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Las madres solteras por elección se multiplican: “Hace 50 años se veía fatal. Ahora nos dicen ‘te envidio”

Los tratamientos de fecundación ‘in vitro’ para estas mujeres se han doblado en cinco años, según la Sociedad Española de Fertilidad. Ellas reclaman sus derechos como un modelo más de familia

De izquierda a derecha, Eva María Bernal con sus hijos Aitana y Martín; Pilar H. Peces con sus hijas Candela y Jimena; Marga H. Peces con sus hijos Juan y Sara; Ana Saiz con su hijo Diego (María se escondió para la foto) y Mónica de Tomás con su hija Laia, en un parque de Rivas Vaciamadrid.
De izquierda a derecha, Eva María Bernal con sus hijos Aitana y Martín; Pilar H. Peces con sus hijas Candela y Jimena; Marga H. Peces con sus hijos Juan y Sara; Ana Saiz con su hijo Diego (María se escondió para la foto) y Mónica de Tomás con su hija Laia, en un parque de Rivas Vaciamadrid.Andrea Comas

“No tengo papá”, le dice Juan, que tiene cuatro años, a un compañero de clase. “¿Se ha muerto?”, le responde sorprendido. “No, no tengo, no hay”, replica el niño con tranquilidad. La escena la relata Marga H. Peces, su madre, para explicar que en su casa viven con naturalidad que ella críe sola a sus hijos. Quería ser madre y no tenía pareja, y con 39 años tomó la decisión. Hace dos meses que, con 47, dio a luz a su segunda niña. Cada vez más mujeres deciden dar el paso en solitario. La Sociedad Española de Fertilidad (SEF) confirma que los tratamientos de fecundación in vitro a mujeres sin pareja casi se han doblado en cinco años: del 4,4% del total en 2016 al 8% en 2020. Ya no son una excepción. Pese a que aún deban hacer frente a prejuicios, la situación nada tiene que ver con la de hace décadas. “Hace 50 años se veía fatal. Ahora nos dicen ‘te envidio”, afirma Marga. Adiós estigma. Son un modelo de familia más que reclama sus derechos y que se enfrenta a un elevado riesgo de pobreza al depender de un solo sueldo.

Una mañana de domingo, cinco mujeres —entre ellas Marga— se encuentran en un parque de la Comunidad de Madrid. Todas van con sus hijos —nueve en total, y eso que uno no ha querido ir—, todas los crían solas, todas los tuvieron mediante técnicas de reproducción asistida en clínicas privadas. Un solo tratamiento puede costar entre 1.500 y 12.000 euros, explican, pero cada proceso es un mundo. Algunos necesitan muchos intentos, otros funcionan a la primera. Ellas forman parte de la Asociación Madres Solteras por Elección (AMSPE), que nació hace 15 años con 22 socias fundadoras y que ahora agrupa a más de 2.700 en toda España.

En este tiempo, los tratamientos a mujeres solas se han multiplicado. En 2014, el Gobierno del PP excluyó a las mujeres sin pareja heterosexual de la posibilidad de realizar el proceso en el Sistema Público de Salud, aunque muchas comunidades siguieron ofertando esta opción. En 2021, el Ejecutivo de PSOE y Unidas Podemos aprobó una orden para que volviera a sufragarse en todo el país la reproducción asistida a todas las mujeres, siempre que tengan entre 18 y 40 años.

Pero muchas sobrepasan la edad y además hay largas listas de espera. Por eso recurren a la privada. Los datos de la SEF prueban que en apenas cinco años las fecundaciones in vitro a mujeres solas pasaron del 4,4% de los que se llevaban a cabo en el país en 2016 al 8% en 2020 (del total de 127.420). De hecho, en la SEF valoran que en 2020 “los tratamientos de fertilidad disminuyeron en general, pero los de las madres solas no”. Solo por poner un ejemplo, el Instituto Valenciano de Infertilidad, un centro privado con 30 clínicas por todo el país, apunta que los tratamientos de reproducción asistida a mujeres sin pareja (incluyendo inseminación artificial, fecundación in vitro y fecundación con óvulos donados) se han disparado: han pasado de poco más de 700 en 2007 a más de 6.000 el año pasado. Un crecimiento del 737% en 15 años.

