Quizás sea porque trabajo con hombres en una empresa de hombres y veo el panorama: es desolador”, se ríe Ángela Mora al teléfono pero es una risa de haber pasado ya el nivel de hastío. Ella se separó hace una década, cuando su hija tenía tres años. ¿Su relación con su ex? “Estupenda”. El problema fueron los que fue encontrándose después: “Desde los que están casados y les da igual a los que te argumentan que ‘estoy con ella por los niños”. Mora habla de una responsabilidad emocional totalmente desaparecida, pero no solo eso, sino de hombres que desgastan: “Poco a poco me di cuenta de que me hacían perder el tiempo y el dinero”. Ella, militar en la Casa Real, es además masajista deportiva. Trabaja, pasa tiempo con su hija, estudia. “Te das cuenta cuando van pasando los años de que no saben qué quieren, y perdona, pero yo sí”. 

En Sociología y Demografía, la ley del divorcio de 1981, a la que se opusieron férreamente los conservadores, y la reforma de 2005 ―lo que se llamó el divorcio exprés― marcan dos hitos claros en este sentido porque abrieron la posibilidad de no tener que seguir junto a alguien con quien no se quisiera estar. Esos dos cambios, sobre todo el primero, llegaron tras la exigencia del movimiento feminista en una España que hasta hacía poco les prohibía, a ellas, no solo divorciarse, sino tener una cuenta bancaria, un piso a su nombre, un pasaporte o trabajar sin permiso de su marido.

La abuela de Elena María, que vive en una ciudad andaluza, fue una de esas mujeres: “Si no te puedes separar porque el Estado no te deja, es que ni lo piensas. Mi abuela murió unos años después de que se aprobara el divorcio y no pocas veces decía ‘ay si esto hubiese pasado antes, otra vida hubiera tenido. Tú ten la que tú quieras, no necesitas un hombre’. Y cierto fue, nunca lo he necesitado en mis casi 50 años, he querido mucho a algunos, pero no los he necesitado jamás”.

No solo esa idea, sino la ciencia, han hecho posible que las mujeres no necesiten a un hombre tampoco para tener hijos. Las cifras de la Sociedad Española de Fertilidad sobre mujeres sin pareja que se someten a tratamientos pasa del 4,4% en 2016 al 7,1% de 2022, que es el último año con cifras. Y que en 2007 se creara la Asociación de Madres Solteras por Elección fue simbólico, pero que aquel año fueran 18 y hoy sean 3.494 es significativo.

Ainhoa Reguera es la delegada de esta asociación en las Islas Canarias y afirma que tanto la ciencia como los avances sociales han ayudado a que esta realidad que cada vez más mujeres eligen, pueda ser. “En materia legislativa vamos algo más por detrás, pero no hay ya ese señalamiento de hace 20 años, que los hijos ‘necesitan un padre’. Ahora tenemos nuestro proyecto vital con todo a favor, más o menos: medicina, sociedad y ahora la normativa”.

El pasado noviembre, el Tribunal Constitucional reconoció a las familias monoparentales 26 semanas de permiso por el nacimiento de sus hijos ―las familias con dos progenitores cuentan con 32―. Hace apenas un mes, el Tribunal Superior de Justicia de Murcia recogió por primera vez ese fallo del TC.

Ainhoa Reguera Plaza, 44 años, técnica de comunicación en turismo, Las Palmas de Gran Canaria

“Yo hice el proceso en 2016. No estaba con nadie, pero no quería esperar. Tenía las típicas amigas, compañeras con hijos, veía gente aguantando por mantener la familia, separaciones dramáticas o duras y yo quería tener a mi hijo pero no sentirme obligada a estar con alguien. No concibo el amor así. Pero en esto de ser madre soltera hay dos variantes: que tengas claro que es tu modelo familiar o que las circunstancias te hayan obligado aunque quisieras hacerlo en pareja. Pero en cualquier caso existe la posibilidad, que antes no. Y es una elección siempre. No fácil, eso sí, porque la sociedad no está adecuada a que una persona sola tenga hijos, necesitas más dinero y más redes y adaptar tu vida mucho más que si se hace en pareja”.

