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“No les dan ropa ni comida; los dejan ahí para que mueran”

El Gobierno no cubre las necesidades básicas. Los colchones de los fallecidos se reutilizan

José Naranjo
Fuerzas de seguridad de Liberia frente a manifestantes en Monrovia, este miércoles.
Fuerzas de seguridad de Liberia frente a manifestantes en Monrovia, este miércoles.REUTERS

“En los centros de aislamiento del Gobierno la situación es catastrófica. Los pacientes están tirados en el suelo o en colchones mugrientos, no hay higiene, las heces de las personas enfermas se acumulan en los baños hasta dos días antes de que los limpien”, asegura el doctor Mutako Longin desde Monrovia (Liberia). Los colchones de los fallecidos se reutilizan y el Gobierno no está cubriendo sus necesidades básicas, como comida o ropa. “He visto pacientes vestidos sólo con unos calzoncillos y no hay suero, ni transfusiones, ni nada para comer. Sólo los dejan allí y esperan a que se mueran”. Todos los hospitales han cerrado, salvo los que se encargan del ébola. “La gente está muriendo de otras enfermedades y no tiene dónde ir. El otro día vi morir a un joven de tifus en plena calle”, asegura Abraham Kuyateh, trabajador de una empresa minera. Es el retrato de Monrovia, una ciudad sobrepasada por el ébola.

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Longin y su esposa, la técnico de laboratorio Justine, ruandeses de nacimiento pero nacionalizados liberianos, trabajaban hasta hace solo unas semanas en el Redemption Hospital de Monrovia. Ahora no tienen trabajo. El ébola se llevó la vida de varios médicos y el hospital cerró. Desde entonces, este matrimonio recorre los centros para pacientes de ébola de la ciudad tratando de llevar ayuda, que compran con su propio dinero, a decenas de enfermos. “Sobre todo comida, no están bien alimentados. Hemos puesto en marcha un sistema de compra para atender a las personas ingresadas, fundamentalmente a los que no tienen familia en la capital, que están abandonados a su suerte”, asegura Longin. Organizaciones de la sociedad civil y ciudadanos a título particular se han puesto a trabajar para suplir las enormes carencias del Gobierno.

“La situación es catastrófica. Los baños están sucios, las heces de personas enfermas, que son muy contagiosas como es sabido, se acumulan hasta dos días, el personal está desbordado. El sistema de salud de Liberia no estaba preparado para afrontar esta epidemia”, añade. Una de las claves para detener la expansión del virus es controlar las cadenas de transmisión e ingresar rápidamente a todas las personas que hayan estado en contacto con enfermos y presenten los síntomas. “Aquí se intenta, pero no se hace de manera eficaz. El Gobierno no tiene medios para hacerlo”.

Abraham Kuyateh es trabajador de una mina, pero en los últimos días su trabajo es lo de menos. La empresa ha suspendido sus operaciones, al igual que muchas de las compañías que operan en Liberia, en una crisis económica que se superpone a la sanitaria. El miércoles, el Gobierno decretó la cuarentena en torno al barrio de West Point, habitado por unas 75.000 personas. Dentro quedaron varios amigos suyos. Kuyateh logró pasar el control militar y entrar en el barrio para sacarlos. “No podía dejarlos allí. Había mucha confusión. En unas horas el precio del arroz dentro del barrio se multiplicó por cuatro. Un grupo de personas empezó a tirar piedras a la Policía. Luego se oían los disparos”. Hay al menos cuatro personas heridas, un joven con un disparo en la pierna, según Kuyateh.

No hay centros médicos abiertos, salvo los hospitales del ébola. La gente se está muriendo de otras enfermedades” Abraham Kuyateh, minero

En los últimos días Kuyateh ha visto cosas que nunca hubiera imaginado. “No hay centros médicos abiertos, todos han cerrado, salvo los hospitales del ébola. La gente se está muriendo en la calle de otras enfermedades, aquí tenemos muchísima malaria y estamos en época de lluvias. El otro día vi a un joven morir de tifus en la calle. Nadie se quería acercar porque los síntomas son iguales a los del ébola”. Casado y con tres hijos, admite tener miedo. “No sabemos qué va a pasar, me preocupa el virus, pero sobre todo me preocupan las otras enfermedades. La situación ahora mismo es muy peligrosa para todos. Muchas mujeres están dando a luz en sus casas, sin atención médica, porque temen ir al hospital donde está el ébola”.

No es extraño que tengan miedo. Un médico que acaba de salir de uno de esos centros cuenta que, al darle el alta, le ofrecieron ponerse la ropa de una persona fallecida. Allí mismo vio cómo desinfectaban una habitación donde acababa de morir un enfermo. “Fumigaban todo con agua clorada, incluido el colchón, pero a las pocas horas ese mismo colchón estaba siendo usado por un paciente que acababa de ingresar”, asegura. Este mismo médico, que prefiere guardar el anonimato, está convencido de que “hay muchos más muertos de los que reconoce el Gobierno. Y es normal que mueran si no los atienden, ni siquiera les dan para comer”.

El Gobierno está sobrepasado, tanto desde el punto de vista sanitario como logístico

Esa es la impresión general. El Gobierno está sobrepasado, tanto desde el punto de vista sanitario como logístico. En la actualidad hay tres centros de aislamiento para pacientes de ébola, uno en el hospital JFK y otros dos en el Elwa, uno gestionado por Médicos sin Fronteras y otro por el Gobierno, en el que hay ingresados ahora mismo 65 pacientes. Dos de ellos son la hermana Paciencia y la hermana Helena, misioneras de la Inmaculada Concepción que se contagiaron cuidando a los religiosos de San Juan de Dios del Hospital Católico Sant Joseph, entre ellos el español Miguel Pajares, fallecido tras ser trasladado a España. Sor Paciencia, ecuatoguineana, ya está curada, pero ha decidido seguir en el centro cuidando de su compañera Helena, porque no se fía de que vaya a recibir la alimentación suficiente.

William Ekerum, enfermero camerunés, las conoce bien. Él también cuidó de los religiosos del hospital Sant Joseph de Monrovia, pero no se contagió. Es de los pocos que burló a la enfermedad. “Cuidé a nueve personas enfermas, entre ellos el hermano Pajares y la hermana Chantal, ya fallecidos. Ahora controlo cada día si tengo fiebre o no”. Al teléfono se le nota muy preocupado. “Hay mucha confusión en la ciudad, hay gente que sigue negando la enfermedad y otros que aprovechan para generar disturbios. En West Point la tensión es enorme, no sabemos qué puede pasar allí”.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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