En el parque, los críos se entretienen mirando las ranas de un estanque cercano, otros hacen la croqueta en el césped. Las cinco madres cuentan cinco historias que a ratos se parecen mucho. “Tenía unos 35 años y estaba sin pareja. O me ponía a tener hijos o me quedaba sin ellos. El cuerpo tiene un límite”, cuenta Eva María Bernal, que gestiona campañas de publicidad y que ahora tiene 55 años y tres hijos: quiso dar un hermano al mayor y llegaron mellizos. Ana Saiz (41), analista de calidad en una empresa de informática, afirma que siempre lo supo. “Si cuando llegara el momento no tenía pareja, lo haría sola. Cuando me vino el deseo de ser madre, ese que te arrastra de los pelos, dije: vamos”. Y fue. Ahora tiene dos niños. El mayor es uno de los que mira las ranas. La pequeña corretea de aquí para allá con su oso panda de peluche.

“Sigue siendo predominante el modelo familiar de pareja heterosexual con uno o dos hijos”, puntualiza Raquel Martínez Buján, profesora de Sociología de las Familias en la Universidad de A Coruña. Pero cada vez hay más diversidad. “Ha habido un cambio de valores muy importante en torno a la maternidad y las formas en las que establecemos relaciones íntimas y afectivas, cada vez más distanciadas del hecho reproductivo”, prosigue. “Las mujeres han decidido continuar con su trayectoria personal y laboral y disociarse de sus componentes reproductores como elemento fundamental de su existencia”. Se retrasa la edad a la que tener hijos y se piensa mucho mejor quién es la pareja adecuada para ello. Alazne Páramo, portavoz de la AMSPE, lo confirma: “Nuestro modelo es una maternidad muy reflexionada, por lo que no suelen ser mujeres muy jóvenes. La media de edad está entre 35 y 40 años”.

Siguen los prejuicios

Las cinco madres madrileñas hablan orgullosas de su historia, de sus niños, de sus familias. Cuentan, eso sí, que siguen enfrentándose a prejuicios. La mayoría de la gente da por hecho que están divorciadas. Muchos se atreven aún a opinar sobre cuántos hijos tienen, “menuda locura que sean dos”. Todas se quejan, y mucho, de la falta de apoyo institucional. Sara, la bebé de Marga, de apenas dos meses, podrá disfrutar de las 16 semanas del permiso de maternidad de su madre, pero no de las otras 16 semanas de las que dispone para su cuidado cualquier niño de un hogar con dos progenitores. Los viudos o viudas con dos hijos son considerados familias numerosas, pero las madres solas con dos niños no lo son. Puede haber más de mil euros de diferencia entre las desgravaciones fiscales de un hogar biparental y otro monoparental, se cuantifica en un informe de la AMSPE. La lista es larga y la van enumerando entre todas. Al final, Pilar H. Peces, hermana de Marga que también cría sola a dos hijas, lo resume: “¿Cómo te apañas? Pagando. ¿Cómo concilias? Pagando”. Con un solo sueldo.

Alazne Páramo, portavoz de la Asociación Madres Solteras por Elección, con su hija, en su casa en Bilbao.
Alazne Páramo, portavoz de la Asociación Madres Solteras por Elección, con su hija, en su casa en Bilbao. Javier Hernández

En 2020 había en España más de un millón de hogares formados por un solo progenitor con hijos menores de 25 años, según el INE. Ocho de cada 10 están encabezados por mujeres. La cifra engloba tanto a mujeres que decidieron tener hijos en solitario como a viudas y divorciadas y separadas, independientemente de su situación. Es decir, que se mezcla tanto a quienes comparten el peso de la crianza (y de su coste) con otro progenitor como a quienes no. Pero, aunque la cifra no permita perfilar con nitidez la realidad de quienes crían completamente solos a sus hijos, su magnitud confirma que las familias han cambiado en España a mayor ritmo de lo que lo han hecho las leyes. Así lo recalcó la OCDE en un reciente informe, encargado por el Ministerio de Derechos Sociales en el marco de los trabajos de la ley de familias que ultima el Gobierno.