De este “crecimiento de la elección de la soltería en las mujeres” habla Aurelia Martín Casares, doctora en Historia y Civilizaciones por la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París y especializada en Estudios de Género. Dice que el aumento tiene que ver “con diferentes hitos cronológicos”, entre ellos “el avance del movimiento feminista y las políticas gubernamentales”.

Cree que todo es un conglomerado que crea “en las mujeres una conciencia más positiva sobre sí mismas, y todo ello desemboca en construirse una identidad individual plena sin necesidad de definirse a través del matrimonio o de una pareja”. Esa amalgama de cuestiones tienen un único origen: el feminismo. Aunque no siempre ellas mismas lo perciban así.

Úrsula González, 41 años, responsable de enoturismo y eventos en una bodega, Pontevedra

“A priori, diría que el feminismo no influyó en esto, pero, inconscientemente, creo que rodearme de mujeres empoderadas, cultas, independientes, con momentos buenos y momentos de mierda, pero sin dejar de creer en sí mismas o sin basar su bienestar en un hombre o relación, me ha ayudado a confiar más en mí. En otros contextos sí que siento que el feminismo me ha ayudado a abrir los ojos en cuanto a qué situación de infravaloración tenemos respecto de ellos: peores sueldos, respeto, que esperan subordinación, sometimiento y complacencia, o seguridad, como el miedo en la calle. También creo que, en general, a los hombres les cuestan las mujeres con carácter y personalidad”. 

No ocurre solo en España, sucede en aquellos espacios ―sociales, geográficos, culturales o relacionados con la identidad sexual― en los que este cambio de perspectiva se ha producido. Desde Chicago, Louisa Oliveros escribe: “Nos han hecho olvidar que somos, primero y principalmente, un ser humano, y después una mujer acompañada o sola, o casada o medio casada o divorciada o cualquier otro estúpido estado que se quieran inventar, irrelevante para nuestro desarrollo”.

Arly Chaves, en su treintena, como Oliveros, lo hace desde Costa Rica: “Sé que socialmente se espera que a mi edad esté asentada en los dispositivos que impone el capitalismo: profesión, trabajo, hogar, familia. Pero sé que estos dispositivos, en ese orden y en esa forma, no corresponden con mi deseo”.

Y Almudena Delgado, madrileña de 48: “Si te han enseñado que no estás completa sin pareja, lo más probable es que acabes en una relación tóxica porque todo te va a valer, cualquier hombre, aunque luego estés bien jodida. Si alcanzas independencia, el ideal romántico deja de estar, aprendes que tu libertad vale más que una pareja, que no la descarto, pero en un marco de igualdad. Por presión, no”.

Laura Rojas, 38 años, técnica de prevención de violencia machista, Madrid

"En el mundo LGTBIQ+ se ven similitudes con lo que pasa en el mundo hetero. Al haber sido un colectivo excluido nunca se nos permitió crear nuestras propias formas de habitar el mundo, esto implicó la ausencia de referentes de amar, de ligar, de ser. Los únicos referentes han sido las formas heterosexuales, y eso se extrapola a las formas de construir una relación, por ejemplo, cuando los roles de género colocan a la mujer de forma pasiva a la hora de ligar. Pasa mucho que se espera que alguna tome la iniciativa, entonces la soltería toma mucha vida porque nadie actúa, se está a la espera de que la otra haga algo. Esos roles heteros se reproducen e impiden que las mujeres en este caso encontremos la manera de estar con quien queremos".

La inmensa mayoría de todas estas mujeres viven solas, algo que, según donde se viva, puede suponer un privilegio, y aunque tampoco es un indicador de soltería, sí lo es de contexto. Y cada vez hay más personas haciéndolo. En 1991, había 1,5 millones de hogares unipersonales; ahora, el INE los cifra en más de cinco millones, y más de la mitad los ocupan mujeres. La proyección es que para 2039 sean más de tres de cada cuatro, unos 7,7 millones. La esperanza de vida, mayor en ellas, tiene que ver, pero también otras cuestiones, como el menor número de parejas.

Albert Esteve, el demógrafo, explica que en demografía cuantitativa nunca llegan a saber la motivación real de ciertas decisiones como la de vivir solas. Lo que sí saben es que “es una tendencia que va in crescendo” y también que “históricamente se ha dado más entre las mujeres con mayor nivel educativo, y esa proporción está aumentando”. En 1982, solo había algo más de 640.000 mujeres con estudios universitarios y superiores. Ahora superan los 5,3 millones, son 1,2 millones más que hombres.

Mar Fresneda, 44 años, profesora de Formación Profesional de Estética en un Instituto de Vallecas, en Madrid

Mar nació en un pueblo de Cuenca y ella y sus amigas nunca formaron parte del todo de esa estructura social de roles: “Nos hemos emborrachado como ellos, nos hemos acostado con el que nos ha parecido, la gran mayoría hemos decidido no tener hijos, tenemos trabajos más o menos que nos permiten hacer una vida decente, seguimos saliendo mucho, viajando. Y te das cuenta cuando vas cumpliendo años que a los hombres en general, eso no les gusta. Yo ahora soy mucho más exigente que antes y sé lo que quiero”.

Y en este mundo globalizado e hiperconectado esa formación no solo tiene que ver con estudios reglados, másteres o posgrados, sino con lo que las mujeres leen y escuchan, a través de decenas de canales, virtuales o humanos, esa genealogía a través de sus propias experiencias.

“Un patrón de soltería en un momento determinado refleja lo ocurrido en el pasado, pues es la suma de lo que la juventud hizo no hace tanto y de lo que las personas más adultas hicieron hace ya algún tiempo”, escribe Pau Miret en Patrones de género en relación al empleo, la instrucción y la inmigración en las pautas de soltería por edad en España, 1976-2023.

En 1892, Sofia Tolstaia, la mujer de Tolstoi, escribió ¿De quién es la culpa? (Xordica), una novela que era “la derrota del ideal del amor entre iguales y la anulación de la mujer en el matrimonio a manos del marido”, apuntan Marta Rebón y Ferran Mateo en la nota a ese libro. En 1930, la periodista de Vogue Marjorie Hillis publicó El placer de vivir sola: “Desde el crepúsculo hasta el amanecer puedes hacer exactamente lo que te plazca, es una enorme ventaja en este mundo en el que se espera mucho conformismo de nuestra parte”―. Fue un bestseller instantáneo.

La Editorial Espinas está llena de libros de escritoras que ya no están hablando de su vida, opacada y sometida por y a sus parejas: Inés, de Elena Garro (la mujer de Octavio Paz), Memorias de la Rosa, de Consuelo de Saint-Exupéry (su marido fue el autor de El Principito) o Dostoievski, mi marido, de Ana G. Dostoievskaia.

En Todo sobre el amor, en 1999, bell hooks escribió que “si se quiere crear una cultura del amor” hacen falta “cambios profundos” porque “el amor y el abuso no pueden coexistir”.

En 2016, Kate Bolick empezaba así Solterona, la construcción de una vida propia (Malpaso), que arrasó en Estados Unidos: “Con quién casarse y cuándo: estas dos preguntas definen la existencia de toda mujer, con independencia de dónde se haya criado o de qué religión practique o deje de practicar“.

Hace unos días, Diana Montero, la ilustradora conocida como Precariada, publicaba una viñeta en su cuenta de Instagram: cinco señoras alrededor de una mesa jugando cartas. Una dice: “¿Os acordáis de cuando nos rayábamos con lo de no encontrar pareja por el miedo a envejecer solas?. Otra contesta: “En la juventud se temen cosas muy absurdas, Mari”.

La literatura, el cine, la música, la teoría, los medios, y desde hace no tanto las redes, están llenas de historias que hablan de la autonomía de las mujeres, de cómo han ido desprendiéndose de ese miedo socialmente incrustado a estar, a quedarse solas. Mariana Fernández, periodista, argentina, es soltera, quiere serlo, y vive en Buenos Aires:

―Mi imagen mental de vieja es una señora que vive en una casita con las patas en el pasto, con perras, viendo amigas o haciendo viajes con otras personas jubiladas, recibiendo la visita de mi hijo. Pero no me imagino con un otro, en la diaria, en un vínculo, viviendo con un varón. Y no se me activa una pizca de pena. Si se cumple, va a estar bárbaro, va a estar buenísimo y la felicidad se me arma así, sin que sea de a dos.

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Sobre la firma

Isabel Valdés
Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.
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