A principios de octubre, el Gobierno informó de que esta ley pasaría por el Consejo de Ministros ese mes y se tramitaría de urgencia. Lo primero se ha incumplido. Fuentes de Derechos Sociales lo achacan a “resistencias del Ministerio de Hacienda”. Las asociaciones de familias monoparentales se impacientan.

“Tememos que se siga retrasando y sea imposible aprobarla esta legislatura [los plazos son ajustados para la tramitación parlamentaria]. Llevamos años reclamando”, afirma Carmen Flores, presidenta de la Federación de Asociaciones de Madres Solteras (FAMS), que aglutina seis organizaciones —entre ellas AMSPE— y representa a mujeres que afrontan la maternidad en solitario (también viudas y separadas). En la ley se prevé, además de equiparar los permisos por nacimiento de las familias monoparentales con las que cuentan con dos progenitores, considerar a las familias monoparentales con dos hijos como numerosas. “El 70% de las familias monoparentales solo tienen un hijo. Queremos que haya un reconocimiento para todas, un carné monoparental como tienen las familias numerosas y que eso pueda conllevar algún tipo de beneficios”, explica Flores.

Actividades “para hacer tribu”

También se impacientan las cinco mujeres reunidas en Madrid. Y Alazne Páramo, una de las portavoces de AMSPE, que tiene 45 años y vive en Bilbao con su hija de dos. Cuenta que, ante la falta de apoyo, la asociación organiza “actividades para hacer tribu”. Así se llaman. “Compartimos experiencia”, dice por teléfono. Puntualiza que el colectivo es heterogéneo, que no hay una sola realidad de familias monoparentales, pero que en la asociación se dan, sobre todo, apoyo emocional. En lugares pequeños es más fácil, claro, pero también ocurre en ciudades. “Una compañera dijo que tenía un juicio y necesitaba a alguien para cuidar a su hijo un rato y dos compañeras se ofrecieron. Hay más empatía, hoy por ti y mañana por mí”.

Todas recalcan la vulnerabilidad de estas familias. Si tener hijos eleva el riesgo de pobreza, tenerlos sola, aún más. El 54,3% de los hogares monoparentales está en riesgo de pobreza o exclusión social, casi el doble que la población en general (27,8%). Ana Saiz, la analista de calidad en una empresa informática, señala que se quedó sin trabajo cuando estaba embarazada de su segunda hija. “Tenía un empleo indefinido. Sin él, todos los planes se van a la mierda”. Consiguió un nuevo trabajo en plena pandemia, y hace un año se mudó a un pueblo de la Comunidad.

A su lado, Pilar H. Peces, que ahora tiene 50 años, recuerda que la única vez que ha visto “el vértigo” fue en 2018. “Me caí al precipicio. Me despidieron, con dos niñas y con casi 50 tacos”, recuerda. “Cobré el paro, se acabó el subsidio y tuve que ir a servicios sociales para que me dieran tarjetas para comprar comida. Estuve cuatro meses con ingresos cero”. Se puso a opositar. Ahora es interina, y sigue estudiando para sacarse la plaza. “Aun así, si volviera a nacer lo haría exactamente igual”, dice mirando a sus hijas.

La reacción es unánime. Ninguna volvería atrás. Mónica Tomás tiene 41 años y está embarazada de su segundo hijo. “Siempre digo que no sé si fue antes el huevo o la gallina: si las relaciones me han ido mal porque quería ser madre sola o, como me han ido mal, quería ser madre sola”. Es ingeniera, trabaja en Repsol y puede teletrabajar un 20% de la jornada. “Lo hago por las noches, así puedo pasar las tardes con mi hija. Duermo cinco horas”. Insiste en la importancia del apoyo emocional que se dan unas madres solteras a otras, o como dice Ana Saiz: “Cuando conoces a una MSPE, lo notas”. Habla así, por siglas. Madre Soltera por Elección, MSPE. Mónica sigue: “Nadie más entiende el problema de tirar la basura. ¿Qué hago? O me salto los horarios o dejo a mi hija sola en casa porque a esas horas ya está acostada”. Hace falta añadir una “perspectiva monoparental”, dicen, para que ellas puedan, por fin, estar incluidas.

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